La semana pasada estuve en el Eje Cafetero, la zona de Colombia donde se centra la producción de café. Fui a filmar unas empresas que nada tienen que ver con el café, pero en este país es inevitable que te lo ofrezcan: para desayunar, a media mañana, tras el almuerzo… y todas las veces tuve que declinar la invitación pues yo no tomo café. Nunca lo he tomado. Sí, han oído bien, jamás he bebido una sola gota del segundo líquido más vendido del planeta después del petróleo. Y nunca lo he necesitado, para ser sincero. Sí he ingerido (aunque de manera esporádica) otras bebidas energéticas y me encanta el té; pero generalmente no necesito ninguna sustancia que me ayude a despertarme o a llegar al final del día, y eso que en mi vida ha habido épocas de mucho estrés. Las drogas en mi vida las limito al alcohol que bebo un par de veces al mes cuando salgo con amigos o en celebraciones. Pero es curioso cómo esta circunstancia hace que me sienta un bicho raro en un país que es famoso precisamente por la producción de esta bebida que, por si no lo saben, así es como afecta a nuestro cerebro (activen los subtítulos del vídeo)