Revista Educación

Último vaporetto

Por Siempreenmedio @Siempreblog

Último vaporetto

6 octubre 2013 por JLeoncioG

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Nos habíamos alejado de la Venecia turística.

No he estado en Venecia. Casi que no he estado en ningún sitio, más que en mi calle, en mi plaza y en mi playa. Pero, aún así, he visitado muchos lugares remotos, desde Nueva Zelanda hasta Perú, transportado y guiado por las historias que regalan mis amigos viajeros.

Nunca me he subido en un vaporetto, pero cuento esta historia como si fueran los míos los zapatos que se mojaron un poco al saltar del gran canal a aquella estación oscura, en la que debíamos hacer transbordo para volver por nuestros “pasos” hacia el hotel. Era noche de septiembre, la ciudad olía a humedad, a una humedad antigua de piedras y charcos, restos de la pleamar en esas calles tan inspiradoras y románticas, tan comerciales y turísticas.

Dimos un saltito para subir los escalones en sombras del embarcadero, casi de película de Woody Allen, lejos del glamour de las góndolas y de Piazza San Marco. Nos sentamos allí, persiguiendo con la mirada los mosquitos que revoloteaban sobre la bombilla mugrienta, en un minuto vacío de interés. Cansados, hambrientos y víctimas de una sed atosigante.

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Esperábamos al último vaporetto

Estábamos en esas cuando llegó. Con el pelo desordenado, largo y blanquecino, amarrado en un moño sobado y ajado, trozo de cabo o cordel, la camisa medio amarillenta, el pantalón del chándal circundando la barriga prominente y una riñonera Puma que había vivido épocas mejores.

Nos habló en un inglés contaminado de acentos venecianos, o yo qué sé de dónde. Preguntó sin alzar la voz, sin alegría y casi sin curiosidad ¿quiénes éramos? ¿qué hacíamos allí en aquella estación olvidada? ¿a dónde íbamos? ¿por qué nos íbamos? o ¿por qué nos quedábamos? Y después de preguntar y contestar, compartimos el humo de un poco de marihuana, de sabor peculiar, fresca y pesada al mismo tiempo.

Fue un encuentro familiar, pese a que no conocíamos de nada a aquel “hombre raro”. Y cuando llegó el vaporetto de nuevo, el último de los que circulaban aquella tarde, subimos todos en él; en la siguiente estación nos despedimos, cruzamos nuestras miradas cómplices y hasta algo burlones contaminados como íbamos por el aroma agreste de la hierba, y nos estrechamos las manos; cuando salté de nuevo a tierra, y subí los dos primeros peldaños tuve que pararme a coger resuello, colocarme bien la riñonera y apretarme el moño. Mientras, la barcaza se alejaba con un suave siseo sobre el canal con los turistas en la proa, sin mirar atrás.

Pd: Este relato está inspirado en el cuento ‘Lejana’ de Julio Cortázar, de hecho su desenlace es casi el mismo y lo he escrito como un ejercicio de estilo a partir de una anécdota. La historia es casi real y agradezco mucho a mis amigos viajeros JC y L, por la historia y por las fotos, porque sus viajes son mis viajes. Qué suerte tengo que me los cuenten.


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