Revista Cultura y Ocio

Un árbol crece en Brooklyn, de Betty Smith

Publicado el 16 septiembre 2011 por Goizeder Lamariano Martín
Un árbol crece en Brooklyn, de Betty SmithTítulo: Un árbol crece en Brooklyn Autora: Betty Smith Editorial: Lumen Año de publicación: 2008Páginas: 504ISBN: 9788426416780
He leído este libro con la lectura conjunta que organizaron Tatty, de El universo de los libros, y Jesús, de La caverna literaria. Es mi cuarta lectura conjunta después de La mujer del viajero en el tiempo, Con el corazón en la mano y El tiempo entre costuras. En octubre llegará la primera organizada por Cuéntate la vida.
Para empezar, tengo que confesaros que de las cuatro, esta es la lectura conjunta que menos me ha gustado. Las más de 500 páginas me han resultado largas, pesadas, interminables y me han sobrado muchas, demasiadas. Por más que lo he intentado no he conseguido meterme en la historia, no he congeniado con ninguno de los personajes, no me han hecho sentir nada, no les he cogido cariño y ni siquiera los he odiado. Me han dejado fría y en todo momento he tenido la sensación de estar viendo una obra de teatro o una película, me he sentido espectadora pero a muchísima distancia del escenario, de la acción.
Y precisamente ese ha sido para mí el principal problema, la falta de acción, de trama, de argumento, de historia. He echado en falta que pasen cosas, que me sorprendan a lo largo de las páginas, los giros inesperados, las pistas que me inviten, me animen y me sirvan de aliciente para seguir leyendo y saber qué les va a pasar a los protagonistas.
Los protagonistas de esta historia son los miembros de la familia Nolan-Rommely. Les acompañamos desde 1912 hasta 1917 en su vida, en su día a día en las calles de Brooklyn. Allí luchan por sobrevivir, por huir de la pobreza, del hambre, de la caridad, de las humillaciones, de la continua lucha entre el orgullo y la necesidad, entre el trabajo y los estudios.
Y todo esto, su mala situación económica, resulta demasiado repetitiva y en mi caso me ha llegado a aburrir y a cansar. No he notado ninguna evolución ni cambio en los personajes, en sus deseos, en sus miedos, en sus sueños o en sus fantasmas. Me han parecido muy lloricas, melancólicos, agoreros. Personas que continuamente se lamentan de su situación y se compadecen unos a otros.
El padre, Johnny, tiene fama de vago y de holgazán, de ser un cantante mediocre que se arrastra en cualquier bar o fiesta a cambio de unos pocos centavos y, sobre todo, tiene fama de alcohólico. Aun así ama a su familia y luchará hasta el final por ayudarles a ser felices. Especialmente a su hija Francie, su Prima Donna.
La madre, Katie, es una luchadora, una mujer con las ideas muy claras dispuesta a sacrificarse, a trabajar duramente, a no comer, a pasar frío con tal de que sus hijos vivan todo lo mejor que puedan. Por eso cada noche les lee una página de la Biblia y otra de las obras completas de Shakespeare. Porque los adora, especialmente a Neeley, su niño, su pequeño, su ojito derecho, que algún día será médico.
Su hija Francie es una niña soñadora, solitaria, que desde que era una chiquilla lee cada día un libro de la biblioteca. Lo que más le gusta es escribir redacciones, poesías y obras de teatro y de mayor quiere ser escritora. Sabe que su madre le quiere, pero no tanto como a su hermano. Le duele, pero no lo demuestra. Porque ella, al igual que su madre, es fuerte, muy fuerte, mucho más de lo que ella imagina.
A lo largo de las páginas conocemos también a las hermanas de Katie. Evy tiene que enfrentarse cada día a un marido muy peculiar y Sissi es una mujer obsesionada con los hombres, adicta a los matrimonios y las bodas que huye de los divorcios y siempre da a luz a niños muertos. Por eso desea con todas sus fuerzas ser madre, cueste lo que cueste.
Al menos el título me ha parecido muy acertado ya que he sentido a los personajes igual que a ese árbol. Personas que crecen, se desarrollan físicamente, pasan de un trabajo a otro, de la escuela al instituto y del instituto a la universidad, de una casa a otra pero que no evolucionan psicológica ni sentimentalmente. No transmiten sentimientos: empatía, compasión, odio, cariño, lástima... No sé, cualquiera. Me han dejado fría, los he sentido muy lejanos y extraños, como si fueran de cartón o de madera, como ese árbol que crece en Brooklyn.

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