Revista Educación

Un agradable paseo por La Laguna

Por Siempreenmedio @Siempreblog

Un agradable paseo por La Laguna

“Clavijo ha dejado La Laguna preciosa. Da gusto darse un paseo por el centro, todo petanolizado. Y mira que no querían al principio los de los comercios y míralos ahora, que, que…”. Manuel, votante fiel de Coalición Canaria en mi pueblo, no para de repetir estas tres o cuatro frases durante todo el año. Me tranca siempre en la misma esquina, llueva, truene o haga sol. Una vez intenté cambiar la ruta para no tropezármelo, pero como por arte de magia salió de pronto de una farmacia, justo delante de mí. “¡Hombre! Aquí, de tomarme la tensión y ahora a caminar. Da gusto darse un paseo por el centro, ahora que tenemos la pelatonización…”. Gracias a Manuel estoy a punto de poner en Change.org una petición para mandar a Clavijo y a su urbanista a Guantánamo. Aunque no logre muchos apoyos, solo por descargar malas energías y entretenerme un par de noches comprobando el movimiento de los votos.

Será por haber vivido en ella toda la vida, pero pasear por esta pequeña ciudad se ha convertido para mí en un deporte de riesgo, en una carrera de obstáculos que nunca se sabe cómo va a terminar. El otro día salí rumbo al banco con quince minutos de margen respecto a la hora de cierre. Error. Jamás alcancé mi destino. En esa ocasión fue por culpa de Jesús, no el mesías, sino uno que va con una muleta y que como te coja desprevenido no te suelta. Está siempre apostado en lugares estratégicos. Por ejemplo, el pasaje del bar Venecia, una atalaya desde la que controla los accesos desde San Benito a la calle Herradores y la Carrera. Te acecha y ya puedes ir por el otro lado que sale disparado, con la muleta echando humo, y te engancha sin piedad.

“Ehhhh… ¿Has visto a Juanfra? Lo estoy buscando. ¿Sabes algo de él? Estuvo en el periódico y luego empezó a trabajar en el Ayuntamiento. Está metido en el ajo. Tengo que contarle unas cosas. Aquí hay algo raro. Con la pelatinozación se mamaron lo más grande. La fuente de La Concepción está en casa de Ambrosio Gutiérrez. ¿Se llamaba así? Esto va a estallar, no vamos a llegar a octubre. ¿Tienes papelillo? ¿Has visto a Juanfra?”. Dios santo. Si yo lo sufro de esta manera, no quiero imaginar el día que por fin encuentre al tal Juanfra. Se lo va a comer. Un consejo para él: no se te ocurra pasar por el Venecia ni sus inmediaciones. Aunque no lo veas, él está ahí, al acecho, esperándote.

Unos minutos después me encuentro ante la puerta cerrada del banco. Los empleados siguen dentro, así que hago una seña a través del cristal a la cajera, que intenta hacerse la loca. Insisto, como Jesús, y consigo que me vea, que mire luego su reloj y que me ponga cara de circunstancia. No van a abrir. Alguien en ese momento me toca el hombro desde atrás. “¡Ché! ¡Cómo est…! Un momento… ¿Vos sos vos o tu hermano?”. La madre del cordero. Por más que doy vueltas a la cabeza no logro articular respuesta para esa pregunta. ¿Acaso tengo cara de Wittgenstein? Con el cerebro a punto de implosionar, me giro y respondo: “¡Sí, soy mi hermano! ¡Y se dice peatonalización!”. El chico, que de nada era culpable, se quedó pasmado contemplando cómo yo retomaba el camino de vuelta a casa, lanzando improperios contra el urbanista municipal, después de un agradable paseo por La Laguna.


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