Revista Literatura

Un banco de El Retiro (I)

Por Cosechadel66

La anciana se sienta en el banco en el Retiro. El mismo banco cuya mitad izquierda ocupan los útiles del joven pintor que casi todas las tardes, si el tiempo lo permite, ocupa el mismo sitio para intentar sacarse algo retratando a los que pasean por aquel rincón. El pintor, llamémosle Juan, no se inmuta. Conoce a Grace desde que el banco le llamó, como a él le gusta decir, hace ya casi tres veranos. La primera tarde que ocupó con sus trastos el banco, ella llegó para sentarse en la otra mitad. Cierto es que le extraña que hoy llegue sola, sin Juana, su otra mitad, como dicen ellas. O más bien como decian, porque la voz de Grace tiembla ligeramente al contestar a Juan sobre donde está su otra vecina de aquel rincón.

- Juana ha muerto. Otro 7 de junio. La primera vez también la lloré un 7 de junio.

Juan se sienta a su lado. La mira con toda la ternura de la que es capaz. Duda si poner sus manos encima de las temblorosas de Norma. Al fin y al cabo, si bien es cierto que las conocia, el hecho de compartir un banco en El Retiro no es la garantía más absoluta de confianza de la tierra. Sabía poco de ellas. Juana era la mayor, casi la centena, poca cosa, pero de andares graciosos, y eso que sólo la vió andar unas pocas veces, antes de que tuviera que ocupar una silla de ruedas empujada a duras penas por Grace. Americanas ambas, aunque hablaban poco de ello, casi entre susurros cuando alguna vez lo hacian. No sabe a que se refiere la frase de Grace sobre la “primera muerte” de Juana, pero decide no preguntar y si poner su mano encima de las suyas. Ella le mira y luego vuelve a mirar a ninguna parte, quizás hacia el pasado.

- Yo erá un cría y la lloré en una acera como si se me hubieran roto los sueños. Pero me los devolvió.

Juan decide no hablar. Tan sólo mantiene su mano y sus ojos encima de aquella anciana compañera de banco y de Retiro. Recuerda que siempre le ha gustado su mirada. Desde aquel primer día de vecinos. Tiene algo de conocida, y a la vez de lejana, de mirar detrás, como decia su abuela. En un segundo toma una decisión. Se aparta de Grace, coge el lienzo en blanco que ya tenia preparado por si pasaba algún cliente, la pequeña silla plegable, y se coloca enfrente de ella para hacerla un retrato. A su vez, la anciana le observa, y efectivamente, se siente como si estuviera mirándole detrás, como si estuviera pensando. Sonrie levemente, y se deja hacer. Como si hubiera posado siempre, vuelve la cabeza para reanudar esa mirada hacia ninguna parte y hacia todas.

Mientras con el carboncillo esboza sus perfiles, tiene la extraña sensación de haber pintado ya aquel rostro en alguna ocasión, aunque está seguro de no haberlo hecho. Alguna vez lo pensó, pero en ocasiones por que llegaron clientes, y en otras porque pensaba que no les gustaría, jamás había hecho un retrato de ellas, ya fuera juntas o por separado. Lo único que había dibujado para ellas es la reproducción de la foto de una vieja actriz, que no reconoció, y que era un regalo de Grace para Juana, y que recordaba había provocado que aquella tarde parecieran dos jovencitas en una fiesta cuchicheando entre ellas sobre pretendientes y primeros besos. No logró deshacerse de esa sensación mientras iba completando el dibujo, y Grace seguia con aquella mirada, como una vieja modelo que supiera perfectamente cual era la mejor pose.

Necesitaba un carboncillo nuevo para acabar el dibujo y se le habian acabado. Recordó que al otro lado del paseo, Pedro, otro pintor, también dibujaba con ellos, asi que se disculpó con Grace y fue a pedirle uno.

Al volver, Grace ya no estaba. Tan sólo permanecia sobre el banco una vieja bolsa de tela.

(continuará)

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