En un principio se creyó que la policía secreta egipcia, la al-Mukhabarat, estaba borrando las huellas que incriminaban a su presidente, quemando los ficheros con la documentación de los centenares de represaliados desde el 14 de octubre de 1981 en que Hosni Mubarak tomó las riendas del país, rompiendo en mil pedazos todo CD o disco duro que contuviese un resto criminal, y que mientras tanto se preparaba el avión que llevaría al derrocado, y a su familia, a alguna megalópolis moderna en la que muchedumbre y leyes le hiciesen pasar desapercibido y morir en una confortable cama cuando le llegase su hora, no antes. Pasado un tiempo más que prudencial, se cree que o al-Mukhabarat tiene más quehacer del previsto, o el avión no tiene combustible para tan largo viaje o piloto que lo tripule, o no hay nación que le preste hacienda libre de impuestos y nacionalidad con la que compartir la de nacimiento, dificultad, o suma de varias o todas, que añadir a la cabezonería del líder y a la imposibilidad de encontrar un disolvente para despegarle del trono.
Lo sorprendente es que el gobierno norteamericano, que encontró en lo que ellos llaman Egypt -los nativos, Ǧumhūriyyat Miṣr al-ʿArabiyyah- un aliado perfecto para sus intereses durante el final del siglo XX y el turbulento inicio del XXI, ha pedido a Mubarak que contemple la posibilidad de dejar el poder, de convocar unas elecciones, de encabezar una reforma y dirigir una transición pacífica hacia la democracia. Ha indicado, invitado, pero no ha ido más allá. Por ejemplo, no le ha ofrecido su protección y ayuda como hizo con el sha Reza Palhevi en 1979 (falleció al año siguiente en el exilio: ¡en Al-Qāhira!, la fuerte, la victoriosa, la capital egipcia), lo que lleva a pensar que o ha aprendido la lección, o la política exterior de Hillary 2 Lives no es la más adecuada. Eso si no es que USA ya no pinta ni la mitad de lo que parece que cuenta en el nuevo sistema económico: poco.
No hace falta conocer el Persépolis de Marjane Satrapi, aunque tampoco está nada mal deleitarse con la autobiografía gráfica de la rebelde iraní -¿una joven inconsciente que no se enteró de la tormenta que se avecinaba hasta que era demasiado tarde u otra pobre niña rica que sacó rédito a sus vacaciones europeas?-, para descubrir que junto con la salida del rey persa de su feudo, llegó una Revolución integral e integrista, un islamismo feroz, que ha derivado en una amenaza nuclear que lleva hasta al más enfadado con los de Washington a plantearse en algunas ocasiones si no hubiera sido mejor alejarse del caso y haber dejado que la nación decidiese su Destino. Eso parece que es lo que en estos momentos hace la administración del ex Presidente Terrícola, Alabado Obama: no intentar influenciar en los egipcios, llenarse de razones para una hipotética radicalización de la zona. No es cuestión de echar manaña de menos a Mubarak, la occidentalización de su mandato, la gestión del canal de Suez, las toneladas de trigo que nos suministraba, los paseos bajo la vigilancia de la esfinge de Al-Ŷīza, las sombras de las pirámides.
Esperemos que no suceda como con las manadas de bisontes que cubrían las grandes llanuras del norte de América hasta que la pólvora hizo acto de presencia: una vez que el tirador había descubierto al jefe, apuntaba, y tras caer muerto al suelo, el resto del grupo se quedaba quieto, confuso, desamparado, y recibía la llegada de lo inevitable sin mayor objeción. La carnicería era cosa fácil. Esta rendición, propia de un ejército militar disciplinado, quizá sea el mayor de los temores de los occidentales. Al menos es la de muchos, entre los cuales me incluyo. Porque todos sabemos que las palabras matan, y que no hay palabras más repetidas que las de los libros religiosos. Y que otro Persépolis, por muy poético y bonito que pudiera resultarnos, sería redundante. Desmesurado, como el doble windsor que luce a diario el rancio Rato en su cuello, un político que era de lo más vitoreado por las plazas españolas hasta ayer mismo, en que el FMI lo tachó de incompetente redomado.
Me inclino por pensar que al faraón le están realizando una momificación digna de sus más dignos antecesores. O tal vez es que, como en el chiste del viejo patriarca,cuando recibió la invitación a aparecer en público y despedirse de su pueblo, preguntó al interlocutor si es que el pueblo se iba a alguna parte: certificación plena de la locura que conlleva el poder, que aún me causa más inquietud y llena el campo de nuevos francotiradores.
Marjane Satrapi