Como en veranos anteriores intento sobrellevar los tremendos días de calor inmerso en las historias que contemplo en pantallas de refrigeradas salas de Cine. Es uno de los escasos aciertos que año tras año repito con satisfacción y que recomiendo a todos. Bien es verdad que el estío no es época de grandes estrenos, pero siempre se escapa alguno que otro reseñable. Y cuando no, refugiado en el sofá del salón de casa con el ventilador o el aire funcionando a tope, esas morosas y densas tardes veraniegas procuro superarlas con éxito viendo películas o series en alguna plataforma televisiva.
Total, que velis nolis (quieras o no) he visto en salas de cine durante estos dos últimos meses entre otras varias películas que me atraían por sus títulos y/o reseñas como "Verano 1993" de la directora novel Carla Simón (¡preciosa, sensible, sincera, una maravilla!, la candidata española perfecta para optar a los Óscar); "Regreso a Montauk" del alemán Volker Schlöndorff (¡me decepcionó!); "París puede esperar" de la norteamericana Eleanor Coppola (¡intrascendente!); y "La seducción" de Sofía Coppola (¡bastante tediosa!). Por televisión, entre las series, finalicé la extensa -cinco temporadas- e interesantísima "Breaking Bad" creada, producida y dirigida por Vince Gilligan, así como la 5ª temporada de "House of cards" cuyo productor ejecutivo es Michael Dobbs; también vi los últimos episodios de "Genius", el biopic de Albert Einstein dirigido por James Hawes y que ha sido pasado por el canal de National Geographic. En cuanto a películas vistas por TV destacaría títulos tan interesantes como "Comanchería" (2016) del director David Mackenzie, "Elle" (2016) del director Paul Verhoeven, y/o "Big eyes" (2014) del director Tim Burton. Y ayer mismo vi "Ni un pelo de tonto" (1994) del director Robert Benton, basada en la novela homónima de Richard Russo, escritor de quien tengo reseñadas en este blog dos de sus obras (leerlas aquí y aquí).
De todos estos títulos hay por la Red información y opiniones más que cumplidas. Es por ello que no voy a abundar en ellas so riesgo de ser repetitivo, algo que no deseo. Sin embargo, dada mi indeleble condición de profesor de instituto durante muchos años no resisto la tentación de decir algo a propósito del colega de profesión en la ficción Walt White en la estupenda serie de Breaking Bad.
Cuando vi el final de "Breaking Bad" reconocí en Walter White la personificación del profesor de Medias. El personaje al que da cuerpo Bryan Crinston es en los primeros episodios de la Primera temporada un simple profesor de Química en el Instituto de Secundaria de su localidad. Ha llegado a la profesión de rebote por culpa de la traición de dos compañeros de Facultad con los que pensaba poner una empresa; sus posibles dos socios -hombre y mujer- deciden dejarle en la estacada una vez que Walt les ha comunicado la idea empresarial que en su cerebro había fraguado. Cuando tratar la grave enfermedad que ha contraído le supone un gasto imposible de asumir, sus dos antiguos compañeros, por eso de hacerse perdonar su infidelidad, le dicen que serán ellos quienes asumirán el elevado coste de la misma. Pero Walt no quiere pasar por tal humillación, aunque sí quiere curarse. ¿Qué hará? Pues simplemente ser él quien pagará todo el tratamiento. ¿Con qué dinero? Pues utilizando sus conocimientos de química para cocinar metanfetamina y pasar a lo largo de las cinco temporadas a convertirse en 'Heisenberg', un hombre respetado y temido por todos: consumidores, traficantes, agentes de la DEA...En cinco temporadas de unos trece capítulos cada una -total, unos 60 episodios- las circunstancias, evoluciones, momentos climáticos y anticlimáticos, los personajes secundarios, las relaciones familiares y tantos, y tantos, otros elementos más hacen que la historia discurra de manera fluida y sin excesivos altibajos. Ha sido al final, en los últimos episodios de la V temporada, cuando los guionistas han querido cerrar el círculo volviendo sus ojos a los orígenes de este padre amantísimo de su familia aunque hoy despreciado por todos sus miembros, a ese antaño profesor de enseñanza secundaria que disfrutaba enseñando a ese díscolo alumno, Jessie Pinkman (Aaron Paul), quien de sólo pensar en el dinero para dar satisfacción a su drogadicción evoluciona a aborrecer el vicio y buscar el amor que siempre le ha sido esquivo por su culpa o porque los demás así lo han querido. Me ha encantado la escena en la que un acabado Walter tras garantizar el futuro económico a su familia mira embelesado la espectacular maquinaria del laboratorio de metanfetamina que le ha hecho, equivocadamente, valorarse a sí mismo, verse vivo cuando la enfermedad pugnaba por quitarle la vida, disfrutar en secreto de todo su saber que le había sido hurtado por esos supuestos amigos universitarios que le robaron sus ideas y lo arrumbaron a una profesión dignísima -la de profesor de instituto- pero poco considerada -despreciada si no nos andamos con eufemismos- por amplios sectores de la sociedad. Así nos va. No queda otra que descubrirse ante Vince Gilligan, el productor ejecutivo de esta magnífica serie, que situando la historia en la marginalidad social del mundo del tráfico de drogas ha creado un estupendo producto que toca muchas teclas de nuestra sociedad sin obviar la principal:¡¡No todo vale, por muy loable que sea la finalidad pretendida!!