Revista Opinión

Ubórobo

Publicado el 31 diciembre 2019 por Carlosgu82

Me alegra infinitamente que acabe este año. Me llevo por segundo consecutivo una hostia increíble, haciendo de 2019 el peor año de mi vida hasta ahora…¿segura?

Me llevo el placer haber conocido personas excepcionales y de haber tenido oportunidad de reconocer alguna otra. Me llevo la suerte de haber entendido al fin que las cosas, las personas, son como son y no como a mí me gustaría que fueran.
Como no me conozco, quiero seguir avanzando. No paro, pero cuesta, aterra y ese miedo me frena. Hace que me pierda, que piense en darme por vencida y retroceder.

Hay un símbolo celta (que probablemente hubiera sido usado por otros pueblos indoeuropeos anteriores, posteriores y coetáneos) que me llama mucho la atención: el laberinto.

Busca el símbolo, es curioso, se trata de una espiral que se cierra sobre sí misma para después abrirse de nuevo, creando ese patrón laberíntico con la particularidad de disponer de un único camino.
No lo sé, no me tenses, no sé qué significado exacto habrá tenido a lo largo de los siglos. Pero probablemente en 2018, cuando estalló todo, me adentré en mi laberinto espiritual/emocional.

Probablemente lo estoy recorriendo en la única dirección posible: hacia delante. Cuando llegue al centro de mi verdad, mi ego, mi ser, sé que todo el dolor sufrido habrá sido de utilidad. Sé que todo cuanto he vivido me hace ser exactamente quien soy. Sé que, cuando pueda volver a recorrer el laberinto en sentido opuesto, hacia la salida, todo cuanto vea será menos aterrador. Sé que saldré del laberinto entera y más sabia, conociendo mejor a Sara y mucho mejor preparada que antes para todo aquello que venga después.

Venga va, 2020, allá vamos.


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