Jesús Federico -el arquitecto- estaba muy contento: "Hemos venido a jugar". Pidió la siguiente cartulina con deseo, casi con necesidad.
Afrodisio -el psicoanalista- se la enseñó.
-La octava:
-Demasiado simétrica para Richard Meier, pero me recuerda mucho algunos conjuntos suyos, como el de las oficinas de Siemens en Múnich, o el de la Renault en Boulogne-Billancourt. No es que se parezcan mucho, pero me recuerda cómo se organizan y relacionan los distintos cuerpos.
-La novena:
-Es como uno de los bocetos de Giovanni Michelucci de los años ochenta. Concretamente uno de sus establecimientos termales.
-Y la décima -dijo Afrodisio resoplando.
-Esto es más informe, más difuso. Se parece a los estudios de flujos y movimientos de los visitantes que hicieron Alison y Peter Smithson para la exposición que montaron en la Tate de Londres. Organigramas, esquemas... Muy años sesenta, ya me entiendes.
-Bueno, Jesús Federico. Confieso que estoy un tanto desorientado. Todas las láminas te han parecido obras de arquitectura. Además has contestado con bastante rapidez a cada una. Estás realmente obsesionado con la arquitectura.
-Sí. Me apasiona.
-Ya. Ya lo veo. Bueno, pues ahí está tu problema. Esa es la causa de tu dolor. Me contaste que como arquitecto municipal te dedicas, entre otras cosas, a hacer informes de los proyectos que hacen otros arquitectos. También me contaste que no te sientes especialmente frustrado por no hacer arquitectura tú. O sea, que ese no es el problema.
-Me gustaría hacerla, claro que sí, pero no me siento fracasado ni nada de eso.
-Ya. Sin embargo es tu trabajo el que te produce el dolor y la ansiedad.
-No sé...
-Sí. Me contaste que algunos de tus informes son favorables y otros desfavorables.
-Sí, claro.
-¿Y eso...? ¿Eso te desagrada?
-A veces. A veces tengo que informar favorablemente cada mierda... Claro; si cumple...
-Pero eso no es lo peor.
-No.
-Lo peor es lo contrario: Cuando tienes que echar para atrás un buen proyecto.
Jesús Federico enmudeció. Pareció como si en su cerebro se abriera una puerta que había sido cuidadosamente cerrada y sellada. Su cara se quedó rígida unos segundos y luego empezó a fruncir los labios, a hacer pucheros. De repente rompió a llorar.
-¡Las normas subsidiarias prohíben las cubiertas planas! ¡Hijas de putaaaaa! ¡Tienen que ser de teja árabe rojiza! ¡También prohíben los cerramientos de cualquier cosa que no sea ladrillo visto o revoco blancoooo! ¡Y no se pueden hacer ventanas horizontales! ¡Y las rejas tienen que ser de forja, auténtica o imitada! ¡Malditas normas!(*) ¡Malditas ordenanzas!
-¿No son adecuadas?
-¡Noooo! ¡Son una mierdaaaaa!
-¿Y no haces nada por cambiarlas?
-¡No puedo! El alcalde y los concejales si quieren cambiar algo es para permitir más edificabilidad, más aprovechamiento. Pero están encantados con esa bazofia de "estética". Tenías que ver qué edificios repugnantes se pueden hacer cumpliendo a rajatabla todas esas normas estéticas, que prácticamente obligan al maquillaje y a la falsificación.
-¿Y tú qué haces al respecto?
-¡Nada! ¡Yo soy más mierda que las ordenanzas! Después de años de trivialidad y aburrimiento, por fin hace unos meses llegó a mi mesa un proyecto fantástico. Una vivienda humilde y sencilla, llena de sabiduría y de sensibilidad. Me enamoré de los planos, los recorrí con envidia y con admiración. Los estudié. Me empapé de ellos. Se me olvidó que no cumplían bastantes de las disposiciones normativas sobre estética. Y de repente caí en recordar mi triste misión de eunuco repugnante. Escribí mi informe. Era el informe de un traidor, de un mezquino, de un miserable.
-Sigue -dijo Afrodisio-. Sigue.
Y Jesús Federico siguió.
(*) Atención: En la primera parte señalé un pueblo de la provincia de Toledo que es muy entrañable y querido para mí. No quiero señalar que esto que digo sea un problema de este pueblo. No la toméis con él. Lo que expongo es una panoplia de despropósitos típica del planeamiento de un gran número de municipios. He hecho una mezcla y se la he endosado a este querido pueblo.