Revista Opinión
A Quimi Portet tantos años escondido detrás de unas rayban le han oscurecido la visión del prójimo.
Sólo así se puede entender que quien se hizo rico cantando en español la misma canción durante quince años cuelgue en la Red –la moderna Inquisición- la fotografía del pobre camarero gallego de un ferry de Baleària, que no le entendió cuando se dirigió a él en catalán.
Según el músico, el empleado le contestó: “Mira, en gallego, español, francés, inglés y hasta en italiano, te entiendo; en catalán y en mallorquín, ya no”.
No será que no había donde elegir, pero a Portet le salió el orgullo de Vic (orgullo salchichonero) y ante lo que debió parecerle un atrevimiento intolerable, tiró de iphone e inmortalizó al empleado díscolo para ofrecérselo como carnaza a sus miles de seguidores virtuales. “Esta es la cara del miserable: crucificadlo” parece pedir Portet a la chusma encanallada de twitter.
No sé si es photoshop o un efecto imaginario, pero juraría que he visto sobre el pecho del camarero una estrella amarilla de seis puntas.
No contento con que la jauría cibernacionalista se aplique a despellejarlo, Portet, mostrándose ya sin complejos como un auténtico hijo de puta, ha procurado también que al pobre hombre lo despidan de su trabajo.
Y lo peor es que la empresa, en un primer momento, ha anunciado que tomará medidas contra el trabajador porque tiene “un fuerte compromiso con la lengua catalana” (seguramente en forma de subvención), si bien después ha reculado, aunque “de aquella manera” y obligada por las circunstancias.
El caso es que el gallego, que igual se llama Benigno, y se apellida Vázquez o Blanco, y dejó a los niños y a la parienta en El Barco de Valdeorras para hacerse trescientas veces en otro barco el trayecto Ibiza-Formentera, se ha jugado el puesto de trabajo y el sustento de su familia porque al señorito Portet, el músico independentista, se le ha puesto en los huevos que el español de mierda le sirva un café amb llet, que es lo que mejor le sienta después de una noche toledana, con perdón.
¡Qué tiempos aquellos en los que, sin tanto remilgo pueblerino, nuestro héroe atravesaba la frontera mental de Vinaroz para tomarse con su compadre un arrocito en Castellón y no le exigía al cocinero que el grano fuera del Baix Ebre ni que lo hubiera recogido un bracero de L’Ametlla afiliado a la CUP!
Es curioso que quien actualmente se autodenomina “astro intercomarcal” fuera en otro tiempo una estrella indiscutible del panorama nacional, que vendió millones de discos en español, en los que acompañaba a un cantante espasmódico y aflamencado que respondía al (sólo aparentemente) hispánico nombre de Manolo García, y que era en realidad descendiente directo de Sunifredo de Urgel.
En una entrevista para El Periódico, Portet, entregado definitivamente al victimismo, declaró que “los catalanes tenemos una historia triste y el humor nos ayuda a sobrevivir”. No sé si el episodio del ferry es lo que el bueno de Quimi entiende por un chiste, pero los burros sin gracia deberían estar amarrados a la puerta del baile.
Mi primo que tiene un bar, desde siempre me ha dicho –y me consta que todo lo dice de muy buena fe-: “tanto tienes, tanto vales, no lo puedes remediar; si eres de los que no tienen, a galeras a remar”.
O a ponerles cafés amb llet a pijiprogres racistas que esconden su mala condición detrás de unas rayban viejas.