El conflicto del Sáhara ha cumplido los 40 sin perspectivas de solución a la vista, pero con importantes movimientos sobre el tablero que conviene analizar ya que podrían resultar decisivos para el futuro.
En los últimos meses hemos asistido a dos importantes aniversarios. Nos sirven para repasar brevemente tanto la situación actual como sus orígenes. El pasado 6 de noviembre Marruecos celebraba a bombo y platillo el inicio de la llamada “Marcha Verde”. Tal día de 1975 marcó su entrada en la, hasta entonces, colonia española. Mucho más discreto ha sido el cumpleaños de la RASD, (la República Árabe Saharaui Democrática), proclamada en febrero de 1976. En esa misma fecha, España abandonó definitivamente el territorio y la guerrilla del Frente Polisario, con apoyo de Argelia, tomó las armas para reclamar la soberanía en nombre del pueblo saharaui.
Tanto la Marcha Verde como la creación de la RASD marcan la división del Sáhara Occidental en dos bandos y dos zonas muy desiguales. Marruecos controla más de dos tercios –incluyendo la costa y ricos recursos como la pesca o los fosfatos–. Mientras, la mayoría de los independentistas tomaron el camino del exilio y continúan malviviendo como refugiados en el sur de Argelia a expensas de la ayuda internacional y controlando tan solo una pequeña franja de desierto a lo que llaman “territorios liberados”.
Ni la guerra librada por las partes hasta 1991 ni la firma ese año del acuerdo de paz han movido la frontera, reforzada a base de muros y minas por parte de Marruecos, un país que ha bloqueado sistemáticamente el referéndum de autodeterminación para el pueblo saharaui acordado en el marco de Naciones Unidas y cuya apuesta pasa ahora por un plan de autonomía para una región que considera suya.
Así las cosas, la partida se juega desde hace años en el tablero diplomático sin grandes avances perceptibles. Pero bajo el aparente estancamiento del conflicto, las autoridades de Rabat no han dejado de dar pasos para afianzar su control político, militar y económico sobre el Sáhara Occidental. Primero, más silenciosamente y últimamente ya a viva voz y sin disimulo.
Muy significativas la visita a El Aiún y el discurso del rey Mohamed VI con motivo del aniversario de la Marcha Verde, el pasado noviembre. En él, el monarca anunciaba un plan de inversiones de más de 7 mil millones de euros que consolidarán aún más en la práctica su anexión. Solo una tercera parte de ese dinero procede del estado marroquí. El resto está pensado para inversores extranjeros, sobre todo del Golfo.
Cabe recordar que el Sáhara Occidental es, según la ONU, un territorio pendiente de descolonizar, cuya soberanía aún está por determinar y corresponde al pueblo saharaui. En ese sentido, el Frente Polisario cuestiona la legitimidad de esas inversiones, hechas bajo el paraguas marroquí. Las califica de “colonización económica” y asegura que no van a beneficiar a los saharauis sino a expoliar sus recursos.
Nada de esto frena a Marruecos. A través de los años, ha sabido tejer una sólida red de alianzas en el exterior y se siente más fuerte y respaldado que nunca en la esfera internacional. Gracias, en buena medida, a su condición de centinela de Occidente en la lucha contra el yihadismo y la inmigración irregular. Europa, y particularmente España, saben que una mala relación con Marruecos o la inestabilidad a este lado del Estrecho pueden traducirse en menos control de las fronteras comunes y menos colaboración en materia de terrorismo, con letales consecuencias…
Además, el apoyo de Marruecos no pende solo de Occidente. En los últimos tiempos ha sabido diversificar sus amistades, estrechando más los lazos con las petro-monarquías del Golfo, tendiendo la mano a potencias como Rusia o China –tradicionalmente más cercanas a las tesis de Argelia– y expandiendo su influencia por el continente africano para llenar el espacio de liderazgo regional que en su día ocupaba la Libia de Gadafi.
Con estas cartas, Marruecos no ha dudado en desafiar a Suecia, la Unión Europea y la mismísima ONU a propósito del Sáhara. Y, de momento les ha ganado el pulso.
En el caso de Suecia, la diplomacia marroquí consiguió este año tumbar el proyecto del parlamento sueco para reconocer a la RASD como Estado –habría sido el primer país europeo en hacerlo–. Lo hizo echando mano de un boicot económico contra todos los productos y empresas suecos, que mantuvo paralizado durante meses el estreno de la primera tienda Ikea en el país. Solo cuando el gobierno sueco cedió y dio marcha atrás, la franquicia sueca de muebles y decoración obtuvo el permiso para abrir sus puertas a las afueras de Casablanca.
De forma paralela, Rabat abrió una batalla diplomática con la UE a propósito de una sentencia del Tribunal de Justicia Europeo que anula el acuerdo comercial con Marruecos por incluir los productos del Sáhara Occidental, cuya soberanía –recordemos una vez más– no tiene internacionalmente reconocida. El gobierno marroquí llegó a suspender todos los contactos con las instituciones europeas. La presión, de nuevo, surtió efecto. La Comisión Europea ha recurrido esa sentencia. Y todo apunta a que los gobiernos de España, Bélgica, Alemania, Francia y Portugal, entre otros, se han posicionado una vez más al lado de Marruecos.
Sin precedentes también la crisis abierta en los últimos meses con la ONU. La visita de Ban Ki Moon a los campamentos de refugiados saharauis en marzo desató la furia de Marruecos, que le acusó de perder su neutralidad en el conflicto al hablar de “Sáhara ocupado”. Miles de marroquíes salieron a manifestarse contra esas palabras; imágenes que recordaban a las multitudes de la famosa y también oficialista Marcha Verde, y donde la consigna era defender la “marroquinidad del Sáhara”.
La cosa no quedó ahí. El gobierno marroquí pasó a las represalias y aprovechó la coyuntura para expulsar unilateralmente a parte del personal de la MINURSO (la Misión de Naciones Unidas para el Referéndum en el Sáhara Occidental). En realidad, esa misión lleva tiempo desvirtuada. En sus casi 25 años de vida no ha conseguido celebrar el referéndum para el que nació. Se limita a observar el cumplimiento del alto el fuego entre las partes. Los saharauis no han conseguido que pueda aumentar sus funciones para supervisar el respeto a los derechos humanos en la zona, como llevan tiempo reclamando.
Este año ni siquiera se ha planteado esa cuestión. La gravedad de la situación ha centrado el debate en la mera supervivencia de la misión. Por primera vez en su historia, la MINURSO ha renovado su mandato sin unanimidad en el Consejo de Seguridad. Con una resolución que pide –sin éxito hasta el momento– su pleno restablecimiento.
El propio Ban Ki Moon advierte de que limitar la misión aumenta el riesgo de guerra en la ex colonia española y sienta un precedente negativo para otras operaciones de paz. Porque más países incómodos con la presencia de cascos azules podrían también expulsarlos al ver que no hay consecuencias. Solo Uruguay y Venezuela pidieron más firmeza contra Marruecos por echar a parte de la MINURSO.
Otro varapalo para los saharauis ha sido el fallecimiento de su líder histórico, Mohamed Abdelaziz, el hombre que encabezó la lucha por la independencia en los últimos 40 años. Su sucesor tiene ante sí importantes retos, tanto internos como externos.
Entre los primeros, renovar y democratizar la dirección de un aparato político que apenas ha conocido cambios en las últimas décadas y conectar con una juventud muy frustrada, nacida en los campamentos de refugiados, que ahora se siente huérfana. Ante la total ausencia de perspectivas de futuro, son los jóvenes quienes más reclaman una vuelta a las armas, opción suicida frente a la superioridad militar de su rival y que podría romper la simpatía que despierta el pueblo saharaui con su resistencia pacífica.
De cara al exterior, el nuevo líder de la RASD tiene ante sí el desafío de hacer escuchar la voz de su diplomacia. Sus tesis han ido perdiendo visibilidad frente a una política exterior implacable por parte de Marruecos, que ha sabido aprovechar a su favor el viento de la historia.
El funeral de Mohamed Abdelaziz, a principios de junio, simbolizó la soledad y el aislamiento internacional en los que ha ido cayendo el movimiento. Ningún dirigente europeo asistió al sepelio. Y en el caso de España, el gobierno no envió representación alguna.
Las tareas del sucesor son, por tanto, titánicas y de muy difícil desempeño. Dependerán a su vez de otros actores y elementos como la probable sucesión en Argelia, su principal valedor tras 17 años ininterrumpidos con Bouteflika al frente. El anciano presidente, de 79 años, apenas puede ejercer ya sus funciones ante el evidente deterioro de su salud y sus facultades.
Este año, además, termina el mandado de Ban Ki Moon al frente de la ONU. Y habrá que ver la implicación del siguiente Secretario General con el Sáhara. Una auténtica patata caliente tras la crisis abierta entre Rabat y Naciones Unidas.
Previsiblemente, Marruecos podría beneficiarse una vez más de este escenario cambiante sin apartar ni un milímetro el timón de su férrea postura en el Sáhara, arropado por una coyuntura favorable y por unos socios que se han mostrado poco dispuestos a plantarle cara.
El Polisario necesita ganar más aliados y apoyos, si quiere resucitar las negociaciones y evitar que el conflicto acabe enterrado en las arenas movedizas del desierto.