Daniel de Pablo Maroto, ocd
Convento de La Santa-Ávila
Año de 1562, en la ciudad de Ávila, sin ruido ni propaganda, sin que las gentes de la Ciudad se dieran cuenta de la trascendencia del acto, una monja del convento de La Encarnación, doña Teresa de Ahumada, dio origen a una institución religiosa: las Carmelitas Descalzas, que todavía sobrevive y es conocida en todo el mundo: EL CONVENTO de “SAN JOSÉ” (“Las Madres”). Como prueba testifical, me gusta trascribir el acta notarial del hecho histórico redactado por mano de Teresa como lo haría un funcionario del rey Don Felipe: “Pues todo concertado, fue el Señor servido que, día de San Bartolomé, tomaron el hábito algunas […] y con toda autoridad y fuerza quedó hecho nuestro monasterio” (Vida, 36, 5). Era el comienzo de una fuente de vida espiritual que todavía perdura y sigue nutriendo de historia y santidad a la Iglesia.
1 – Un precedente: el convento de La Encarnación con sus claros y sombras
Para comprender el sentido de la Reforma de la orden del Carmen que Santa Teresa inició en el convento de San José es necesario confrontarla con la fuente originaria donde bebió la fundadora Teresa: el convento carmelitano de La Encarnación donde vivió 27 años más 3 de priora. El diseño de la vida de la comunidad carmelitana del convento la marcaban las Constituciones que hoy nos son bien conocidas y que no puedo resumir por falta de espacio; pero, en cualquier caso, los historiadores saben que no son la mejor fuente de investigación de la vida real que se vivía el convento abulense porque proponen el ideal de la vida y el cumplimiento tiene que ser confirmado con la historia del convento diseñada en las historias científicas del monasterio o las confesiones de las protagonistas, como es el caso de Doña Teresa.
Paralela a esa visión de vida carmelitana durante la permanencia de Doña Teresa en el convento es la que ofrece su cronista del siglo XVII, Doña María Pinel, en el Retablo de Carmelitas, Madrid, EDE, 1981. No es una historia crítica, una visión de la vida real del monasterio, sino un relato idealizado y una exaltación de su admirada madre “Santa Teresa” y, en consecuencia, de la comunidad existente en su tiempo. Es cierto que, después del priorato de la madre Teresa (1571-1574) la vida del convento cambió, sin duda con la ayuda de san Juan de la Cruz que Teresa trajo como confesor. No hay espacio en una hoja volandera para poner ejemplos de la vida del convento que pasó de las 40 monjas que lo habitaban cuando ingresó Doña Teresa en 1535 a las 200 en 1565 y que en el priorato de Teresa descendió a 130, como reseñó en una de sus cartas.
Una visión más crítica y cercana a la realidad histórica del convento de La Encarnación en tiempos de la Santa es la que ofrece Nicolás González, La ciudad de las carmelitas en tiempos de Doña Teresa de Ahumada, Ávila, 2011. Con razón dice que más se parecía a una “ciudad” que a un convento donde se habían introducido algunas costumbres extrañas en un convento de monjas; por poner algún ejemplo, la priora tenía su peculio o salario; algunas monjas, “Doñas” de familias nobles, tenían su apartamento y su criada y alguna familiar (Teresa usó con abundancia de esta costumbre); en el convento residían mujeres que no eran monjas, pero pagaban un “sueldo” a la comunidad y por eso las autoridades tenían “interés” en su permanencia, como indica Doña María Pinel; la clausura era norma de vida en las Constituciones, pero no se cumplía; algunas buscaban la alimentación en sus familias y amistades porque en casa les daban sólo pan, como reconoce la misma Teresa en su priorato. etc. En conclusión: algunas monjas eran “ricas” aun viviendo en casa “pobre” y las que no tenían esos medios, a pasar hambre o pedir ayuda a sus familiares.
Aun siendo ciertas estas conclusiones, no olvidemos que otras fuentes afirman que, junto a la mediocridad de vida de la mayoría, existía un pequeño núcleo de monjas que eran cumplidoras de su vocación carmelitana, como recuerda también, junto con las críticas, las alabanzas de madre Teresa. Recuerdo a los lectores de pasada que una fuente importante para conocer la vida interna de la comunidad son los apuntes que dejó el general de la orden, Juan Bautista Rubeo, en su visita al convento en 1567 y ya publicadas.
2 – El convento de La Encarnación, visión crítica de Teresa
Es verdad que en alguna ocasión la madre Teresa alaba la santidad de su convento de La Encarnación porque en ella vivían monjas ejemplares como lo demuestra el hecho de que unas 30 la acompañaron en la aventura de su Reforma, y todavía quedaban -como dice ella- otras muchas que podían fundar instituciones religiosas; en general, Teresa es muy crítica con la vida que se hacía en su convento, aunque discreta e inteligentemente la envuelve en la crisis general en que vegetaban muchos conventos de su tiempo (ver Vida,7, 2-9). Deduzco del texto teresiano que uno de los fundamentos de la decadencia de la vida claustral era el deficiente o nulo cumplimiento de la clausura, en la que insistió el concilio de Trento e impuso la fundadora Teresa en sus fundaciones.
Sospecho que, con esa referencia a la deficiente vida cristiana en los conventos de su tiempo, Teresa, de modo inteligente y subliminal, pretende demostrar a los lectores la diferencia espiritual existente entre el antiguo modo de vida (La Encarnación) y el nuevo (San José); y, en consecuencia, que su crónica resulta una apología de la “Reforma” de la orden del Carmen como necesaria. Por eso el lector encontrará en los textos de la madre Teresa la apología de una vida santa de algunas monjas de su convento de origen; y, al mismo tiempo, una crítica feroz de la mayoría que vivía perdidamente. Y, sobre ese claroscuro de la narración, aparece luminosa la vida de la “novedad”: el convento de San José. La situación moral del convento de La Encarnación ha quedado clara con la referencia ya hecha a su historia real no idealizada.
3 – El diseño de una nueva vida: el convento de San José de Ávila
La “vida” inaugurada el 24 de agosto de 1562 en el convento de San José de Ávila significó una “novedad” en la historia de la orden del Carmen conocida, con toda razón, como la “Reforma del Carmelo”. Las “novedades” de la nueva institución son muchas que no caben en un breve diseño de una hoja informativa que se la lleva el viento; pero como aproximación al hecho histórico, recuerdo los más conocidos del nuevo diseño de la vida religiosa. Son meros apuntes que tienen que completarse con otras fuentes y estudios.
En primer lugar, la reducción de la casa-convento, que marcaba un contraste con el convento de La Encarnación, un lugar para albergar un “número” reducido de monjas inicialmente a 12 o 13, recordando el “colegio” de Cristo que preside el grupo de apóstoles y de monjas. Impuso un control riguroso para aceptar a las novicias; importaba mucho la selección al tratarse de una vida rigurosa y una comunidad pequeña de número. La estricta selección se imponía como necesidad al ser una comunidad restringida de número. Eso favorecía la fraternidad y la igualdad. Las “dotes” o aportación económica a la comunidad no era problema su cuantía; pero si venían las postulantes ricas con abundantes aportaciones, no las despreciaba. La “clausura” era rigurosa no solo para no salir del convento, sino controlando todo contacto con el exterior.
Estaba prohibido el uso del distintivo social del “Doña” porque todas las candidatas eran iguales y no había distinción de clases sociales que favorecía el sentido de hermandad o igualdad de todas las candidatas. Impuso la ley del trabajo de manos; por eso -no deja de ser una curiosidad en la vida comunitaria-, se ejercía también en los dos momentos del “recreo” comunitario el uso de la “rueca”. La vida ascética se impuso como compañera de la vida orante, que era el alma del vivir dentro de una tradición espiritual de los orígenes de la vida en el Monte Carmelo. La vida rigurosa de la Reforma teresiana favorecía también las experiencias místicas.
Y, finalmente, lo más importante: la vida del Carmelo reformado por la madre Teresa tenía una finalidad apostólica en el sentido de que el proyecto final era la santificación de las personas en un ambiente óptimo no sólo para conseguir la propia santificación, sino para ayudar a la Iglesia “en grandes necesidades”. No podemos excluir del proyecto teresiano de una vida “reformada” sin tener en cuenta la finalidad de contraponer esa vida a la expansión del luteranismo en Europa, como lo expone al comienzo del Camino de perfección.
La vida del Carmelo reformado por la Madre Teresa no consiste solo en este breve esquema de vida; es esto y mucho más. Lo propuesto es una invitación a profundizar en el camino abierto por la Fundadora que debería estar siempre abierto a nuevas renovaciones.