Revista Religión

Un año para hacerlo todo bien como el señor

Por Joseantoniobenito

UN AÑO PARA HACERLO TODO BIEN COMO EL SEÑOR

UN AÑO PARA HACERLO TODO BIEN COMO EL SEÑOR

"Todo lo hizo bien" (Mc 7,31-37) exclamaban las muchedumbres de Jesús. Y la Iglesia solo tiene sentido si prolonga la acción de su fundador: hacer el bien. En este Año dedicado a la misericordia bueno será conocer este bien a lo largo de dos mil años. A todos impugnadores de la obra de la Iglesia bastaría saber cómo ha practicado la Iglesia miles de obras de misericordia en todo el planeta. Dejando a un lado su decisiva misión espiritual, uno de los aspectos que más llama la atención es el desarrollo de la beneficencia, elemento que ha podido ser esgrimido por la propia Iglesia con frecuencia cuando ha tenido que hacer frente a numerosos ataques y acusaciones contra ella. Pero, ¿de dónde nace propiamente esta beneficencia? La respuesta a la cuestión creemos que es en realidad sencilla: de la "caridad". Y la caridad es una virtud teologal, que tiene a Dios por objeto inmediato y nos es dada por su gracia. Es la mayor de las tres virtudes teologales, tal como expresa el propio San Pablo: "Ahora subsisten la fe, la esperanza y la caridad, esas tres; mas la mayor de ellas es la caridad" (1 Cor, 13).

Y la caridad no es otra cosa que el amor, el grado supremo del amor, es decir, el amor a Dios sobre todas las cosas, y al prójimo y a nosotros mismos por este amor de Dios. Esta visión de la persona como imagen de Cristo, sobre todo en el caso de los más necesitados, tiene buena parte de su fundamento en las propias palabras de Cristo al hablar del Juicio Final y el examen de la caridad que en el mismo tendrá lugar: "Entonces dirá el Rey a los de su derecha: «Venid, vosotros los benditos de mi Padre, entrad en posesión del reino que os está preparado desde la creación del mundo; porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; peregrino era, y me hospedasteis; desnudo, y me vestisteis; enfermé, y me visitasteis; en prisión estaba, y vinisteis a mí.» Entonces le responderán los justos, diciendo: «Señor, ¿cuándo te vimos hambriento y te dimos de comer, o sediento y te dimos de beber? ¿Y cuándo te vimos peregrino y te hospedamos, o desnudo y te vestimos? ¿Y cuándo te vimos enfermo o en prisión y fuimos a ti?» Y respondiendo el Rey, les dirá: «En verdad os digo, cuanto hicisteis con uno de estos mis pequeñuelos, conmigo lo hicisteis.»"(Mt 25, 34)

De aquí arranca toda la obra social: de la persona histórica de Jesucristo. En él destaca una primera nota: su universalidad. No pertenece a ningún partido  (fariseo, saduceo, esenio, zelota), abarca toda la tierra sin distinción de lengua, raza, nación.

En su "escala de valores" el espíritu de servicio y caridad ocupa el primer puesto. "El hijo del hombre no ha venido para ser servido sino para servir y dar su vida en rescate de muchos "(Mc. 10,45).

Ennoblece el trabajo haciéndose obrero, hijo de obreros, maestro de discípulos trabajadores (sus apóstoles eran pescadores mayoritariamente); de ahí que se haya podido hablar del "Evangelio del Trabajo".

Restaura la familia y la dignidad de la mujer como bien nos advierte Juan Pablo II en su reciente carta Mulieris dignitatem (nn.12-16).

 Condena el lujo, el ocio, las riquezas mal empleadas; baste con recordar la parábola del rico Epulón y el pobre Lázaro que tantas enseñanzas deparará a lo largo de los siglos  (Lc. 16,19); según ello, la riqueza tiene una clara función social.

Jesús se duele de los males del mundo, llora por ellos, cura de las enfermedades (Lc. 4,38; 5,4; 6,12).

Pero donde sus enseñanzas alcanzan cotas inefables es en el sermón del Monte, donde proclama las bienaventuranzas para con los pobres, los que lloran, sufren injusticias, los manos, los hambrientos, los limpios de corazón, los misericordiosos, los perseguidos por su causa. (Mt. 5,3). Los fariseos, al condenarle por juntarse con impuros pecadores, obtienen de Jesús las más sublimes respuestas: "no necesitan de médico los sanos" "no está hecho el hombre para el sábado"…Sus predilectos: los más pobres; el hombre es libre y ninguna atadura podrá esclavizarle. El mensaje final "amaos los unos a los otros como Yo os he amado"  será programático, elevando el grado de convivencia social a cotas insospechadas, hasta convertirse en "alma" del mundo. Así lo recoge la Carta a Diogneto, "Para decírtelo en dos palabras, lo que es el alma en el cuerpo, eso son los cristianos en el mundo" (n.5).

¡Qué elocuente es el logo del Año de la Misericordia! Nos recuerda a Cristo, Verbo Encarnado, Nuevo Adán, que revoluciona el mundo con su mirada de amor misericordioso, como buen pastor que va en busca de la oveja perdida, como buen samaritano que sale a las periferias y cura y da vida al enfermo y necesitado.

Con meridiana precisión enfatiza este mensaje el Papa Pío XII en su Mensaje de Pentecostés:

"… como si desde hace dos mil años no viviera perennemente en el alma de la iglesia el sentimiento de responsabilidad colectiva de todos por todos, que ha sido y sigue siendo la causa motriz que ha impulsado a los hombres hasta el holismo caritativo de los monjes agricultores, de los libertadores de los esclavos de los ministros, de los enfermos, de los portaestandartes de la fe, de la civilización y de la ciencia en todas las edades y en todos los pueblos, a fin de crear condiciones sociales únicamente encaminadas a hacer posible y fácil una vida digna del hombre y del cristiano).

El papa San Juan XXIII, en su encíclica Mater et Magistra, acentúa la nota de caridad que identifica la auténtica doctrina social:

"La Iglesia Católica, aprendiendo de Cristo, ya por espacio de dos milenios, es decir desde la aparición de los primeros diáconos hasta nuestros días , ha llevado siempre en alto la antorcha de la caridad, no  menos con preceptos que con ejemplos ampliamente repetidos; esa caridad, decimos , que uniendo armónicamente los preceptos y la práctica del amor mutuo, realiza de modo tan admirable ese d-doble dar en que está contenida toda la doctrina y la acción social de la Iglesia" (n.53)

El historiador  Emile Chenon en su célebre obra El papel social de laIglesia rescata el significativo texto del emperador Juliano el Apóstata:

"Yo creo que la indiferencia de nuestros sacerdotes para con los indigentes ha sugerido a los impíos galileos el pensamiento de practicar la beneficencia...¿Por qué no hemos de imitar lo que ha hecho el éxito de la impía religión de los cristianos: la hospitalidad para los extranjeros, los cuidados en el entierro de los muertos?...¿No es vergonzoso para nosotros que no se vea a ningún judío mendigar, que los impíos galileos alimentan no solamente a sus propios indigentes, sino también a los nuestros, mientras que nosotros dejamos a nuestros hermanos sin socorros?". Juliano ordena a Arsacio, sumo sacerdote de Galacia, que en cada ciudad se establezcan muchos hospicios "a fin de que los extranjeros disfruten en ellos de nuestra humanidad" (Jus., 1946 p.459)

El Papa Francisco nos brinda la gran oportunidad y nos desafía en el Jubileo del Año de la Misericordia. Escribe en la Bula de convocatoria: "Encomendaremos la vida de la Iglesia, la humanidad entera y el inmenso cosmos a la Señoría de Cristo, esperando que difunda su misericordia como el rocío de la mañana para una fecunda historia, todavía por construir con el compromiso de todos en el próximo future" (n.5) La misericordia es la viga maestra que sostiene la vida de la Iglesia. Todo en su acción pastoral debería estar revestido por la ternura con la que se dirige a los creyentes; nada en su anuncio y en su testimonio hacia el mundo puede carecer de misericordia. La credibilidad de la Iglesia pasa a través del camino del amor misericordioso y compasivo (n.10)


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