…. se merece una buena ropa interior.
Solemos prestar mucha atención al look elegido para deslumbrar en una boda como invitada pero es cierto que a veces descuidamos una parte muy importante: la ropa interior.
La ropa interior puede ensalzar o arruinar un buen look por lo que es necesario dedicarle tiempo y elegir la más adecuada para el modelo elegido. Todas nos hemos fijado alguna vez (y cotilleado) en esa invitada que lleva un vestido que se le pega al tanga, o a aquella otra a la que se le transparenta por completo la ropa interior por poner algún ejemplo.
Desde que el concepto de invisible llegó al mundo de la lencería nos ha ayudado mucho. Quizás la ropa interior denominada invisible no es la más bonita del mundo pero reconozcamos que con ciertos looks es la que mejor queda, precisamente porque no se nota.
Pero como en todas las cosas, hay ropa interior y ropa interior. El año pasado, en ese bucle de elección de outfits y no dejarse un dineral en ello que ocasiona el tener tres bodas en 4 meses, caí rendida, previo consejo (malditos consejos) a las bragas invisibles del Primark.
Primark, esa tienda en la que siempre entro pero en la que casi nunca me llevó nada, primero porque no suelo encontrar nada que me guste y segundo, porque tengo que reconocer que me he vuelto muy tiquismiquis con costuras, buenos cortes, buenos patrones etc. Herencia de descender de modistas aunque no sepa coser un botón, imagino.
A lo que iba, aquellas bragas en pack de 6 (las cosas a lo grande) tipo short pero con forma bonita costaban bastante menos que unas solas en la mercería de confianza. Y piqué. Y maldita la hora. Llegué a casa, las lavé y las metí en la maleta. Error. No se me ocurrió probar unas antes del gran día.
Y llegó una de las bodas y yo me preparé. Puedo jurar que no había transcurrido media hora de la boda y yo ya había entendido a la perfección el adjetivo de “invisibles” de aquellas bragas. Las que prometían ser cómodas y no notarse resultaron ser de esas que se van estirando poco a poco según las llevas puestas y te obligan a desarrollar una capacidad casi innata de tirar de ellas rodeada de gente y que no se den cuenta. O al menos no muchas personas. Durante el cóctel y la cena estuve sentada por lo que no hubo problema pero llegó la hora de tirarse a la pista y allí estaba yo de las primeras, bailando,dándolo todo y sufriendo. Juró que hubo momentos en los que bien creí que se me salían por los pies y aprovechaba las canciones que no me daban más para correr al baño a colocarme las bragas con dignidad. Qué noche, qué momento en el que estás rodeada de gente saltando en grupo y mientras tú vas hacía arriba notas que tus bragas van hacía abajo. Así no hay quién disfrute aunque lo que de verdad te salga es descojonarte de la situación. Mi único alivio era que al llevar un vestido largo, tenía margen de maniobra, al menos no me asomarían por debajo del vestido a la primera de cambio, al menos el vestido elegido lo disimulaba todo al máximo, al menos la gente ya empezaba a ir con alguna copa de más y no notarían mis “subidas de bragas” que ya dejaban de ser elegantes debido a esas copas de agua con misterio.
Ante grandes problemas, grandes remedios y todo lo solucioné con otra carrera al baño en una de esas canciones que no me transmiten mucho y un nudo rápido en un lateral. Voilá! Mis problemas se habían acabado y ahora sí, podía saltar, bailar y echar el resto sin preocuparme de las malditas bragas, que para ser invisibles se habían dejado notar más que cualquier otras.
Por supuesto, las bragas invisibles del Primark han quedado desterradas al fondo del cajón y no me las he llevado nunca más de boda. Ni a ningún otro sitio.
IMAGEN: LuciaBe