Intenta ver la vida como si fuera un coco. Es duro por fuera, y sin las herramientas y conocimientos apropiados, puede parecer totalmente inútil y fútil. Pero si sabes cómo abrirlo hay un dulce jugo dentro. La clave está en no quedarte con el coco para ti solo. Una vez que aprendes a abrir el coco, lo compartes con alguien que no tiene coco, y entonces entiendes lo qué es la felicidad.
Jacques ejercerá de maestro y tutor. Lo prepara como su sucesor en el bar que regenta. Para ello se esmera en educarlo (transformarlo), cambia su vestimenta y corte de pelo, le enseña el oficio, cómo ha de comportarse y mostrarse ante los demás. La inocencia, candor y docilidad, frente a la firme decisión de un solitario misógino y amargado.
Ha sido una muy grata sorpresa. Una pequeña delicia. Una maravillosa historia de opuestos. Con influencias claras de Kaurismaki. Coproducción europea, rodada en Nueva York. Brian Cox en plena forma, es el alma de esta película.
Un comienzo que parece llevarnos al lado más negativo, poco a poco se reconduce, y con ciertas dosis de humor agridulce, nos muestra la vida de dos seres peculiares, por los que pronto sentimos cariño. La relación entre ambos, la evolución de su amistad y sus roles. La “intromisión” de la mujer (el amor), las diferencias, la negociación, el respeto. Si tengo que poner un pero, diré que no considero necesario, ni adecuado (vamos, que no me ha gustado nada), la parte final relativa al donante; sobra y molesta.
Divertida la extraña concurrencia del local y sus costumbres.
Días de cine le dedica este breve reportaje.
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