Revista Cultura y Ocio
Título original : An artist of the floating world
Título en potugués : Um artista do mundo flutuante
Editora : Rocco
Año de publicación : 1986
Año de esta publicación : 1989
Traducción : Claudia Martinelli
Entre los vendedores de libros y los libreros hay una diferencia abismal. Mientras el primero se limita a vender lo que tiene en sus anaqueles –hoy libros, mañana podría ser televisores- teniendo una noción muchas veces vaga de qué va cada obra, información que de seguro lo aprendió en la capacitación, el segundo sabe al detalle no sólo de qué va el libro, sabe sobre el autor, su nacionalidad, generación, estilo, parece que las ha leído todas; es como una wikipedia andante sobre las obras que tiene para ofrecer. Así me hice de esta obra, cuando el librero aquel de Livrarias Chain (librería antigua, famosa, clásica en la ciudad) rescatándome de mi ignorancia me hizo saber que Ishiguro se fue a vivir desde los seis años a Inglaterra, y aunque haya tenido en casa probablemente una formación japonesa, él ostenta la nacionalidad inglesa, y, aunque esta obra esté representada en su país natal, cosa que podría confundir a algún lector despistado (me parece que hizo un énfasis en aquella frase, quizás hasta frunció el ceño, no lo sé, fue tan rápido y tan elegante, no hubo tiempo para la reacción, además, tuve como un déjà vu: por un momento estaba ante un librero del Jirón Quilca, en Lima, a no ser por el idioma que me trajo de regreso al Paraná), está catalogado como literatura inglesa, si es que acaso debería ser catalogado; el arte –concluyó- no debería tener nacionalidad. Librero, ¡eso es ser un librero!
Leer esta, la segunda novela de Kazuo Ishiguro (Nagasaki, 1954) te deja esa sensación de una obra de un autor japonés clásico, no sólo por que esté ambientada en el Japón pre y post guerra, sino por la elegancia y sutileza de la que Ishiguro hace gala en esta obra. El narrador, Masuji Ono, antiguo pintor respetado y ahora venido a menos en Japón, rememora su pasado, rebuscando entre sus recuerdos, mezclándolos con su presente, acto que se vuelve una constante en la trama -obra nada lineal-, e Ishiguro se las ingenia para no dejar sensación alguna de confusión entre las diversas memorias que el narrador nos va develando. Aquí está presente algo que en Japón parece el estandarte de cada ciudadano: el respeto. Hasta cuando Ono discute con sus hijas, o con Enchi, discípulo de Kuroda, a quien Ono fue a visitar: aunque haya diferencia de opiniones siempre el respeto está presente; aunque Enchi desprecie a Ono al saber su identidad se esfuerza por mantener ese halo de respeto hacia su interlocutor. Ono se hizo –sin proponérselo- del repudio de quienes antes lo admiraban, desde discípulos hasta maestros, e irá descubriendo el por qué.
Aquí tenemos un buen ejemplo de cómo el arte sirvió a la política, aunque no haya sido la intención primigenia de Ono, él descubrirá cómo algunos actos suyos llegaron a desencadenar algo que él nunca imaginó; cómo algunas de sus obras fueron vistas como incentivo a un nacionalismo absurdo que estimulaba, en un inicio, enorgullecerse ante un comportamiento bélico.
El destino, irónico destino, hace que en el presente Masuji Ono vaya percibiendo cómo de a pocos se va transformando su país, la mentalidad de sus más jóvenes compatriotas, incluso uno de su propia familia, su nieto Ichiro, quien prefiere jugar en su caballo imaginario siendo “El Zorro” -lanzando el grito clásico de “El llanero solitario”-, a ser el “Ninja del viento”; prefiere imitar los movimientos de un vaquero norteamericano que los de Miyamoto Musashi, como un simple ejemplo de occidentalización por parte de las nuevas generaciones, lo que al principio cuesta ser asimilado por nuestro narrador.
Me gustó cómo Ishiguro a través de Ono nos describe los paisajes en diversos momentos, como en una conversa con su sensei, Mori-san, quien está observando el cielo color de rosa vivo. La descripción es tal como si fuese un grabado, característica típica en un escritor japonés, y esto teniendo en cuenta que Ishiguro creció y se formó en Inglaterra, regresando a Japón 29 años después: el esforzarse por cultivar, desarrollar y no olvidar sus raíces es para ser resaltado. Ishiguro nos ofrece una pequeña obra maestra.
Obra ganadora del Premio Whitbread de 1986 e indicado para el Booker Prize de ese mismo año.