Revista Opinión

Un beodo y una pistola

Publicado el 20 noviembre 2019 por Carlosgu82

Emilio, sostenía tembloroso una 38 especial mientras se servía una copa de vino barato. Era la segunda botella, pero Emilio todavía no estaba listo para hacerlo. No paraba de rascarse la cabeza con el cañón del revólver mientras en su recuerdo, su mujer y sus dos hijas le saludaban dulcemente delante de aquel restaurante al que tanto les gustaba ir. El dueño, un antiguo amigo del colegio, le había propuesto varias veces hacerse socio, pero Emilio no acababa de decidirse. Era una bonita estampa que el hombre se esforzaba en recordar una y otra vez para no olvidarla. Quizá, de esa manera, todavía podría mantener con vida a su familia.

En la radio, sonaba una canción que se había puesto de moda recientemente; «Cien caminos», de un tal Paco Cabezas y la Banda de Millón. « ¡Maldita canción!», pensó, y sin dudarlo disparó a la radio. Un agujero de un puño de diámetro se dibujó en la pared de detrás del aparato mientras la canción seguía sonando. Había fallado el tiro a tres metros de distancia. Emilio ya estaba listo. Ese había sido su primer disparo, y aunque había fallado, no estaba dispuesto a hacerlo de nuevo.
El hombre se levantó, subió el volumen de la radio y apretó el cañón del revólver contra la frente. La Smith & Wesson hizo su trabajo, y la sangre y la masa encefálica de la víctima decoraban la alfombra de la sala.
Emilio no podía para de llorar recordando a su mujer y a sus dos hijas. Contemplar el cadáver del asesino de su familia no le había hecho sentir mejor. Eso ya se lo imaginaba, pero era una cosa que debía hacer. Ese maldito borracho se había llevado por delante a su familia y ni siquiera se arrepentía. Tras un breve paso por la cárcel, había conseguido la condicional y volvía a disfrutar de la vida, como si nada hubiera pasado; como si Ángela y las pequeñas Ana y Marta tan solo hubieran sido un par de conos en medio de la carretera.
El hombre desapareció de la escena del crimen sin dejar rastro. La policía encontró una nota que ponía: « Aquí se ha hecho justicia »
El sargento Espada sabía de que iba el asunto, pero no dijo nada. Ese tipo era un delincuente reincidente que pasaba más tiempo entre rejas que fuera. La sociedad estaba mejor con ese energúmeno bajo tierra.
Emilio desapareció. El había intentado varias veces suicidarse, pero su mujer, en su último aliento de vida le había hecho prometer que continuaría adelante y que no se rendiría.
« Nos veremos, mi amor», le dijo ella antes de morir « Algún día volveremos a estar juntos los cuatro de nuevo, pero todavía no, mi amor, todavía no.»
Nunca le faltaron flores frescas a la tumba de su familia mientras Emilio vivió. De alguna manera, el hombre se las ingeniaba para que así fuera.


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