A Javier Molowny, por la idea y por la
interpretación de la primera lámina.
Jesús Federico Momparnás Gómez de Borrelia, arquitecto municipal de Gerindote (Toledo), llevaba semanas inquieto. No sabía qué le pasaba. No comía bien, apenas dormía, estaba triste y no podía trabajar, ni leer, ni hacer nada.
Pensó en el estrés, en un trastorno de ansiedad, incluso en una incipiente depresión. Al principio creyó que se le pasaría por sí solo, que sería capaz de superarlo con un poco de voluntad. Pero cada vez estaba peor.
Finalmente se decidió (cuánto le costaba) a acudir a la consulta de Afrodisio Pernambuco-Ligero Sáenz de Soslayo, un psicólogo clínico y psicoanalista de quien le había hablado muy bien su cuñado Manolín (no el cuñado del arquitecto, sino el del psicoanalista).
Afrodisio le escuchó atentamente en las cuatro primeras citas. Le preguntaba con inteligencia y le dejaba que se explayase. Cada vez, al salir de la consulta Jesús Federico se encontraba mejor, pero esa sensación duraba pocas horas y en seguida volvía la negrura.
En la quinta consulta Afrodisio le propuso a Jesús Federico que se sometiera al test de Rorschach. En principio parecía un poco fuerte; era como matar moscas a cañonazos. Se solía emplear para diagnosticar trastornos de la personalidad, pero el psicoanalista estimó que tal vez arrojara luz sobre el problema.
Le explicó lo que tenía que hacer: estar tranquilo y decir qué le sugería cada imagen que le iba a mostrar. Tenía que hablar con toda libertad, sin vergüenza ni freno; lo que se le viniera a la mente.
Al arquitecto le gustaba ese tipo de cosas. No era tímido, y le distraía jugar y experimentar. Había oído hablar del test, pero no lo había hecho nunca. Ni siquiera había mirado atentamente hasta entonces las famosas diez imágenes. Si acaso, de refilón y de pasada, siempre había pensado que las manchas parecían mariposas.
-¿Estás preparado?
-Sí. Adelante.
Afrodisio le pasó la primera tarjeta:
-¿Qué ves ahí? ¿Qué te parece que representa?
-Hmmm... Veamos... ¡Ondiá! ¡Las vetas del ónice del Pabellón de Barcelona de Mies van der Rohe!
El psicólogo no sabía qué era el pabellón ni quién era Mies. El arquitecto se lo explicó brevemente, e incluso le señaló cómo las formas de las manchas equivalían a las de las placas de ónice del muro central.
-Muy bien. Pues vamos con la segunda:
-Esta ya me cuesta más. Veamos... El vacío central es la propuesta de Le Corbusier para el concurso del Palacio de los Soviets. El caso es que lo puedo ver en planta, pero también en sección. Es curioso.
Y se extendió en detalles sobre el gran arco, las rampas y las pasarelas.
-A ver. La tercera:
-Cada vez son más difíciles. A ver... No veo nada. Nada. Ah, bueno: La sección del estadio grande de Tokio, de Kenzo Tange.
Y, como antes, contento por haberlo visto, se lo explicó a Afrodisio; esta vez juntando las manos, cruzando los dedos y abriéndolos. Vamos: muy satisfecho.
-La cuarta:
-Esta es más fácil: El club Rusakov, de Konstantin Melnikov. Se ven claramente los tres patios de butacas sobresaliendo.
La quinta:
-Esa es una estructura de Pier Luigi Nervi. Podría ser la iglesia de... ¿cómo se llama? Con el... en el centro. La de San Luis. Sí. Tiene ese... -gesticulaba con las manos, como modelándolo, y Afrodisio tomó nota de ese gesto-, arriba, en el centro.
-Vamos con la sexta.
-Esta la veo más confusa. Es Frank Lloyd Wright, naturalmente, pero me confunde mucho la escala. Puede ser desde un pequeño detalle decorativo del Hotel Imperial de Tokio hasta un esquema amplio de la Broadacre City. Pero en todo caso es Wright.
-La séptima, dijo Afrodisio, ya un tanto aburrido.
-¡Hombre! La iglesia de Kaleva, de Reima Pietilä. Clarísima.
-Estás bien, Jesús Federico. Este test es bastante agotador. ¿Quieres que lo terminemos el próximo día?
Jesús Federico estaba caliente, estaba lanzado. Estaba disfrutando mucho con el test.
-¡No. Qué narices! ¡Hemos venido a jugar!
(To be continued).