Allí, sentada en el café de la Gran vía, bajo la lluvia tormentosa del verano.
Es un instante en el que me siento parte del cielo, de su queja infinita, y se hace presente toda la ausencia.
La dicotomía de un tiempo que escapa y aguarda sobre una gran nube de esperanza difuminándose en el horizonte, sosteniendo el pesado lastre de una lluvia sempiterna que nunca acaba de caer.
Lentas y pesadas gotas primero, después el granizo que martillea los toldos y, tras él, de nuevo gotas que se van espaciando lentamente hasta desaparecer tras la nube intacta en la lejanía.
Apenas unos minutos… la vida puede ser eterna en unos minutos.
El café todavía está caliente; la calle, mojada y tibia, como los pensamientos. Apenas se asoma, tímido, un sol que aún se esconde del verano, y entre sus rayos, un arcoiris me indica un camino.