Un agujero en el alma
Esta es una historia triste, no les voy a engañar. Es la historia de una mujer que en 24 horas vio como la vida se le escapaba entre los dedos. Es el relato de una familia que de un día para otro recibió la mala noticia de que pronto quedaría un sitio libre en la mesa a la hora de la cena. Un cuento tan real como ficticio que obliga a muchas personas a reaprender a vivir.
Se trata de la vida de una mujer normal, podríamos ser cualquiera de nosotras. Una persona a la que el trabajo y los niños la llevaban siempre de cabeza. “¡Qué difícil es conciliar la vida laboral con la personal!”, pensaba a menudo. ¡Qué duro resulta llegar a todo cuando en tu casa te esperan dos hijos, cuando quieres estar siempre actualizada, cuando sabes que tienes que dar el 100% en el curro, con tus hijos, con tu pareja, con tus padres, con tus amigos, con tus hermanos…!
¡Qué difícil es cumplir con todo y con todos! Pero qué banales y lejanos suenan ahora todos esos problemas que ayer tanto te agobiaban. Ahora ya no importan; el médico ha confirmado la peor de las noticias. En dos días entrarás en quirófano y después… después ya se verá… después ya veremos cómo evoluciona este puto cáncer… después habrá que esperar a saber cómo responderá la paciente a la quimio y a la radioterapia… después… ¿después?
No sabemos si habrá un después para ella, no sabemos si su familia logrará superar un golpe tan fuerte, duro e injusto; ni siquiera si podrán disfrutar del tiempo que les queda juntos. Por momentos, les asaltan el consuelo y la esperanza de que ese cruel veneno en forma de tratamiento les regale días de respiro y alivio; en ocasiones que están seguros de que sus voluntades lograrán ignorar el tic-tac del pesado reloj que se ha instalado sobre sus cabezas.
Ella, como tantas otras madres que se han ido ya, no podrá ver crecer a sus hijos, ni ellos podrán refugiarse en sus abrazos cuando necesiten ese calor que solo puede dar mamá. No disfrutarán del confort que solo un guiño materno sabe ofrecer, deberán aprender a vivir y a disfrutar de cada día sin él. Tendrán que rehacer sus vidas, seguir adelante, volver a levantar la cabeza y sonreír al horizonte con el tremendo agujero que se quedará para siempre en sus almas.