Ayer aproveché la tarde para acercarme al Parque del Retiro y conocer de cerca un lugar del que había leído bastante y por el que sentía una enorme curiosidad…la Casa de las Fieras. Mientras llevaba a cabo mi caminata note la presencia de un genial compañero de camino, uno de esos atardeceres anaranjados que de vez en cuando nos regala Madrid y que es una de las facetas que más me enamoraron de esta ciudad.
Impresiona ver como al horizonte una explosión de colores cálidos parecen estar librando una y mil batallas mientras que tú sigues andando a tu ritmo, ajeno de que en cualquier momento, ese cielo que parece abrirse pueda brindarte una imagen celestial, y así fue. Tras recorrer el Paseo del Duque Fernán Nuñez y girar a la derecha para enfilar el Paseo de Uruguay me quedé impactado ante una estampa casi apocalíptica de la Estatua del Ángel Caído.
Tuve que acelerar el paso para no perderme un espectáculo que dura apenas unos minutos, que se va con la misma sutileza que surge. Lucifer parecía retorcerse aún más si cabe entre esa serpiente de siete cabezas que lo arrastra hacia el averno. El cielo, plagado de brotes naranjas y amarillos rememoraba las llamas del mismísimo infierno. Pocas veces protagonista y fondo han podido estar más de acuerdo. Por suerte, hoy en día casi todos llevamos una cámara encima así que ahora puedo compartir con vosotros un fotograma que ya ha quedado grabado para siempre en mi memoria.
Os paso el enlace de la entrada que escribí en junio sobre la historia de esta peculiar escultura, sin duda, una de las más originales y misteriosas de Madrid, la Estatua del Ángel Caído.
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