Hace un par de meses recibimos el correo de una lectora que nos recomendaba con gran entusiasmo el libro que estaba leyendo, “Un bulto en la mama”, de Teresa Ferreiro. Por esas casualidades no casuales de la vida, en ese momento nos estábamos planteando abordar el tema del cáncer como contenido central de este número. Ya habíamos hablado con expertos en medicina integrativa, pero nos faltaba la perspectiva de alguien que lo hubiese vivido en primera persona.
Y ahí es donde nos llegó el libro de Teresa, que se planteó su enfermedad como un proyecto con principio y final, preguntó, investigó y decidió, trabajó activamente en su proceso de curación, y luego tuvo la enorme generosidad de compartir su experiencia con naturalidad, sentido práctico y optimismo.
Vida Natural: Teresa, ¿en qué momento decidiste escribir el libro y porqué razones?
Teresa Ferreiro: Siempre he querido ser escritora, toda mi vida. Una amiga con la que hablaba a menudo del tema, me decía con muy buen criterio. “para escribir un libro, es fundamental tener algo nuevo que decir; si no, mejor no hacerlo”. A mi me faltaba ese enfoque nuevo, hasta que un día, ya finalizada la radioterapia y reincorporada a mi trabajo y a mi vida, recuerdo perfectamente que iba en un avión, y de pronto lo vi claro. Mi libro se basaría en ofrecer una guía práctica, el tipo de manual orientativo que a mí me habría gustado tener. Éste era el nuevo enfoque, un trabajo eminentemente práctico. En ese avión fui capaz de diseñar todo el índice y el contenido, porque había descubierto mi objetivo: Quería poner a disposición de las lectoras las herramientas que puedan necesitar para tomar sus propias decisiones y saber cómo actuar en cada momento.
Por otra parte, tres meses después de acabar la radioterapia, se me empezó a hinchar el brazo debido a la acumulación de líquido linfático (se denomina linfedema), consecuencia de la extracción de ganglios durante la cirugía para eliminar el tumor. Este hecho me enfadó enormemente. No me lo esperaba. Escribir me ayudó a canalizar mi rabia y a desahogarme.
VN: El posicionamiento frente a la enfermedad que describes en el libro es muy pro-activo; conocer en detalle qué está pasando, cuales son las posibilidades y las opciones, y mantener la mayor capacidad de decisión posible sobre el tratamiento a seguir. ¿Cómo fue recibida esta actitud por parte de tus médicos?
TF: Hubo de todo. Mi oncólogo me permitió negociar con él una parte del tratamiento, y llegar a un acuerdo que a ambos nos convencía. En cambio, la doctora que me operó el tumor no me dio opción. Tomó su decisión de extraer los ganglios ignorando mis deseos. Incluso cuando le pedí una segunda visita antes de la cirugía para intentar una vez más que cambiara de opinión, ni me recibió. Envió a alguien de su equipo. Pocos días después me operó y me quitó unos ganglios que estaban sanos, razón fundamental por la que después me apareció el linfedema.
Respecto a las terapias complementarias en que me apoyé durante el proceso, los médicos me dejaban hacer. Básicamente por dos razones: la primera, porque no interfería con sus tratamientos; la segunda, porque veían que me encontraba muy bien, teniendo en cuenta las circunstancias.
VN: Dedicas un capítulo a las medicinas y terapias alternativas ¿es posible sumar sus beneficios a los del tratamiento convencional?, ¿crees que es posible una oncología integrativa?
TF: Estoy convencida de que es posible. Se benefician tanto los médicos como los pacientes porque los tratamientos son más eficaces, y los pacientes no sufren de la misma manera. Dicho esto, creo que para llegar a una oncología integrativa hace falta fundamentalmente el deseo de querer hacerlo. La medicina occidental se basa en resultados científicos para corroborar la validez de un tratamiento. Las terapias complementarias en muchos casos no disponen de esos resultados, lo cual no quiere decir que no sean efectivas, sino que simplemente miden su efectividad de otra manera. Es necesario que exista la voluntad por ambas partes de llegar a un punto común, aceptando y valorando las peculiaridades de la otra, para que la oncología integrativa pueda existir.
VN: También hay un capítulo dedicado a la nutrición. Numerosos estudios vinculan los hábitos alimentarios a la aparición de diversos tipos de cáncer, ¿la oncología tiene como asignatura pendiente incorporar la supervisión nutricional como tratamiento?
TF: En efecto, todavía queda camino por recorrer en este campo. Básicamente, porque la nutrición es una disciplina tan rica y complicada como cualquier otra ciencia. Requiere de muchos años de estudio, y por tanto, necesita a profesionales dedicados y expertos en el tema. Es extremadamente efectiva cuando se realizan tratamientos individualizados. No son suficientes unas pautas orientativas de alimentación (aunque yo misma doy algunas en el libro). Lo ideal sería incorporar un nutricionista al equipo que trata a cada paciente. Y no sólo en procesos como el cáncer, sino en nuestra vida. Si además de tener un médico de cabecera, contáramos con un experto en nutrición (y le hiciéramos caso) que nos hiciera seguimiento, muchas enfermedades podrían evitarse.
VN: En el libro hablas de la teoría del doctor Hamer sobre el shock psíquico como desencadenante de la enfermedad, y también expones tu experiencia con la MTC, que plantea que un desequilibrio energético debido a causas emocionales puede desembocar en enfermedades más serias. ¿Crees que los aspectos emocionales del cáncer, tanto en su origen como en su tratamiento, deben ser tenidos más en cuenta?
TF: Al menos es necesaria una reflexión. Porque la MTC entiende el tumor como la consecuencia de un desequilibrio energético (provocado por las causas que sean: pueden ser emocionales, ambientales, físicas…) Lo que para ellos resulta evidente es que si no se recupera el equilibrio energético, el tumor puede volver a aparecer, porque la causa que lo ha generado no se ha resuelto. Eso no quiere decir que el tumor reaparecerá si una persona utiliza únicamente la medicina convencional.
No tiene por qué. Pero la MTC nos da una pista más que nos puede ayudar a comprender y a poner de nuestra parte lo que esté en nuestra mano para recuperarnos, sin dejarlo todo en manos de médicos y medicamentos externos a nosotros mismos. Por otro lado, al igual que con el tema de la nutrición, creo que estos aspectos emocionales tendrían que ser tenidos más en cuenta con todas las enfermedades, no únicamente con el cáncer. Pero hay muchas resistencias. Es difícil abordar el tema porque parece que al buscar un motivo emocional estamos animando al paciente a culpabilizarse por haber desarrollado un tumor. Y no es así. No se trata de culpabilizarse sino de comprender hasta qué punto nuestra mente y nuestras emociones afectan también a nuestro físico. Y que por tanto, para recuperarnos físicamente también es importante trabajar la mente y las emociones. Me llama la atención ver las dificultades que existen para aceptar este planteamiento, cuando nadie niega la existencia de las enfermedades psico-somáticas.
VN: Tu libro ofrece un montón de herramientas y consejos prácticos para afrontar el cáncer, ¿que le dirías a una persona que inicia este viaje?
TF: Trataría sobre todo de tranquilizarla, porque creo firmemente que la situación es seria, pero no tan temible como a veces nos quieren hacer creer. Se puede salir adelante, y de hecho, eso es lo más probable. Le diría que es un proceso con fecha de fin. Y la animaría a tomar las riendas de su tratamiento, a decidir conjuntamente con su médico los pasos a seguir, a involucrarse. Sin dejarlo todo en manos de los demás. Porque al final, es nuestra vida, y nuestro cuerpo lo que está en juego, y tenemos derecho a manifestar nuestros deseos y tomar nuestras decisiones, sin que nos pisoteen.