Me pongo en la piel de mi hijo mayor y, la verdad, es que no ha tenido un año fácil. Los dos años son complicados de por sí y hay que sumar un cierto número de acontecimientos que lo han agravado. Así, ha dejado el pañal, ha empezado el cole (aunque eso entra en el lado de las cosas buenas, que también ha tenido muchas, porque le gusta a rabiar el cole, los niños, la profe, las actividades...) e incluso ha visto como un árbol enorme destrozaba su querido coche (de su padre, en realidad, pero él le quería como si fuera un miembro más de la familia). Pero, sin duda, lo más duro de todo ha sido tener un hermanito. Siempre es difícil, pero en su caso ha sido aún peor debido a la forma en que nació. La llegada del bebé, antes de tiempo, puso su vida patas arriba. Primero, la desorientación y el miedo: un día se despertó y mamá no estaba, papá iba y venía de un lado a otro y las abuelas se turnaban para cuidarle. Luego mamá regresó, pero ya nada era igual. Se pasaba todo el día fuera, aunque siempre llegaba a tiempo para darle de cenar y acostarle. A veces iba con papá a recogerla a un sitio grande, un hospital. Le dijeron que el bebé había llegado, pero que estaba malito y que allí le cuidaban bien. Todo el mundo parecía preocupado y triste, aunque intentaran disimular. Pero los niños lo perciben todo y mi hijo es muy sensible.
Por fin, el bebé salió del hospital. Debo confesar que estaba aterrada con el recibimiento que le iba a hacer, pero el mayor se mostró encantado con aquella cosita pequeña. Lo miraba y se reía y quería cogerle todo el rato. Mientras el bebé estuvo tan pequeñito, él sólo quería cuidarle. Pero a medida que fue creciendo, se despertaron unos celos tremendos. Al principio dejó de comer. Le hacíamos sus platos favoritos, pero no había manera. Esa fase pasó, pero entró en otra nueva: pegar. Pegaba al bebé... y a todos los demás. Con mucha paciencia, hemos ido reduciendo ese comportamiento, que si bien no ha llegado a desaparecer del todo, ahora es algo minoritario.
Ay, pero hemos llegado al final del trimestre y todo se le ha vuelto cuesta arriba. Desde que estuvo malito y se pasó una semana en casa, la vuelta al cole se le ha hecho insoportable. Llora allí todos los días y me dice que se quiere quedar en casa. Además sólo quiere que le atienda yo en todo momento, ni su padre, ni las abuelas. "Sólo mamá", dice. Ha tenido un nuevo rebrote de celos con su hermano y todo eso le ha llevado a retroceder con el tema del pañal y ahora todos los días se hace pis en el colegio (aunque en casa no). La profe me ha dicho que está silencioso (es muy hablador habitualmente) y poco participativo en las actividades. Cree que se le han juntado varias cosas: que la semana que estuvo en casa perdió la costumbre del cole, los celos y el cansancio típico del final del trimestre. Necesita vacaciones. Como todos.
Así que aquí andamos: mimándole y cuidándole entre todos, aunque sin ceder y llevándole a diario al cole (aunque hoy he estado a puntito de volverme con él a casa, tanta pena me daba verle llorar así, pero luego he recordado que no le iba a hacer ningún favor y cuando se ha calmado un poco le he acompañado a clase). Si es así después de una semana en casa, no me quiero ni imaginar lo que pasará después de los veinte días de vacaciones. En fin. Cada batalla, en su momento. Espero que con mimos y cariños recobre la confianza y se reconduzca todo lo demás. No veo qué más podemos hacer.