Con humildad fingida para que los militantes contestaran “¡No, no, el culpable es Rajoy!”, José Luis Rodríguez Zapatero admitió en un mitin en Lugo que se siente “el responsable de todas las personas sin empleo y que viven en la desesperanza ante la falta de trabajo”.
Cinco millones de parados, sí, un gran fracaso.
Pero poco antes de ese mitin Zapatero había vivido otro desastre consecuencia de sus ocho años de política exterior, que han convertido a España en un país irrelevante donde más pesaba: Iberoamérica.
Ocurrió los días 28 y 29 de octubre en Asunción, Paraguay, donde se celebró la XXI Cumbre Iberoamericana.
Allí, ni siquiera quisieron asistir representantes de primer nivel de 11 de los 22 países convocados, entre ellos Cuba, Venezuela, Argentina, Brasil o Colombia.
En América Zapatero ha convertido a la antes influyente España en un nada vacuo y sin personalidad, y ni siquiera el castrismo, que tanto protege para que sea bueno, le es fidel.
Todo es por su buenismo: llegó al poder cediendo ventajas obtenidas por el gobierno Aznar en la UE, y Bruselas, París y Berlín lo tomaron por un ingenuo hasta convertirlo en un nadie internacional.
Tanto, que ni siquiera consiguió que su admirado Barack Obama pusiera pie en España en sus múltiples viajes por la zona, a pesar de haber cedido a todas sus exigencias como la de participar en sus guerras o devolverle la Base de Rota a EE.UU.
Sus ministros de Exteriores son su espejo: uno, apoyando su Alianza de Civilizaciones, una broma menos para quien cobra de ella, y la titular actual, que suspendió dos veces el ingreso en la Escuela Diplomática, cuando ya entraban muchas mujeres.
Síntesis del bajo nivel gubernamental, político y académico, que arruinó y desacreditó a España.
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