
Viviendo en una época en la que hay más series de calidad de las que se pueden abarcar, resulta fácil entender el impacto de Twin Peaks en la prehistoria de la ficción televisiva de 1990. La serie de David Lynch -coautor junto al poco mencionado Mark Frost- fue pionera, generó fandom y con el tiempo, nostalgia.
El misterioso asesinato de Laura Palmer (Sheryl Lee) daba pie a una investigación criminal que no era más que una excusa para un tema típico de Lynch, el de lo que esconden las apariencias. Como el césped de Terciopelo Azul (1986) que oculta insectos y podredumbre, detrás de la fachada del apacible y perfecto pueblo se descubren pecados que salen a la luz arrastrados por la muerte de Laura. Cada personaje tenía un secreto oculto -o varios- en una parodia cariñosa de la soap opera que poco tiene que envidiar a Invitation to love, aquella ficción dentro de la ficción que hacía evidente las intenciones de sus autores. La muerte de Laura era la pérdida de la inocencia, por eso la estética de los años 50 -la que obsesiona a Lynch- de Estados Unidos. Esto 11 años antes del 11-S. Y todo se lo tragaba el espectador gracias a un argumento repleto de giros, misterios y cliffhangers que convirtieron a Twin Peaks en una de las ficciones más adictivas que existen. La segunda temporada, sin embargo, potenció elementos freaks, de terror y fantásticos que le hicieron perder el favor del público, que se sintieron engañados y decepcionados como lo hicieron, 20 años después, los espectadores de Perdidos (2004-2010), serie que debe mucho a Twin Peaks: no solo por lo ya mencionado, sino también por que ambas han sido desmenuzadas por sus fans -demasiado ociosos- que han buscado interpretaciones de todo tipo en sus múltiples pistas falsas y conexiones subterráneas. Es parte del juego.
¿Qué hemos visto en este nuevo Twin Peaks? Pues para mí una de las mejores series del año por ofrecer algo único. Hay que dar gracias por este regreso. Cada semana nos han ofrecido casi una hora de ficción televisiva absolutamente diferente al resto. Si en 1990 la serie parecía estar adelantada a su época, en 2017, después de Expediente X, Los Soprano, Perdidos y True Detective, sigue -al menos- un paso por delante. O quizás ese paso que separa a Twin Peaks del resto es, más bien, lateral. La única forma de verla es abandonando los prejuicios y las expectativas. Lynch prescinde de lo racional, como siempre, y eso deja fuera al espectador sin imaginación. Al resto nos permite disfrutar de situaciones originales, extrañas y evocadoras. El enigma ahora no es el crimen en el que perdió la vida Laura Palmer (Sheryl Lee), resuelto malamente en el octavo capítulo de la segunda temporada en 1990. Ahora el motor de la acción es el paradero del propio agente especial Dale Cooper (Kyle MacLachlan), desaparecido desde hace 25 años y desdoblado en dos personajes diferentes: uno maligno, poseído por el espíritu asesino de Bob; y otro, un agente de seguros de clase media, bastante mediocre, Dougie Jones. Estos dos personajes aportan al relato dos tonos absolutamente diferentes: el primero es terrorífico y el segundo es soprendentemente cómico. Podemos decir que Twin Peaks no había dado nunca tanto miedo, ni había sido antes tan humorística (y eso que Lynch criticó aquellos episodios casi paródicos de la segunda temporada). Conviene decir que este argumento general estaba ya en la mente de Lynch. El guión de una escena no rodada de la precuela, Twin Peaks: Fuego camina conmigo (1992) describe un epílogo, no rodado, que conectaba con el final de la serie y era prácticamente una sinopsis de esta tercera temporada.
En estos nuevos 18 episodios encontramos momentos cómicos, algo desconcertantes, como ver a Dougie/Cooper en un casino de Las Vegas ganando en todas las tragaperras al grito de "Hello". Luego este protagoniza situaciones de sitcom con su mujer, Janey-E Jones (Naomi Watts) y su hijo, ese niño de los años cincuenta que solo quiere jugar a la pelota con su padre que es Sonny Jim Jones (Pierce Gagnon). La interacción de Dougie con el mundo tiene el tono de una película de Jacques Tati y recuerda a Bienvenido Mr. Chance (1979). Siempre como en trance, Dougie no habla, solo repite la última frase que le dicen y aún así, se desenvuelve bastante bien. Gracias a Dougie descubrimos la deliciosa dinámica entre los hermanos Mitchum, Bradley (Jim Belushi) y Rodney (Robert Knepper) -herederos de Benjamin y Richard Horne- dos gángsters que hacen pasar a Dougie por un momento tipo Seven (1995) cuando le obligan a abrir una caja en mitad del desierto de cuyo contenido depende su vida. El comportamiento del otro Cooper, el maligno, es igualmente excéntrico, aunque también violento: aún así protagoniza un extrañísimo pulso con un grupo de criminales durante el que repite también una frase robóticamente: "Starting position". Hay más momentos descacharrantes, como el cameo de Michael Cera como el hijo de Andy y Lucy, ataviado como Marlon Brando en Salvaje (1953). Mencionemos también la pareja de asesinos a sueldo que forman nada menos que Tim Roth y Jennifer Jason Leigh: al menos yo pensaba en Tarantino al escuchar sus conversaciones. Pero cuidado, porque a pesar de lo absurdo de las situaciones que nos presentan, no es un simple disparate lo que vemos. Cuando el verdadero Cooper recupera la consciencia dentro del cuerpo de Dougie Jones, debe darle explicaciones a la mujer e hijos de este. Lo que ocurre tiene consecuencias y un impacto emocional. Lynch cierra sus tramas, respeta a sus personajes y sobre todo al espectador.
El otro tono predominante en el regreso de Twin Peaks es el terror. La historia que protagoniza el llamado Evil Coop tiene la atmósfera inquietante del mejor David Lynch, con grandes momentos, relacionados casi todos con la famosa habitación roja -The Black Lodge- y la misteriosa dimensión que esconde. Nada más empezar nos presentan lo que parece un extraño experimento en un edificio de Nueva York, en el que una especie de cámara gigante traslúcida capta las ondas de dicha dimensión, y convoca monstruos -como el que mata a la pareja joven- y al propio agente Cooper. Se recupera también el relato criminal y policial, como el asesinato salvaje cuyo principal sospechoso (Matthew Lillard), afirma no recordar, aunque sus huellas le sitúen en la escena del crimen. Esto, por cierto, se presenta en los primeros capítulos, aunque luego no sabremos nada del asunto hasta varios episodios después, cuando se nos cuenta directamente su resolución, en un buen ejemplo de la estrategia narrativa no-lineal de esta temporada. Tras desvelarse la relación del asesinato con la misteriosa dimensión, el falso culpable acaba cruentamente decapitado en plan Bad Taste (Peter Jackson, 1987). Hay mucho gore en la serie y momentos de serie Z surrealista, como el enano, asesino a sueldo, armado con un punzón, Ike The Spike (Christophe Zajac-Denek). Pero lo mejor en cuanto a terror y atmósferas de pesadilla son los espeluznantes espectros que parecen salidos del cine mudo, extraños mineros negros como el carbón que se materializan para aterrorizar un pueblo -en blanco y negro- y que cometen sangrientos asesinatos. Por no hablar de los angustiosos gemidos de la mujer asiática sin ojos cuyo papel, por cierto, solo podemos intuir. Tampoco puedo olvidar a la inquietante Sarah Palmer (Grace Zabriskie), protagonista de momentos extrañísimos -cuando mira un antiguo combate de boxeo en bucle- y que acaba convirtiéndose en monstruo, despojándose de su rostro y cortando el cuello de un hombre. Para esto Lynch utiliza efectos especiales que, lejos de ser realistas, parecen sacados de una pintura surrealista, voluntariamente planos y de movimientos mecánicos, que aportan una textura verdaderamente única.




Todo esto nos lleva al gran final de la serie, dos capítulos absolutamente arrebatadores, llenos de extrañeza y poesía, en los que Lynch es todavía más atrevido y experimental: la larga escena de sexo entre Cooper y Diane (o su doble), entre suspiros y la canción My Prayer de The Platters; la sobreimpresión del rostro de Cooper sobre la escena del clímax -por llamarla de alguna manera- y la frase "vivimos dentro de un sueño". Y la duda ¿Quién es el soñador? ¿Cooper? Esto da paso al giro más atrevido de la historia de la televisión, volvemos a Fuego camina conmigo (1992) y al primer episodio de la serie, aquel piloto de 1990 que cambió la historia de la ficción catódica. Lynch hace algo tan esperanzador como triste: evita la muerte de Laura Palmer, evita los acontecimientos que veremos en Twin Peaks. Pero eso significa también, perderla para siempre. Lo mejor de toda la temporada, de este regreso, es probablemente su cierre. Una larga secuencia nocturna en la que el agente Cooper viaja con la supuesta Laura Palmer -un puntazo recuperar aquí a Sheryl Lee- al pueblo que tan bien conocemos. Un grito vuelve a colocar la serie en el misterio, donde pertenece.
