Invítame a la fiesta del perro meando. Soy un truhán que no respira, invítame la negocio de la cornisa helada. Necesito otros sucedáneos para su amor.
Ella conoce los cataclismos que acontecen por estos lugares, invítala también a ella, llegará a conocerte como si fueses su hijo, pues en realidad lo eres. Las circunstancias navegan por tu mar, pero no lo siento. Sentiría dejarte por las buenas, sentiría reventarte los tímpanos con mi protesta.
Quiero bailar contigo hasta que se acabe la noche o ella acabe con nosotros. Quiero el mar cálido, la fruta prohibida y el sabor lejano. Es mi última oportunidad y resultaría penoso no aprovecharla. ¿Verdad que me entiendes? Tú lo sabes todo cuando te invito a otra copa. Me ignoras y piensas que soy un payaso. Cómo no te pares te mato, ponte ahí y no protestes, me sueltas desde aquella altura que aparece al no tener nada que no sea el propio placer. El placer de las diosas nacidas en el agua bendita de nuestras tristezas.
Mis tristezas nacen de la fuente de los presagios; por eso busco la salida del cuarto de baño, o tal vez sea la de incendios; no, no me entiendes. El ritmo de otra sangre circula por mis manos, tengo poco tiempo para perderlo con excusas baratas. Sigilosamente, caen los fallos de los crupieres que esconden otras cartas. El color de los ojos, el susurro del insulto. Ahora descubro tu verdadero rostro: Quiero bailar contigo hasta que se acabe la noche o ella acabe con nosotros.
Invítame a la fiesta del perro meando, que alguien pregunte por los postres, el perro ya no ladra, levántate y respira, yo soy tu Dios, tú eres Lázaro. Levántate y baila.