Por Marcelo Zero
La gran pregunta que todos se hacen en el momento es si habrá o no una guerra en Venezuela.
Bueno, en primer lugar, hay que considerar que EEUU ya está en guerra con Venezuela. Una guerra híbrida, no convencional, pero una guerra.
Estados Unidos está haciendo todo en Venezuela. Además del embargo comercial y financiero, que ya ocasionó la muerte de al menos 40 mil personas, confiscaron oro y otros activos de Venezuela en el exterior, promovieron actos de sabotaje que llevaron a apagones, instituyeron un títere ridículo (Guaidó) para intentar derribar a Maduro mediante un golpe, articuló el aislamiento diplomático y político de nuestro vecino, hacen presión para que los militares abandonen el gobierno constitucional, promueven una gran campaña de desinformación sobre Venezuela para criminalizar a Maduro y al “régimen bolivariano”, etc.
La cuestión no es, por lo tanto, si Estados Unidos entrará en guerra con Venezuela, sino si la actual guerra híbrida escalará hacia una guerra militar en estricto sentido.
Para intentar responder a esta pregunta, tenemos que tener en cuenta dos grandes factores.
El primero hace a la nueva geoestrategia de EEUU para América Latina. Ellos quieren implantar, a hierro y fuego, si es necesario, la Nueva Doctrina Monroe, según la cual nuestra región tiene que ser, de nuevo, un espacio de influencia exclusiva de los Estados Unidos. Un «patio trasero», como dicen los hispanos.
En ese nuevo escenario, no habría lugar para países que tengan políticas externas independientes y relaciones más profundas con China y Rusia, por ejemplo, rivales geopolíticos y geoeconómicos de EEUU. Así, el derrocamiento del Gobierno Maduro es esencial para la agenda de EEUU en la región, pues Caracas tiene hoy relaciones bastante estrechas con esos rivales de EEUU y practica una política exterior muy independiente, aunque jamás haya dejado de proveer su petróleo al gigante norteamericano. Vale añadir que el gobierno de Bolsonaro, bien sometido que es, ya amenaza salir del BRICS y abandonar programas chino-brasileños.
El segundo factor se refiere a las divergencias en el gobierno de Estados Unidos sobre qué y cómo hacer, en relación a Venezuela.
En Brasil, hay dos grandes grupos en el gobierno de EEUU que tienen opiniones distintas sobre ese y otros asuntos.
Está el grupo de los ideólogos de extrema derecha, del que forman parte figuras siniestras como John Bolton (Consejero de Seguridad Nacional), Mike Pompeo (Secretario de Estado), y el terrible Eliott Abrams (enviado especial para Venezuela), entre otros. Aunque más sofisticados que el astrólogo de Virginia y los integrantes del Clan, componen un grupo extremista, gente que no tiene contacto muy estrecho con la realidad.
Pues bien, ese personal, tutti buona gente, neocons de pura cepa, quiere una intervención militar en Venezuela. Bolton, en particular, el mayor ideólogo de la Nueva Doctrina Monroe, ya demandó al Pentágono escenarios variados para la intervención, desde bombardeos localizados, hasta invasión con tropas en tierra.
El problema, para él, es que los militares del Pentágono, como los de aquí, están resistiendo y advirtiendo a Trump sobre los peligros de una guerra en Venezuela, especialmente si esta involucra tropas en tierra.
Venezuela es dos veces mayor que Irak y tiene un terreno extremadamente difícil para operaciones en tierra, con selvas impenetrables, pantanos (llanos), montañas, etc. En fin, un terreno ideal para una guerra defensiva de posiciones tácticas y de guerrillas. Además, como ya he escrito anteriormente, Venezuela se está preparando para este escenario desde 2006, con el Nuevo Pensamiento Militar. Incluso en el caso de una derrota completa de las fuerzas regulares venezolanas, la Milicia Bolivariana, que podría reunir hasta 500 mil miembros, opondría feroz resistencia por todo el territorio de Venezuela.
Si eso no bastara, los bolivarianos podrían recibir apoyo logístico de China y Rusia, especialmente de esta última, que desarrolló una cooperación militar estrecha con Venezuela.
Además de estas cuestiones militares operativas, pesan también contra una intervención militar, especialmente contra una invasión por tierra, la falta de apoyo político internacional. El Grupo de Lima, que congrega la derecha sudamericana y los satélites de EEUU en la región, rechaza la escalada militar, aunque apoya entusiastamente la guerra híbrida contra Venezuela. Los europeos también prefieren apostar sólo a la guerra híbrida.
Pero eso significa decir que la transformación de la guerra híbrida en guerra convencional está descartada?
No, no lo está.
A medida que la «solución Guaidó» fracasa miserablemente y no se invierte en una solución negociada y pacífica, crece la impaciencia y el descontento de los neocons liderados por John Bolton. Hay que considerar que Bolton es un sujeto muy peligroso e influyente, que tiene un largo e inquietante histórico de manipulación de informaciones para hacer prevalecer sus tesis.
La capacidad de Venezuela de oponerse a tal ataque es limitada, incluso con sus Sukhois SU-30 y sus misiles S-300. El poder de los misiles Cruise y de los aviones con tecnología stealth es abrumador. Además, Venezuela no tiene experiencia en guerra electrónica. Una vez destruido el sistema de comunicación militar, poca cosa podrá hacerse.
La decisión de hacer o no un ataque de ese tipo dependerá de la evolución de las condiciones internas en Venezuela y de los efectos esperados en los electores de Trump. Si el impasse político persiste, si abren fisuras en las fuerzas venezolanas y las condiciones económicas continúan deteriorándose, y si los electores conservadores de EEUU empiezan a ver con buenos ojos una acción más firme, la hipótesis de una intervención militar restringida, sin tropas en tierra, puede no sólo hacerse factible, sino deseable.
Bastaría preparar el terreno con una operación de falsa bandera, que resultara en muertos y heridos atribuibles al «dictador» Maduro, para que tal acción pueda ser «justificada». Otra hipótesis, como aclara el patético títere Guaidó, sería el parlamento venezolano invitando a los estadounidenses a destruir a Venezuela.
En cualquier caso, sería una apuesta de alto riesgo. Pero no se debe despreciar la crueldad y la truculencia del Imperio y de la derecha venezolana. Para asegurar sus intereses, el gobierno de Estados Unidos no se preocupa de destruir países y matar a millones de personas, siempre y cuando no sean vidas norteamericanas. Irak, Afganistán, Libia y Siria fueron destruidos, millones de vidas fueron perdidas, segadas, directa o indirectamente, por la guerra.
Algunos argumentan que, en América Latina, habría mayores frenos para acciones como éstas, dada la existencia de una gran población de origen latino en Estados Unidos, pero, ante el total desprecio demostrado por Trump ante el sufrimiento de inmigrantes latinoamericanos, no es prudente suponer que la actual administración de EEUU se guiará, en el caso de Venezuela, por principios humanistas y racionalidad.
El riesgo de una escalada militar, que pueda conducir a Venezuela a una guerra civil prolongada es, por lo tanto, real.
En otros tiempos, Brasil lideraría toda América Latina contra esa locura. Ahora, sin embargo, somos un paisano sumiso, que late continencia, incluso literalmente, para gente insana como Bolton.
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Oscar Wilde afirmó que Estados Unidos era el único país que pasó de la barbarie hacia la decadencia sin pasar por la fase histórica de la civilización.
El Brasil de los capitanes y astrólogos reúne, en una sola fase histórica, decadencia y barbarie.