Revista Cultura y Ocio

Un abrazo de tela.

Por Jesús Marcial Grande Gutiérrez
Un abrazo de tela.
Era una mujer argentina de nombre alegre. Era mi alumna primera: cada día la primera en llegar, siempre en primera fila, la más pronta en prestar atención y ponerse a trabajar... Acudía a la escuela como al supermercado de la vida: en busca de los productos básicos, de primera necesidad... y no porque estuviera muy falta de ellos  (estaba informada de las noticias, tenía conocimientos, podía expresarse con claridad...) sino por reforzarlos y aprovechar el tiempo. Quizá por mejorar la letra que, eso sí, llegaba a ser indescifrable como la de los médicos. Se apreciaba en ella una mayor sensibilidad que en el resto. Tenía sus años y era discreta, no quería destacar.  Mantenía las distancias; no era demasiado efusiva pero siempre era cortés y respetuosa, siempre dedicándote palabras justas y educadas. Su situación era difícil, su estancia forzada, sus amistades lejanas, su estado precario... Pese a ello no le faltaban detalles con sus profesores: pequeños portafotos artesanos, alguna lectura interesante... Un día me regaló una bufanda. Era una bufanda ligera, de felpa, muy sencilla; pero, dada su situación de necesidad, se trataba de un regalo fabuloso. Se la habían enviado de Argentina, vete a saber cómo, pues el dinero era escaso.   
Resultó que ese día me anegaba la tristeza. Me sentía rodeado de soledad. Acepé su bufanda con emoción y le di un beso agradecido. Al llegar a casa me la puse. Noté el cuello ungido por un cálido abrazo. Una caricia mullida me envolvió con un bucle de tela. Abrigado por el afecto me sentí mejor, casi alegre. Llevo varios días con ella al cuello bajo la mirada cómplice de mi alumna. Este abrazo en la distancia me conmueve y me reanima. ¡Hay que ver, como puede abrigarse el alma con tan poca tela!  

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