Revista Opinión

Un ateo muy enfadado

Publicado el 13 abril 2011 por Reven

Este escrito viene con motivo del intento de prohibición de la manifestación atea y la querella criminal que un grupo ultra ha impuesto contra ella. Es fruto de mi dolor como no creyente y defensor del racionalismo.

Un ateo muy enfadado

Iglesia de Santa María la Mayor de Torreperogil (Jaén) Dónde por desgracia hice mi primera comunión.

Cuando era yo pequeñico y estaba camino del altar -todo lo hacen en el mismo sitio estos señores- para hacer mi primera comunión me cuestionaba a mi mismo como todo aquello, todo en general y el edificio en particular, podía tener un lazo con la divinidad. Todo el mundo allí así lo pensaba, o eso creía yo, era “la casa del señor” y es donde yo suponía que más podría sentir su presencia, la del Dios bueno y misericordioso del que me hablaban en catequesis y que yo creí a pies juntillas. Yo creía en el Dios cristiano, ya que parecía que todo el mundo lo adoraba y yo era muy pequeño para pensar algo distinto y muy tímido, como algunos niños de tan corta edad, para preguntarlo, así que acabe aceptando internamente que esto era así.

Todo empezó el día que fui por primera vez a una iglesia, para hacer “las prácticas” de la comunión. Algo así como estudiarse el protocolo de aquel día para hacerlo bien. Ya estaban los niños dentro de la iglesia cuando entré y asomé la cabeza poco a poco, todavía lo recuerdo bien, intentando notar algo. Entre con sigilo, y aunque reconozco que noté un poco de frío en mí al cruzar el portal de la entrada, os digo, que nada tenía que ver con lo místico y sagrado sino con la oscuridad del lugar aquella tarde y la temperatura del gran edificio de piedra. Nada.

Más tarde fui a confesarme, como es costumbre, unos días -no recuerdo cuantos- antes de hacer la comunión. Me consternó el hecho de que ese hombre tuviera poder sobre mí y pudiera quitarme los pecados, aunque no le di más importancia. De mi primera comunión no recuerdo mucho, pasó sin pena ni gloria. No me convenció. Aún así yo seguía pensando que la mayoría de la población creía en esto y eso tenía que ser un indicio de que realmente existía algo. ¿Toda la sociedad podía estar equivocada? ¿En serio? Yo pensaba que no podía ser posible, era yo el que estaba en el error.

Un par de años más tarde (quizás me equivoque con las fechas) yo me encontraba camino de hacer la confirmación, más bien por defecto que por haber tomado ninguna decisión al respecto, y ni mucho menos por vocación. Y llego el conflicto. En la escuela nos hablaron del sistema reproductor y de como se reproduce el ser humano. Yo mientras mi profesora lo explicaba no podía parar de pensar en… La Virgen. Y así fue como traslade la cuestión a mi catequista, una muchacha que yo tenía por dialogante, hasta aquel día. La cara con que fue recibida mi pregunta distaba mucho de lo que para mí había sido todo aquello, tenía claro que había dado con un límite que por aquel entonces no percibía: siempre había hablado ella y nunca se había cuestionado nada allí. Pero yo se lo dije, ¿cómo puede ser virgen? ¿Acaso no dio a luz a Jesucristo? La respuesta de ella fue negar todo y apelar a “la Fé”, que “la reproducción humana era un pecado” … bla, bla (se referiría al acto sexual, digo yo). No hubo un segundo para que yo pudiese explicar mi posición, la opresión en la discusión fue la respuesta: estuve a punto de estallar. Un par de días después me aconsejaron no ir más.

No recuerdo bien cuando me di cuenta de que había más personas como yo, que habían cuestionado todo esto y no se lo creían. Ateos, agnósticos, llamadlos como queráis, personas que necesitan algo más que un libro para explicar la realidad. El caso es que desde aquel día, hasta que me di cuenta de que había más personas como yo, pasé por unos meses que me sentaron como un trago amargo, creyéndome distinto a los demás y en algunas ocasiones peor, con una idea marginal y asocial de la que no me podía deshacer. Y fui leyendo y creciendo hacía dentro y hacía fuera y descubrí que realmente no era así, que había mucha gente que no creía como yo, y que era totalmente normal. ¡Claro que era normal! Una de las ocasiones que mejor me sentí fue en la biblioteca de mi instituto donde encontré un panfleto anarquista que se burlaba de la religión, pero eso es otra historia. Creo que fue a los 15 cuando de una vez por todas, y no como una postura impuesta sino de manera real, acepté de una vez por todas que no era cristiano y no podría serlo nunca más. A las 20 me definí como ateo, pero por cuestiones de extensión no explicaré el motivo.

¿Imaginan lo que hubiese supuesto para mí desde un inicio saber que había más personas que pensaban como yo? ¿La diferencia que pudo suponer para mí y lo que pudo suponer -y puede- para mucha más gente? Ojalá hubiese tenido conocimiento por medio de una “procesión”, o cualquier otra cosa, de que había otras formas de entender la vida. ¿Por qué no? ¿No es este un país libre?

Eso fue lo que la procesión atea despertó en mí, me pareció una iniciativa estupenda, por mucho que digan que es un día sagrado para los católicos. ¿No adoran a un Dios respetuoso, benigno y misericordioso? ¿Por qué hay tanto odio que tienen que denunciarnos como si fuésemos criminales solo por ser lo suficientemente maduros como para elegir nuestro propio camino? ¿Acaso las calles de Madrid pertenecen a estas gentes? Ni mucho menos.

El día que empecé a caminar por mi propio sendero me acepte a mi mismo, me senti mejor y perdí el complejo de inferioridad que muchos humanos aún tienen y que el cristianismo ha impuesto a este nuestro pueblo, que aún camina con la cabeza agachada y la espalda doblada, azuzados por un aura de falsa moralidad. No podemos tolerar que vuelvan a tratarnos como inferiores por ser distintos. Por eso mismo no podemos tolerar que nos prohíban manifestarnos, va en contra de nuestros derechos como colectivo y como personas. Nadie puede decirnos por donde podemos o no podemos andar, que pensar ni que construir.

Si los católicos quieren que seamos respetuosos con ellos tendrán que respetar nuestro derecho a manifestar nuestras no-creencias. ¡No a la criminalización del ateísmo!


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