EN LOS ÚLTIMOS días se ha generado un cierto debate, tan vivo como efímero, acerca de la supuesta amenaza de Twitter para el futuro del periodismo. El debate ha sido intenso, es cierto, pero con esa fugacidad que tanto caracteriza lo que acontece en Internet.
Twitter es un peligro para el periodismo. De esta forma, se desahogaba Juan de Dios Colmenero, jefe de Nacional de Onda Cero, en Extraconfidencial.com. Su idea es que "los periodistas estamos cavando nuestra propia tumba sin darnos cuenta", que "la credibilidad no cuenta" y que el periodista está "tirando piedras contra su propio tejado"... Bien, es posible que no le falte algo de razón y que en Twitter se estén comentiendo algunos excesos, pero de ahí a descalificar a los periodistas tuiteros porque sean capaces de tuitear mientras se está produciendo una noticia hay un buen trecho. Primero porque no es incompatible hacerlo y, en segundo, lugar porque los excesos en Twitter no son sustancialmente superiores a los medios tradicionales. Es cierto que se ha publicado alguna noticia errónea y que se ha metido la pata de forma clamorosa, pero no mucho más de lo que a veces ocurre en la radio. No acabo de entender porqué en Twitter tiene que se un delito lo que con tanta indulgencia perdonamos en otros medios.
Todo es gratis en Twitter. Todo vale. El error de base, desde mi punto de vista, es considerar que en esta red social cabe de todo, con una ausencia clamorosa de códigos sin tener en cuenta los controles y cautelas que habitualmente rigen en el periodismo. Twitter, en todo caso, te puede poner sobre la pista de algo, pero no conozco a nadie que de forma mimética haya reproducido en su medio habitual una noticia por el mero hecho de haber aparecido antes en esta red social. Y esta es la prueba evidente de que ambos pueden coexistir, convivir y retroalimentarse. Twitter acrecienta la curiosidad del periodista y le coloca en una pista por la que fluye una cantidad ingente de información junto a algunos excesos y estupideces. La misión del periodista es separar el grano de la paja y elegir lo que más le guste, o le convenga, sin que esté obligado a tragárselo todo.
La explicación no es otra que el narcisismo del periodista. De todo lo que cuenta Colmenero es en la parte con la que estoy más en desacuerdo. Aquí cada uno cuenta la fiesta como le va y las experiencias son personales y difícilmente intercambiables o transferibles. Quiero decir que, en mi caso, tan importante como que me sigan es seguir a la gente y que el número de followers, con ser relevante no es tan decisivo como se pudiera creer. Sobre todo porque la actividad tuitera no no se genera en función del número de seguidores. Es más, Twitter es una herramienta más para que el periodista pueda interactuar con el lector o con el oyente, si ambos lo desean, opción que difícilmente se puede dar en los medios tradicionales. Twitter, según lo veo yo, se presenta como un complemento sin que ningún medio deba tener el más mínimo temor porque el periodista, igual que habla por teléfono, envía correos electrónicos o visita una página web, pueda tener vida propia en esta red social. Cada uno se debe al medio para el que trabaja pero eso no es, ni puede serlo, incompatible con la coexistencia que algunos defendemos. Es más, ningún periodista será nunca, por mucho que se empeñe, más importante que el medio que le paga la nómica. No se trata de eso.
Yo no creo, por tanto, que Twitter sea ningún peligro para el periodismo. Al contrario, pienso que el periodismo tiene otros muchos peligros que sí deberían movernos a la reflexión e incluso a la movilización. Pero esa es otra historia.