Siento que mi muerte se anuncia entre el vaho que dejé en el cristal, pero nadie lo entiende. Nadie consigue ver lo que llevo años intentando gritar entre nota y nota, o lo que he dejado caer aquellas noches de abril en la que sabían que en mi aniversario me encontrarían sola junto a un globo explotado.
En un inicio sospechaba que no era yo, sino ellos. Gente que sabe mirar alrededor de su cintura pero no más allá de su nariz. Personas que van y vienen como les viene en gana, que no saben estarse quietos, y si lo aprenden, se quedan tan parados que no saben luchar por los objetos que van disparados a ellos.
Empiezo a darme cuenta de que soy yo. No que tenga un problema, ni de que sea peor que el resto. Simplemente, soy yo.
Alguien que no llama la atención, que no es digna de ser tomada en serio, ni de luchar por ella a cada instante. Soy alguien que hace las cosas con tanta facilidad, que razona por sí misma como apenas algunos logran siquiera hacer con ayuda, y que sabe defenderse tan bien sola, que nadie se para a observarme. A nadie le interesa acercarse a alguien que puede caminar sólo, y que puede vivir sin miedo a que los demás le señalen.
Siento que mi muerte se anuncia, y me llevo del universo que he conocido la imagen más caótica que existe. El mundo no está preparado para diferenciar entre la fuerza de una persona y la necesidad de amar, de compartir, de querer. No está preparado para un pensamiento positivo.
El mundo es egoísta. Tan egoísta, que hasta los buenos se están convirtiendo en pésimos para no ser tontos frente a los demás.
Triste mundo. Triste lugar.