El reciente fallecimiento del famoso neurólogo Oliver Sacks nos ha privado de una de las voces más originales de la divulgación científica, alguien que nos ha acercado repetidamente a los más intrincados misterios de la mente humana, describiendo siempre al diferente desde una mirada objetiva y a la vez llena de respeto y empatía. Poco antes de morir, escribió un estremecedor artículo en el que anunciaba que le quedaban pocos meses de vida, agradecía lo que la existencia le había deparado y repasaba, con gran serenidad, lo que quería hacer en sus últimos días. Él, que se había consagrado profesionalmente a analizar las más extrañas formas de la condición humana, quería autoanalizarse por última vez desde una perspectiva objetiva sabiendo, como solo pueden hacerlo los sabios, que la muerte no es más que algo biológicamente inevitable y como tal hay que aceptarla.
La premisa de Sacks es acercarse sin prejuicios a situaciones en las que la naturaleza muestra su cara más intrincada, sabiendo que desvelando el porqué de dichas situaciones podremos arrancar algunas explicaciones a los secretos de la vida. Esto será posible si se convive con el enfermo, utilizando grandes dosis de empatía para intentar penetrar en su realidad:
"Cualquier enfermedad introduce una duplicidad en la vida; un "ello", con sus propias necesidades, exigencias, limitaciones."
Los seres humanos analizados en las páginas de Un antropólogo en Marte pueden ser calificados como tremendamente originales: sufren males neurológicos, ya sea por nacimiento o por accidente, tienen carencias enormes, pero a veces las ven compensadas a través de cualidades insospechadas, como en el caso de Stephen el autista cuya historia se cuenta en el capítulo titulado Prodigios. Stephen tiene enormes dificultades para comunicarse con los demás y buena parte del tiempo vive en un mundo propio, pero goza de una sorprendente habilidad para el dibujo, hasta el punto de que es capaz de reproducir, casi con total exactitud, cualquier edificio o paisaje después de haberlo contemplado durante un instante.
En el capítulo que da título al libro, su protagonista, Temple, una mujer extremadamente inteligente, bióloga e ingeniera, es consciente de las limitaciones que implica su enfermedad. Ella se ha esforzado en muchas ocasiones en intentar comprender los códigos que rigen el lenguaje humano, pero no es capaz de ir más allá del significado estricto de las palabras. Así pues, su único horizonte vital estriba en el trabajo, el único ámbito en el que puede sentirse cómoda y utilizar un idioma que el resto de los iniciados en su disciplina también comprende. Quizá esta es la razón por la que a los autistas son tan aficionados a la ciencia ficción: porque así pueden escapar del mundo real e imaginar fantasías en las que las reglas son distintas y pueden ser entendidas en su distanciamiento. Sin embargo una narración que se rija por los sentimientos de los protagonistas será difícilmente comprendida por ellos: las falta de experiencia respecto a los mismos, lleva a la confusión sobre su significado. La misma Temple habla sin reservas sobre su condición:
"Yo no encajo en la vida social de mi ciudad o de mi universidad. Casi todos mis contactos sociales son con gente del ramo de la ganadería o con gente interesada en el autismo. Paso casi todas las noches del viernes y el sábado escribiendo artículos y dibujando. Mis intereses son concretos, y mis lecturas recreativas consisten en su mayor parte en publicaciones científicas y ganaderas. Me interesan poco las novelas y sus complicadas relaciones interpersonales, pues soy incapaz de recordar la secuencias de los acontecimientos. Las detalladas descripciones de las nuevas tecnologías de la ciencia ficción o las descripciones de lugares exóticos son mucho más interesantes. Mi vida sería horrible si no tuviera el estímulo de mi carrera."
Un antropólogo en Marte se lee casi como uno de esos libros de cuentos en los que el lector no puede sino verse sorprendido por la imaginación del narrador, que se supera en cada una de la historias. Solo que aquí hablamos de la realidad. Una realidad que puede ser triste o dura desde nuestra perspectiva de seres humanos normales, pero que resulta siempre fascinante.