Revista Opinión

Ultraviolencia e ideología: Un análisis de los disturbios

Publicado el 29 octubre 2014 por Polikracia @polikracia

La ultraviolencia es un término introducido por Anthony Burguess en su novela La Naranja Mecánica que designa actos de extrema violencia a menudo sin justificación, donde las víctimas son escogidas al azar. Se trata básicamente de la violencia por la violencia. La película de Stanley Kubrick con el mismo nombre parece ser un alegato con tímida moraleja sobre esta violencia injustificada. No obstante existen importantes componentes de esta ultraviolencia que pueden ser explicados racionalmente con la ayuda del concepto de “ideología”.

Un grupo de jóvenes desempleados londinenses extremadamente agresivos muelen a palos a un indigente sólo por placer. Otro grupo de jóvenes desempleados londinenses extremadamente agresivos destrozan las lonas de los centros comerciales, saquean su interior y luego le prenden fuego. Estos dos sucesos pueden parecernos lamentablemente reales pero a la vez irracionales y alejados de la “norma social”, es decir, de lo socialmente correcto. En la primera, se narra muy por encima una escena de “La Naranja Mecánica” (“Clockwork Orange”, de Stanley Kubrick), película dedicada íntegramente a describir el proceso de utraviolencia, a definirlo e incluso a plasmar una tímida moraleja. En la segunda, salimos de la ficción y entramos en la realidad callejera: los Riots de Londres del 2011, sucesos sociológicamente poco y mal explicados como un estallido social espontáneo sin muchas causas, irracional.

Se solía comentar sobre estos “vándalos”, como se puede comentar sobre otros “vándalos” en París a finales de los años 90, en 2005 o en 2013 y como también se puede comentar sobre Alex DeLarge y su grupo en La Naranja Mecánica que “no sabían lo que hacían, pero lo seguían haciendo”. Con estas mismas palabras Karl Marx define en el tomo primero del Capital la ideología. Se entiende por ideología el conjunto de valores sociales e ideas acerca de la sociedad, del sistema general o de alguna de sus partes, que puede orientarse hacia la conservación del todo o su transformación (ideología progresista o conservadora) y que constan de dos partes: una representación o imagen del sistema valorado y una guía o programa de acción sobre él. Los aportes de Marx, Gramsci y Umberto Eco más recientemente han establecido, según su esquema de sociedad dividida en clase dominante y clase dominada, que toda sociedad tiene una ideología dominante que corresponde a la ideología de la clase dominante. El posterior concepto de “hegemonía” acuñado por el filósofo y político Antonio Gramsci da una explicación de cómo esta ideología dominante consigue meterse debajo de la piel de los dominados e impregnar muchos actos de la vida cotidiana con una ideología ajena a ellos e incluso contraria a ellos (“Sé emprendedor trabajando en la obra”). Obviamente esta ideología dominante no es monolítica ni está libre de grietas ni tampoco determina todo en nuestras vidas pero veremos con el estudio de la “ultraviolencia”, un fenómeno aparentemente desprovisto de ideología, cómo esta ideología dominante vive debajo de nuestra piel y guía muchas de nuestras acciones que parecen irracionales o inconscientes.

Ultraviolencia e ideología: Un análisis de los disturbios

Volvamos a la cuestión de los disturbios en Londres y París. Salvando las distancias entre dos casos y contextos tan diferentes, estos disturbios se produjeron sobre todo en la periferia de las capitales, fueron protagonizados por jóvenes desempleados en ocasiones de origen extranjero marginados por la sociedad (el sociólogo Félix Tezanos los llama “infraclases”) y se sitúan en un vacío ideológico-discursivo de la “no-alternativa” (es decir, no hay un contra-discurso acerca del sistema que los margina) lo que impide canalizar toda esa rabia y “violencia gratuita” en una respuesta social organizada y con objetivos. Como ya hemos comentado se presentan como actos injustificados e incluso irracionales de frustración social (definición por sí misma contradictoria) por los “analistas” y los medios de comunicación.

En estos hechos hubo varios muertos con un perfil muy parecido: habitantes de la periferia, musulmanes, desempleados y menores de treinta años. La estupenda película de Mathieu Kossowitz, “El Odio” (“La Haine”) nos introduce de lleno en estas revueltas periféricas, motivadas por un odio acumulado con una capacidad destructiva inmensa. En la película se puede ver como un grupo de tres personajes muy diferentes entre sí (un judío, un árabe y un africano) pero que comparten barrio y problemáticas se ven afectados por los disturbios de París de finales de los 90 y se acaban uniendo a ese difuso movimiento de una manera completamente desorganizada y no razonada: el barrio se ve atacado por la policía que busca venganza por los disturbios que se generan en la periferia. Este “acto de seguridad pública” como se anuncia desde arriba se lee por los personajes principales y todo el barrio como una invasión de un agente externo que nunca se ha manifestado en su barrio nada más que para represaliar: el Estado y sus “agentes del orden”. De esta manera, esta periferia pegada al centro neurálgico de Francia pero a la vez apartado de todos los beneficios que puede acarrear el “centro” se siente completamente ajena al París (o Londres o Fergusson) que sale por la tele, que se estudia en los colegios. Existe no solo un diferencial de expectativas que abona el campo para un descontento y desconfianza futuras, sino un verdadero freno al desarrollo humano de una gran cantidad de barrios que, limitados en sus expectativas, sus sueños y su propia naturaleza,estallan en unos disturbios ultraviolentos.

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¿Dónde está la ideología en todo esto? Parece que más allá de una defensa tribal del barrio frente a un agente externo (endogrupo-exogrupo) no encontramos nada. Pero ¿qué ocurriría si estos barrios periféricos generadores de elementos desempleados o subempleados, con un nivel de formación “de utilidades” (para el sistema claro) muy bajo tuvieran su función, su utilidad social dentro del sistema de la “gran ciudad” capitalista? Estas “islas” alrededor de las grandes ciudades, donde nacen los Alex DeLarge, los Travis Buckle (que en realidad son el continente y las islas son el centro…) generan como hemos dicho todo un ejército de desempleados y subempleados que empuja muy a la baja el nivel del salario mínimo en todo el país (algo que un barbudo hace mucho tiempo denominó la función principal del ejército de reserva industrial, es decir, la función del paro). La ideología también se puede encontrar en el afán segregacional en la periferia con una estadísticamente quasi-perfecta separación étnica entre centro y periferia. Tal vez haya mucho de intencional en el razonamiento utilizado, pero lo que está claro es que es un statu quo que beneficia a unos pocos y que la reproducción social de este fenómeno no se ha visto afectada en mucho tiempo (debe ser por lo tanto útil para alguien). Como expresó el geógrafo David Harvey en una entrevista de www.theclinic.cl:

“Porque la estructura de la ciudad es el producto de la dinámica capitalista. Parte del problema proviene de la acumulación de capital en las ciudades, que funcionan como fuentes de producción de dinero. Esa enorme acumulación de capital, como necesita rentabilizarse, se vuelca hacia inversiones en la producción de espacios urbanos, la construcción de condominios y de estructuras de gran escala, que luego, a su vez, se transforman en la estructura de clases, en la forma que toman las ciudades. Construir en la ciudad es un negocio muy rentable, pero el tipo de construcción más rentable está destinado a los estratos socioeconómicos altos. Entonces se construyen condominios exclusivos para la gente rica, y simultáneamente se reduce la inversión en viviendas asequibles a la población pobre.”

La ideología, no la ideología manifiesta que se anuncia cuando te lo sugiere una encuesta o una pregunta, sino la ideología latente que se manifiesta de una manera inconsciente, la que de verdad “mueve nuestros hilos” se encuentra mucho más profunda en nuestra mente. Es preciso indagar en los comportamientos utraviolentos para encontrarla.

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¿Por qué decimos que los disturbios de Londres, de París son fenómenos de ultraviolencia, es decir, de violencia por la violencia? En primer lugar por su componente desorganizado: se trata de una espiral creciente de descontento y de rabia que no encuentra salida ni fuga (ni siquiera a través de las drogas, un elemento central en esta problemática) ya que no hay un grupo promotor, una vanguardia o siquiera un núcleo organizado de personas que lo promueven conscientemente, con una estrategia, táctica y objetivos concretos, a diferencia de un Golpe de Estado, de una Revolución etc. En segundo lugar porque esta espiral, pese a que ascienda y busque una dirección por encima de las capas populares, tiene una dirección difusa, incierta y vaporosa. No está dirigida al Estado para socavar sus bases (pero a la vez señala y combate a las fuerzas del orden), no está dirigida hacia el poder económico como núcleo de todos los problemas (pero se atacan y desvalijan centros comerciales, bancos…), no se dirige hacia las capas altas y medias de la sociedad como chivo expiatorio o como “venganza de clase” (pero a la vez se les intimida, se invade sus barrios residenciales y se queman sus coches). No se dirige porque no hay un análisis, no hay “razones”.

Pero es justamente en los comportamientos menos reflexionados, más desideologizados aparentemente en los que se esconde la verdadera ideología que empapa nuestra médula. Cuando los chavs, la racaille, elementos desideologizados y marginados de la periferia, destruyen y SAQUEAN los centros comerciales tanto sus acciones como nuestras reacciones responden a una lógica de la ideología dominante: “Lo peor no es que quemen o destruyan, ES QUE NO PAGAN LAS COSAS”. La motivación más clara, la razón más concreta dentro de estas revueltas es el mandato al consumo, el mandato al goce. Incluso cuando se intenta articular una rebelión, una revuelta contra el sistema que los excluye, que los aliena y que los objetiviza, incluso cuando se intenta salir de la lógica del sistema y su constelación de ideas (consumo, goce) combatiéndolo frontalmente, se cae de lleno en su ideología dominante y en vez de destruir, de la violencia por la violencia, acaban consumiendo. En un momento de llevar al límite las acciones contra el sistema, se lleva al límite a la vez la propia ideología del sistema: el consumo extremo, es decir, el consumo perfecto, el consumo sin pagar. En ningún momento, al menos cognitivamente, ideológicamente, no han salido de la lógica del sistema.

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Llegados a este punto quisiera despejar una posible explicación neoliberal al respecto, con la que se querría atribuir a la cultura del consumo un carácter biológico, natural o universal del ser humano. Basta con saber un poco de historia y otro poco de antropología (o simplemente tener una mente abierta, no dogmática) para conocer cientos y cientos de experiencias culturales, históricas y antropológicas en las que la cultura del consumo no forma parte de la constelación de valores principales de la sociedad. El consumo básico (agua, comida) es obviamente biológico, pero como bien explicó Marx hace mucho tiempo, el fenómeno del “consumo mínimo” y de la “cultura del consumo” es un hecho cultural: a mayor desarrollo de una sociedad, mayores necesidades mínimas de consumo vital necesitan las personas que viven en esa sociedad.

Estos fenómenos de ultraviolencia que como podemos ver tienen un poso ideológico bastante crudo y fuerte son cada vez más frecuentes. La existencia de una complicada maraña mediática, académica, cultural que difumina lo evidente, esconde realidades y mastica y nos vomita sus realidades de laboratorio a menudo con un lenguaje complicado para que parezca desideologizado, crea sujetos que no son capaces de subjetivizar e interiorizar toda esta cantidad de información objetivizada (sujeto incapaz de entender el mundo que lo rodea). Además la inexistencia de un contra-discurso ideológico, de una vanguardia-grupo promotor y de una reflexión de clase generan estos conocidos episodios de ultraviolencia, a menudo autodestructiva.

Es la historia al fin y al cabo de Travis Buckle en “Taxi driver”, un elemento marginado por los poderes estatales y económicos que lo marginan y que acaba por estallar contra no se sabe muy bien qué: al principio contra “lo político”, luego contra un prostíbulo, finalmente contra sí mismo. No es casualidad que la película acabe con una matanza en un burdel y Travis Buckle apuntándose con su dedo a la cabeza. El mensaje es claro: ultraviolencia no canalizada es autodestrucción.

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