El sociólogo alemán, uno de los intelectuales más influyentes de la actualidad, compara a Angela Merkel con Maquiavelo y afirma que el mayor desafío para la región en el siglo XXI consiste en reinventar los viejos nacionalismos para dar cabida a una visión cosmopolita de la convivencia entre los pueblos europeos
Mucho más que un conflicto económico, el tiempo convulsionado que vive Europa es, para el sociólogo Ulrich Beck, una crisis tanto política como simbólica. Y, por eso mismo, no se saldrá de ella con recetas financieras, sino con nuevos significados. “Tenemos que discutir cómo debería ser una Europa para el siglo XXI”, dice, y sugiere respuestas: una “Europa cosmopolita”, con Estados que conserven su identidad nacional pero participen en nuevas formas institucionales con mirada global, una comunidad ya no diseñada desde las elites sino construida por ciudadanos que se sientan y vivan como europeos.
Beck, de origen alemán y uno de los intelectuales europeos más influyentes, se mueve en ese lugar donde la teoría social (en la que ha dejado ya su huella con conceptos como “sociedad del riesgo” y “segunda modernidad”) se cruza con la intervención pública y crítica sobre el mundo. Así, ha denunciado repetidamente las consecuencias nefastas del neoliberalismo en cuestiones que van del trabajo y la pobreza a los problemas ambientales; junto con Daniel Cohn-Bendit, impulsó el año pasado el manifiesto “¡Somos Europa!”, que enseguida consiguió las firmas de numerosos intelectuales, en el que se proponía “reconstruir una Europa desde la base”. También critica con frecuencia las intervenciones de la canciller alemana Angela Merkel, a la que llama “reina informal de Europa”, al frente de la resolución de la crisis europea.
Beck pasó esta semana en la Argentina, invitado por la Fundación OSDE, la Universidad Nacional de San Martín (Unsam) y la Universidad Diego Portales, de Chile. Tuvo, como suele pasar con las figuras intelectuales renombradas, una agenda apretada: conferencias, recepción de un doctorado honoris causa en la Unsam, entrevistas, una reunión informal con investigadores jóvenes, la difusión de su último libro Una Europa alemana (Paidós), y a todo accedió con su estilo amable y su tono a la vez pedagógico y apasionado. El hilo conductor fue su mirada sobre el tembladeral en que se encuentra hoy la Unión Europea (UE). “Si el modelo europeo fracasa, no sólo será un fracaso para Europa, sino también para las esperanzas históricas en una civilización que pueda encontrar respuestas a los grandes riesgos globales”, dijo a ADNCULTURA.
-¿Cómo explicaría la crisis europea a un extranjero? A distancia, solemos verla como una crisis económica, financiera, de la eurozona. ¿En qué medida es también política y hasta simbólica, una crisis de la idea de Europa?
-Europa siempre ha estado en crisis, Europa es un sinónimo de crisis. Pero hasta ahora, la crisis era el primer paso para una nueva forma de integración política; la crisis era la forma específica del progreso de Europa. La situación actual es bastante diferente. La crisis actual fue en su génesis, por supuesto, económica, una crisis bancaria global que no fue generada por la UE, pero esta crisis no es sólo ni mayormente económica.
-¿Por qué?
-Es en esencia una crisis política, porque por primera vez experimentamos que Europa puede romperse. Eso es todavía un shock y una amenaza seria. Puede romperse no por la guerra, como en el pasado, sino por la anticipación de una catástrofe que no fue tomada seriamente ni tuvo respuestas políticas. En el momento más agudo de la crisis, las instituciones políticas no estaban preparadas ni tuvieron recursos para dar ninguna respuesta, y entonces el poder volvió a los Estados; entre ellos, el más sólido económicamente fue Alemania y la canciller Angela Merkel. En mi libro Una Europa alemana , sostengo que hay una afinidad entre Maquiavelo y Merkel, lo que llamo “el modelo Merkiavelo”, porque la naturaleza política y de personalidad de ella es la duda. No le gusta tomar decisiones, nunca dice claramente sí o no, dice claramente sí y no al mismo tiempo. Y esta clase de duda tuvo un doble efecto en la crisis: por un lado, no hubo soluciones y la situación se agravó. Por otro lado, demostró el nuevo poder de Alemania a los demás, porque vieron que dependían para su supervivencia económica del crédito alemán. Las instituciones son las mismas pero informalmente Alemania se convirtió en un imperio accidental. Nadie quería esto, no hubo un plan maestro para lograrlo, sucedió por los cambios en el paisaje político.
-En ese contexto, ¿está la identidad europea en riesgo de algún modo?
-No, no diría eso. No se puede entender Europa como una nación, no lo es, es un conjunto de naciones democráticas. Y nunca podría ser una nación porque eso implicaría que las otras naciones deberían desaparecer. Ésa es una imagen equivocada. Una nueva visión para una Unión Europea democrática podría ser lo que yo llamo una “Europa cosmopolita”, en la que se puedan ser muchas cosas al mismo tiempo. Cada uno tiene que reconocer la importancia de la diferencia y de la permanencia de la diferencia. Europa no tiene una identidad sino muchas y no tiene un demos como base de la democracia, sino muchos demoi , en diferentes niveles. Hablamos mucho de Europa en términos económicos, pero la economía fracasó no sólo en relación con la crisis financiera global, sino también en batallas abstractas que no se adecuan a la realidad europea. Le doy un ejemplo: los análisis económicos tienen dos modelos, el nacional y el internacional, y Europa no entra en ninguno de ellos. Así, los economistas proponen que Grecia o Italia abandonen la UE para solucionar los problemas de Europa. La UE es hasta ahora un contrato de una sola vía. Hay condiciones para entrar pero ninguna para salir. Si alguien quiere salir, deberían inventarse una serie de procedimientos que no existen. Tenemos que alejarnos de los análisis puramente económicos. El progreso básico sería discutir cómo debería ser una Europa para el siglo XXI. Deberíamos preguntarnos por qué Europa. Hay cuatro debates sobre esta cuestión que no se han dado hasta ahora.
-¿Cuáles son?
-En primer lugar, Europa es una demostración del milagro de enemigos que se volvieron vecinos. Es una manera interesante de ir más allá de una historia de enfrentamientos militares, sobre todo si se miran otras zonas del mundo hoy, como Corea del Norte. La segunda cuestión es que Europa no debería perderse en la era global. Una Alemania, una Italia, una Gran Bretaña poseuropeas no serían nada en relación con los problemas globales que hoy enfrentamos. Desde una perspectiva global, Europa es un contrato que reasegura la importancia de las naciones europeas. El tercer debate es que la modernidad europea -esa combinación de Estados nación, progreso y capitalismo, que tan naturalmente pensamos como modernidad- ha demostrado ser un proyecto suicida. Cuanto más triunfa este modelo, más problemas aparecen. Problemas ambientales, cambio climático, crisis financieras? y no tenemos las instituciones para responder a eso. La primera modernidad estaba mucho más relacionada con el siglo XIX; en el comienzo del siglo XXI, con un mundo interconectado, esas instituciones no funcionan. Un propósito para Europa sería inventar una modernidad para el siglo XXI, en términos básicos: reinventar la política, las instituciones, el control de los capitales, de las crisis financieras, de los problemas ambientales. El cuarto debate es reconocer que cuando hablamos de Europa, en general no hablamos de los Estados nación. Europa es una mezcla de instituciones europeas y Estados. No hay uno u otro, sino ambos. Y tal como hoy se ve la crisis, el Estado nación se ha convertido en un obstáculo para la UE. Tenemos que pensar cómo reinventar o abrir la idea de Estado nación, que ha sido desarrollada mayormente en el siglo XIX, para un mundo global y cosmopolita. Tenemos que imaginar lo que llamo una nación cosmopolita.
-Pero el Estado nación sigue siendo importante?
-Sí, pero debe cambiar, debe abrirse. Lo que estamos experimentando en Europa muy claramente es que el viejo nacionalismo es el enemigo de las naciones europeas. Hay que reinventar el interés nacional en términos cosmopolitas y cooperativos, para enfrentar esos desafíos.
-¿Qué rol están teniendo los intelectuales europeos para impulsar discusiones como las que usted propone?
-Es sorprendente ver qué silenciosos se han quedado muchos intelectuales en esta crisis. Realmente extraño sus voces. No hay muchas. Una situación de crisis podría convertirse en una situación de oportunidades, como sucedió en el pasado. Pero hasta el momento, eso no está pasando.
-¿En su opinión, la crisis europea está afectando la manera en que se ve el futuro de la democracia en otras regiones del mundo, como América Latina?
-Creo que sí. Ahora estamos en un momento decisivo. La situación de riesgo actual abre la posibilidad de respuestas políticas ambivalentes. Una, la tecnocrática, es el camino por el que está yendo ahora Europa, según el modelo alemán; otra podría ser la democrática. Por supuesto que están relacionadas, y que en un momento de crisis tiene que haber alguna respuesta tecnocrática, pero es sumamente importante tener una visión de democracia que vaya más allá de los Estados, que hasta ahora tuvieron una suerte de monopolio de la democracia. La idea de una pluralidad de demoi , en la que la gente pueda participar de distintas maneras, en diferentes estructuras legales, podría ser un modelo para los países, una forma de combinación y cooperación para naciones que no pueden actuar solas. Los problemas básicos hoy en Europa y en otros países, los desafíos del siglo XXI no se pueden resolver si los países permanecen atados a un nacionalismo estatal. Hay que abrir la democracia y las instituciones políticas y en ese sentido, si el modelo europeo fracasa, no sólo será un fracaso para Europa, sino también para las esperanzas históricas en una civilización que pueda encontrar respuestas a los grandes riesgos globales.
-Eso sería una Europa “de abajo hacia arriba”, como usted escribió.
-Sí, ése es uno de los temas centrales, porque Europa hasta ahora ha sido un proyecto de las elites, que de alguna manera pensaron que la gente no estaba lista para hacerse cargo de Europa. Las elites económicas y políticas ganaron con Europa. Pero la mayoría de los ciudadanos, especialmente los trabajadores, son los perdedores de la integración europea, porque están amenazados por nuevas formas de competencia, pueden ser sustituidos por trabajadores más baratos en distintos países. Hay que pensar en Europa desde el punto de vista de los ciudadanos. Debería haber una Europa en la que la libertad de la gente vaya más allá del nivel nacional, debería haber un sistema europeo de seguridad social, y deberíamos pensar en nuevas formas para la democracia europea. Los ciudadanos tienen derechos formales en las instituciones pero no viven según esos derechos. Dependen mucho más todavía de una visión nacional de la ciudadanía. Tenemos una Europa sin ciudadanos europeos.
-¿Ve algún futuro en los movimientos de protesta, como el de los indignados?
-Sí, hay una sociedad civil que está creciendo, que toma sus libertades más seriamente que antes. El obstáculo básico de la crisis europea es que es una crisis de pensamiento, de definición de nosotros mismos. Estamos pensando todo en términos nacionales: democracia, identidad, parlamentos, derechos. Institucionalmente Europa es mucho más que eso, pero incluso los movimientos de protesta están presos de esta mirada nacional. Espero que llegue el día en que estén conectados, en un movimiento europeo con una visión de una Europa diferente. Hasta ahora existe una dicotomía entre Europa y el Estado nación, que es totalmente equivocada. Si tiene que haber una alternativa, si no queremos las instituciones de Bruselas, deberíamos pensar en una Europa cosmopolita. Y debería provenir de los movimientos sociales, pero también de las instituciones. Hay un proceso de aprendizaje que se está desarrollando. Cuanto más los líderes europeos miran la catástrofe a los ojos, más movilizan fuerzas para inventar nuevos tipos de instituciones. Si existiera una conexión entre los políticos que están inventando nuevas formas institucionales y los ciudadanos que protestan, lo que podría pasar fácilmente, la situación cambiaría profundamente.
-Es una cuestión de ideas.
-Sí, y de superar las barreras nacionales en nuestra manera de pensar. La crisis no ha terminado, no hay solución a la vista, todavía puede haber una ruptura en la eurozona y hasta en la UE.
-¿Por cuánto tiempo puede extenderse este estado de cosas?
-No sé. Si esto sigue como hasta ahora, y ya lleva tres años, la idea de Europa puede agotarse. Puede haber una Europa, pero sería una Europa entristecida, bajo presión, en la que nadie confiará en nadie, que reinventaría estereotipos nacionales. Sería la muerte lenta de Europa. Lamento decir esto, pero Alemania no tomó a Europa como la preocupación central, sino que Europa se definió en términos alemanes. Por nuestros antecedentes, en Alemania, “poder” es una palabra tabú. Tenemos el poder pero nadie lo dice, decimos que estamos “asumiendo la responsabilidad”. Ser los que hoy guían a Europa es una buena sensación para Alemania, es pasar del pasado nazi a ser quienes pueden llevar a la UE a la salida de la crisis.
Entrevista publicada en La Nación (Argentina), 19/04/2013