No han pasado demasiados años desde que el nacionalcatolicismo controlaba, oprimía e imponía su inquisición totalitaria sobre los españoles.
Aquello tan oscuro, créalo, era libertad frente a la era negra de las banderas islamistas que posiblemente envolverá Turquía tras la elección por mayoría absoluta de Recep Tayyip Erdogan como presidente del país.
Recordemos la España de los años 1940, que imponía la longitud de las faldas, censuraba inocentes películas extranjeras, prohibía la música no religiosa en semana santa, vigilaba a quien iba o no a misa, multaba a las parejas que se acercaban demasiado, obligaba a la castidad pública y tenía atenazada la mente del país.
Pero como España está en Occidente, que creó la Ilustración y el libre pensar, aquella opresión fue disipándose y el dictador, incluso, llegó a ver escandalizado a sus nietas en bikini.
En Turquía ocurre al revés. Con Ataturk, el creador de la República tras siglos de califato otomano, entraron las libertades civiles de Occidente, aunque no las políticas.
Hasta la llegada del islamista “moderado” Erdogan, un buen gestor del crecimiento, como primer ministro, con el que aparecieron pequeñas restricciones a las libertades conquistadas hace noventa años.
Ahora sus ministros advierten ya que las mujeres no deben reír en público, perfumarse o maquillarse, que hombres y mujeres estar separados, incluso en los bancos públicos.
El sustrato islamista de la población menos ilustrada está imponiéndose, con cada vez más mujeres veladas, como la de Erdogan, e incluso con burka, algo que desconocían en el país.
Hace una década Erdogan estuvo cuatro meses en la cárcel por atacar el laicismo y advertir que “La democracia es solo un tren al que subimos hasta que llegamos a nuestro destino, que es Alá”.
La opresión de Alá está acercándose.
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