Las centrales sindicales siempre han interpretado la democracia de modo un tanto particular; ahora, tras haber intentado detener la actividad del país durante veinticuatro horas, con un éxito más que cuestionable, amenazan con acciones repetidas de esta catadura o con la violencia propia del país heleno. Se puede traducir de una forma bastante sencilla: Si el gobierno no cede a nuestras pretensiones, utilizaremos incluso la violencia, si es necesaria, para obtener nuestros fines. Cuestión que me saca del error en el que me encontraba; quien realmente gobierna es el sindicalismo, la izquierda democrática, que, desalojada del poder por las urnas, amenaza hasta con la violencia si no se ajusta el nuevo gobierno a sus mandatos. Esta demagogia barata, vestida de progresismo trasnochado, es propia de la idiosincrasia de nuestro socialismo de salón y Visa Platino, que encontraría una fácil solución en imitar los modelos de sindicatos alemanes o noruegos: Subsisten con las cuotas de sus afiliados, mientras en España reciben cientos de millones de euros anuales. Bastaría con que se viesen obligados, como todo hijo de vecino, a sostenerse con los ingresos propios en vez de con los impuestos ajenos, y en ese caso, tendrían más autoridad moral que la proporcionada por el miedo a perder sus subvenciones. Durante siete años vieron aumentar de modo alarmante el número de parados, pero se mantuvieron en silencio; a día de hoy y antes de cumplirse los cien días de un nuevo gobierno, sonó un alarido, pero no de protesta, sino de miedo a perder el status que no merecen.