Mañana tengo una reunión interesante, ¡una de muchas que se vienen!, con el director de la maestría que estoy haciendo en Notre Dame. En EEUU nos estamos acercando al cierre del semestre de Primavera y eso implica, obviamente, el advenimiento del de Otoño. Para la gente que pasa a segundo año de estudios, como yo, eso supone además un momento decisivo: la época de postulación a programas doctorales. Mi reunión de mañana tiene como fin, precisamente, discutir un poco sobre ese asunto. Una de las mejores maneras de hacerlo es presentándole a los profesores un boceto del plan de disertación doctoral. Yo vengo pensando en este tema hace años y le he ido dando forma en los últimos meses de un modo más claro; sin embargo, no he escrito nada suficientemente breve y articulado al respecto. Este post, entonces, tiene como objetivo articular el proyecto del modo más sintético posible. De paso aprovecho para compartirlo con los lectores y recibir cualquier comentario que consideren pertinente.
La gran pregunta articuladora de mi investigación doctoral podría ser la siguiente: ¿Cómo hablar del Dios de Jesucristo en el contexto de la postmodernidad y la secularización? Esta, evidentemente, es una pregunta enorme y debe encauzarse de modo más apropiado. Para hacerlo, un buen ejercicio es desagregar sus mayores elementos. Por un lado, está el Dios de Jesucristo; por otro, la postmodernidad y la secularización. Quiero concentrarme, entonces, en la creencia cristiana, en lo que algunos llaman también la auto-comprensión que tiene la tradición cristiana de sí misma. Evidentemente, el mensaje del Jesús histórico viene mediado por cientos de años de historia de interpretación y esto es fundamental en la comprensión del misterio que supone que Jesús sea, a la vez, Dios. Luego, corresponde una investigación seria que desde el marco de la propia tradición cristiana sea capaz de dar cuenta del mensaje de Jesús, el Cristo, de un modo relevante para nuestra época. Eso no nos lleva a la segunda sección de la pregunta. Esta época puede ser caracterizada de muchas maneras, pero filosófica y teológicamente, me parece apropiado hacerlo usando los rótulos postmodernidad y secularización. Mi investigación tendrá que detenerse con seriedad en analizar los alcances de ambos términos (que considero fuertemente conectados), pero aquí podemos caracterizarlos brevemente del siguiente modo: la postmodernidad supone, fundamentalmente, el descentramiento del mundo, la aparición radical de muchos nuevos centros, lo que cambia las relaciones de poder entre discursos y personas. Esto afecta de modo particular al cristianismo, que deja de ser un discurso privilegiado y debe ganar reconocimiento pues su situación no es más de hegemonía y tampoco tendrá la “suerte” de que un emperador lo vuelva religión oficial otra vez. La secularización, por su parte, supone un proceso conectado, pero que pone menos énfasis en la pluralidad de discursos y se centra más en el contraste entre un mundo que fue masivamente religioso y cristiano hace pocos siglos y que hoy se encuentra básicamente independizado de esa forma de ver las cosas. Hay, pues, una prioridad mayor de las reglas del “mundo” y una cada vez menor estima por los aportes del antiguo orden que, muchas veces, se asume como primitivo, dogmático, oscurantista, etc.
Con esta breve caracterización, luego, tiene más sentido volver a mi pregunta general, a saber, ¿Cómo hablar del Dios de Jesucristo en el contexto de la postmodernidad y la secularización? La respuesta corta y simple es “de un modo muy distinto”. Sin embargo, los cristianos creen que su religión transmite una verdad perenne, aquella revelada en Jesucristo. Yo creo lo mismo. Para mantener esa afirmación en el contexto descrito, no obstante, hay que hacer algunas maniobras muy sofisticadas que, a continuación, quiero resumir como la parte más programática de la tesis. Lo que sigue, entonces, es una breve lista de autores y temas que, me parece, resultan fundamentales para responder la pregunta abierta.
1. Planteamiento paradigmático del desafío: Slavoj Zizek
Creo que para muchos es evidente que el cristianismo, de una u otra manera, se encuentra próximo a su fin. Cada vez resulta menos relevante en más o menos todo terreno. La ciencia no lo necesita por su rígida concepción de naturaleza y por las mil trabas que pone a la libertad de la investigación; la política lo declara como irrelevante, porque el gobierno se encarga de regir la “ciudad de los hombres” y no de conducirnos a la “ciudad de Dios” (para usar la clásica tipología de San Agustín), ergo, lo que haga cada quien con su vida es cosa privada siempre y cuando no atente contra la neutralidad de la esfera pública donde todos somos iguales y debemos respetar los derechos de otros; el arte prescinde de él porque encuentra en el concepto y muchas otras formas de manifestación caminos independientes de la fe para mostrar su sentido; la espiritualidad, finalmente, es capaz de encontrar profundas raíces fuera del contexto cristiano, el encuentro con Dios se actualiza vía la meditación y el silencio, de modo personal y sin pre-requisitos tradicionales. Dios, pues, ha muerto. No lo necesitamos más.
Esta caracterización algo simplista, pero no obscenamente inadecuada, de los hechos encuentra su versión más sofisticada , me parece, en el pensamiento de Slavoj Zizek. Este filósofo esloveno ha desarrollado una matriz de pensamiento muy poderosa que, parece, básicamente irrebatible. Su refinado uso de Hegel, Marx y Lacan (entre muchos otros autores) le ha permitido construir un sistema muy poderoso para la interpretación de la realidad y, en particular, de nuestro tiempo. Esta situación, por sí misma, lo convierte en un autor fundamental; no obstante, su relativamente reciente giro hacia el estudio del cristianismo hace de él un personaje mucho más significativo. Zizek, básicamente, ofrece una lectura del cristianismo de acuerdo con la cual su estructura trinitaria constituye la manifestación de su propia nulidad: Jesús literalmente muere en la cruz y con él muera la idea de un Dios como supremo ordenador del mundo. Lo que queda es el Espíritu Santo, la acción colectiva de la humanidad. No hay trascendencia, no hay misterio.
Esta es, pues, la lectura materialista y atea de la situación postmoderna y secularizada en la que nos encontramos. Yo la encuentro muy interesante, provocadora e, incluso, iluminadora para el cristianismo. En ese sentido, mi objetivo, en lo que posiblemente sería el segundo capítulo de la tesis (el primero trataría de describir la “situación” presente), es presentar los argumentos centrales de Zizek y señalar su fuerza como respuesta a la situación descrita.
2. La respuesta cristiana: David Tracy y John D. Caputo
Ahora, siendo un pensador cristiano, creo que Zizek requiere una respuesta que permita mostrar las razones por las cuales considero que su lectura es inadecuada. Para ello, el giro fundamental consiste en cambiar el terreno de la argumentación y mostrar que la mayor falencia en la argumentación zizekiana se encuentra en su errónea interpretación de los símbolos cristianos, particularmente, del misterio pascual. Evidentemente, en el contexto académico, uno no puede solo coger la Biblia y usarla como argumento. Toca desarrollar una compleja estrategia hermenéutica que, posiblemente, tome la parte más larga de la tesis. Aquí me apoyaré en la larga y compleja obra de David Tracy para mostrar la relevancia pública del discurso cristiano en nuestro tiempo y el modo en el que este, leído desde sí mismo pero a la vez revitalizado con las herramientas de la hermenéutica contemporánea, básicamente Gadamer y Ricoeur, muestra su verdadera fuerza. En este proceso, la obra de John Caputo también resulta fundamental. El modo en que este autor se apropia de la teoría postmoderna es sumamente original y la aplicación que hace de la misma para interpretar el fenómeno cristiano lo es aún más. Caputo tiene como ventaja, además, el hecho de haber publicado una obra fundamental y muy reciente, The Weakness of God (2006), y el estar a punto de publicar su secuela, The Insistence of God (Septiembre, 2013). Eso me ayuda porque en ambos textos trabaja con autores más contemporáneos que Tracy (quien no publica cosas grandes de los 90) y, además, porque en la última obra mencionada se ocupa de Zizek directamente.
3. El problema del pobre: Gustavo Gutiérrez
Habiendo trabajado esas grandes secciones de la disertación, considero que un tema fundamental debe ser introducido para iluminar los demás, a saber, el problema de la pobreza en el mundo. Sobre esta materia la voz de Gutiérrez tiene y tendrá siempre un liderazgo fundamental. El proyecto de la teología de la liberación no es solo convincente, sino que está muy bien fundamentado desde la perspectiva teológica. Tan es así, que los últimos textos de Tracy muestran un claro “giro hacia el pobre” que se debe, de modo explícito, a la obra de Gustavo. Esto es particularmente interesante porque facilita mucho el trabajo de investigación. Sucede lo mismo, aunque de modo no explícito con Caputo. Su teología, según me dijo él mismo, se puede entender perfectamente como una lectura postmoderna de la teología de Gutiérrez.
El punto, en todo caso, es sencillo. Yo mantengo, por influencia abierta de Gutiérrez, pero también por convencimiento personal y académico, que la situación postmoderna y secular se entiende mejor si es que uno la observa desde la perspectiva de las víctimas, de los insignificantes de la historia. Esto supone, por supuesto, una comprensión compleja del fenómeno de la pobreza, que va más allá de la mera, aunque dramática y real, pobreza material. Aquí tocará hacer trabajo sociológico también. Revisar nueva data y ver los desarrollos que se han hecho en el mundo en relación a los avances y retrocesos en el terreno de los estudios y acciones para la erradicación de la pobreza. Me parece que Thomas Pogge es una figura esencial aquí.
Ahora bien, el hecho de que el fenómeno de la pobreza sea comprendido por Gutiérrez como un problema teológico y cristiano, me permite cerrar la investigación de mejor modo. Gutiérrez, mantengo, permite reforzar la respuesta que desde Tracy y Caputo trataría de dar a Zizek: Gutiérrez ofrece una lectura cristiana de muchos de los problemas que preocupan a la vena marxista del pensamiento de Zizek y, con ello, permite un poderoso contra-argumento que no desestima las legítimas preocupaciones teóricas y practicas de Zizek, pero que las resitúa mostrando que estas no requieren el desprecio de la perspectiva cristiana .
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Grosso modo, este es el proyecto. Parece inmenso, pero creo que es manejable en un bloque de 5 a 6 años, sobre todo porque casi todo el trabajo sobre Gutiérrez y Tracy lo tengo hecho y, en general, porque no se trata de temas extraños. Todos los he trabajado en escritos de diverso tamaño, pero siempre suficientemente largos como para elaborar ideas que pueden aportar al proyecto mayor. Me queda pendiente aún pensar en cómo puedo colocar a William James en este marco. Mi intuición me dice que podría ir en el bloque Tracy-Caputo pues estoy muy seguro de que uno de los defectos principales de la retórica Gadamer-Ricoeur-Derrida consiste en su dificultad para articular proyectos prácticos y, sobre todo, para justificarlos argumentativamente. La continua apelación al misterio, a la tradición, a la sutileza del arte y a la comprensión de la verdad como desocultamiento, oscurece, me parece, la justificación de las creencias. Aquí, sostengo, el pragmatismo tiene un rol fundamental. Pero tengo que elaborar un poco más esto.
En todo caso, esas son las ideas. ¡Se aceptan todo tipo de sugerencias!