Revista Espiritualidad
Hace ya mucho tiempo de esto, un tal McGregor segmentó a los trabajadores en dos grupos: los que amaban el trabajo y disfrutaban de su quehacer diario, y aquellos otros para los que el trabajo era un "castigo divino". La vida hizo que ambas tipologías se mezclaran entre sí y que en cualquier empresa convivan los unos con los otros; "muy malamente", añadiría yo.
El caso es que no es extraño encontrarse con personas amargadas de "lunes a viernes", que reviven cuando llega el fin de semana y disfrutan de su tiempo de ocio. ¡¡Qué tristeza!! Son personas que convierten los años en periodos de tiempo de 104 días, justo los que coinciden en fin de semana. Los restantes doscientos cincuenta y tantos son una "penitencia" que hay que pasar sin que quede más remedio.
Y digo que es una tristeza porque esta gente está desperdiciando las dos terceras partes de su tiempo, amargándose la vida y amargándosela a los demás. Ante tamaña pérdida de tiempo y de "vida", creo que sería bueno dedicar cinco minutos de reflexión para ver si se puede encontrar alguna solución posible. Cabría preguntarse: ¿porqué no disfruto de mi trabajo?
Lo inteligente es trasladar a un papel todas las respuestas que puedan aflorar de una pregunta tan simple, y comenzar a tomar decisiones. Uno puede no disfrutar del trabajo por culpa de los jefes (muy frecuente), por culpa de los compañeros, por culpa del propio desempeño (que no le resulta gratificante), por culpa de la injusta remuneración que recibe (desde su punto de vista), etc. Razones puede haber muchas, pero la solución casi siempre suele estar en nuestra propias manos, ¡¡que es lo importante!!
Este fin de semana tuve la oportunidad de impartir una ponencia en el congreso www.ponteapunto.es en la que sugerí a los asistentes que se plantearan hacer un cambio importante en su día a día: volcarse al aporte de valor a los demás, bien sean clientes, compañeros, o incluso jefes. Aquí puede estar la solución a muchos de estos problemas.
Cuando uno aporta valor, los demás suelen devolvérselo multiplicado por mil en forma de agradecimiento. Este "regalo" que nos llega, de por sí, ya va a hacer que nuestra visión del trabajo cambie radicalmente a mejor; va a hacer que comencemos a ver nuestro día a día de un modo diferente, más divertido y más intenso emocionalmente. Pero la cosa no queda ahí: es un hecho constatado que las personas gastan su dinero en aquellos que generan valor, jefes incluidos. Esto es, las empresas suelen ser agradecidas con los empleados valiosos, aquellos que más valor agregan a la organización. Si se diera el caso de que no fuera así, cosa que también suele suceder, entonces sí será el momento de plantearse coger la puerta y salir por donde se entró, dejando plantando a quien no reconoce nuestra valía. Lo haremos con la tranquilidad moral de haber dado lo mejor de nosotros mismos y con el recuerdo de haber disfrutado de esa etapa haciéndole la vida mejor a los demás, algo que ya nadie nos podrá quitar. Y buscaremos una nueva oportunidad con la esperanza de que alguien diferente sí aprecie nuestro valor y nos lo pague en su justa medida.
En definitiva; este cambio de actitud ante el trabajo puede ser suficiente para que determinadas personas recuperen esos doscientos y pico días que no tiene su año en estos momentos. Piénselo muy seriamente: ¿usted cree que vale la pena saltar de domingo a viernes, amargándose la existencia durante los cinco días del medio? "De oca a oca..." Si cree que no, va siendo hora de tomar medidas.
Cordialmente