Restaban varias horas para que amaneciera cuando David saltó del lecho y salió con prisa de su alcoba. Un gigantesco fuego avivado por el viento se consumía en el patio. Con vigor, ajustó el pantalón de seda ciñendo a su cintura el cinto decorado de piedras incrustadas. A tientas, se ató las tiras de las mangas y las de las perneras sin molestarse en detenerse para ello. Su piel curtida brilló con la llama de un candil que colgaba demasiado bajo y con el cual se golpeó en la frente. A través de las celosías de las balconadas vio la calle cubierta de oscuridad y el tupido velo de la niebla que sólo se iba con la llegada del amanecer.
Sigiloso, fue detrás de la casa donde los establos y las porquerizas se veían en tinieblas a excepción de un rincón donde un fuego que él pedía que dejaran encendido iluminaba una parcela de tierra, en la cual le esperaba su caballo dispuesto para llevarlo a la playa del Cámbrico.
Hacía meses que había descubierto que cuando todos dormían, un par de trilobites carroñeros que se creían extinguidos sumergían de las azules aguas del mar para jugar con las gaviotas.
David lo descubrió un día de invierno en que desvelado por culpa de un amor desafortunado salió a pasear y los vio recostados a la orilla del mar brillando su caparazón mineralizado con la luz de la luna.
Confundido creyendo que desvariaba, David bajó a espiarlos, pero un perro delató su presencia y los trilobites se hundieron en las aguas para refugiarse en el fondo del mar. Desde una distancia prudencial y durante semanas, David se dedicó a observarlos hasta que los animales marinos que fueron los primeros señores del mar se acostumbraron a su presencia y desde entonces le dejaron participar en sus juegos.
Habían transcurrido tres meses, David subió a su caballo sacudido por las ráfagas de viento. Azuzándolo, el animal relinchó y a trote tomó el largo camino de yerba incipiente que les llevaba a la playa, cuando llegaron los trilobites ya estaban allí, pero algo no iba bien.
De un saltó David se apeó de su caballo y corrió hacía ellos, casi sin vida uno de los animales marinos trataba de coger aire, el otro muy quieto esperaba recibiendo los golpes de las olas en su caparazón. David se metió en el agua tratando de encontrar el motivo de su malestar, lo giró esperando encontrar la marca de anzuelos o el de un arpón pero no había rastro de heridas, sólo cuando el animal dio su última bocanada se percató que de su boca sobresalía algo transparente, se arrodilló a su lado y tiró de ello, apenado reconoció que el asesino del animal era un envoltorio de plástico.
La luna se cubrió de nubes amenazadoras, las olas del mar rompieron contra su cuerpo, el grito de las gaviotas llenó los silencios, el olor salado de la brisa se fundió con las lágrimas silenciosas de David, que sin percatarse de ello resbalaban por sus mejillas.
El otro trilobites se acercó a su compañero muerto, David hizo la intención de empujarlo hacia el mar, tenía que entrar, pero éste rehusó en varias ocasiones.
Una hora después eran dos los trilobites muertos; finalmente se habían extinguido.
LIDIA GOPRA REAL (Loli González Prada)
Relato enviado por Loli González Prada para el Cuarto Certamen Literario Koprolitos. Loli es uno de nuestros participantes clásicos y nos encanta que continúe enviando sus historias. Si tenéis ganas de leer más relatos suyos, echad un vistazo a "16:40, descubriendo icnitas y el sexo" o "Llegan con el viento". ¡Muchas gracias Loli!