No sé por qué narices nos empeñamos en seguir siendo pobres, con lo bien que se tiene que estar siendo rico, por mucho que TitaThyssen diga que casi que no trae cuenta.
Yo confieso que sí que querría ser rico, y no para tener coches de lujo o varias mansiones. O un avión privado. No. Todo eso no me dice nada; es más, me agobia. Lo querría ser para llevar más o menos el mismo tipo de vida que llevo (con algunos caprichos y comodidades extra, claro que sí, pero eso es lo de menos, de verdad), pero SIN TENER QUE TRABAJAR.
Sí, ya sé: Que me gusta mi trabajo y todo eso. Claro que sí, guapis. Mencanta: Los informes, los certificados, ir a medir una casa una tarde de estas a cuarenta grados, los problemas, los requeridos... Todo. Mencanta. Por eso estoy ya decidido a jubilarme en poco tiempo. No seré rico de dinero, pero lo seré de tiempo y de libertad.
Claro, que cuando al fin me haya sacudido el yugo de la maldición bíblica de ganarme el pan con el sudor de mi frente me perderé escenas tan brillantes y emotivas como esta:
El miércoles pasado me llamó un cliente:
-Oye, José Ramón: Me tienes que hacer X, que lo necesito urgentemente.
-¿Para cuándo?
-Para esta semana.
-Vale. Me da tiempo. Pero espera: Tengo este dato, y este, y aquello ya te lo medí. Bien. Solo necesito que me digas C y D.
-No lo tengo aquí delante, pero está en mi oficina. Luego te lo mando.
-De acuerdo.
-Pero puedes ir empezando, ¿no?
-Sí. Con lo que tengo te lo puedo ir haciendo casi del todo. Me pongo con ello ya. Pero necesitaré C y D.
-Perfecto. Yo te los paso. ¡Pero empieza ya, que me corre muchísima prisa!
-Que sí.
Me puse con ello y el jueves por la mañana ya prácticamente estaba. Le puse un guásap a mi cliente: "Antonio, ya te tengo eso casi acabado, pero no puedo seguir sin saber C y D. Dímelo cuando puedas".
No me contestó.
Por la tarde seguía sin contestarme, así que le llamé:
-Antonio, ya casi tengo X, pero te he pedido los datos de C y D y no me los das.
-¡Ay! ¡Lo necesito ya! ¡Me urge!
-Y lo tienes en cuanto me des C y D.
-¿Pero qué C y D?
-Te lo expliqué ayer -y se lo expliqué otra vez. Eran dos datos muy sencillos, y le volví a contar en qué consistían y para qué los necesitaba.
-Pues te los busco.
-Vale.
(Ninguna referencia a que ya hablamos ayer de lo mismo. Ningún: "¡Anda, se me olvidó", ni nada parecido. Era como si se me acabara de ocurrir. Como si yo hubiera tenido un capricho deliberado en ese mismo momento para no facilitarle ese X que tantísimo necesitaba. En definitiva, como si fuera mía la culpa de lo que quiera que fuera para no tener el ansiado X en su fecha).
El jueves terminó y no me dio ni C ni D.
(No quiero descubrir a mi cliente y no voy a contar cuál era el trabajo exactamente, pero lo que yo necesitaba eran dos datos tan sencillos como una fecha de una licencia, o un CIF, o un domicilio... algo de esa índole. Nada más. Pero sin ello no podía rematar mi escrito, mi informe, mi certificado o lo que fuera).
Esta mañana (viernes) no ha sonado el teléfono y me he puesto a hacer otras cosas: Las que estaba haciendo el miércoles y que dejé por satisfacer la urgencia de mi cliente.
La mañana ha transcurrido plácidamente, aunque de vez en cuando pensaba en él: Si lo necesitaba con tanta urgencia antes de que terminara la semana estaba ya en la recta final. Pero ya digo que no se manifestaba, así que yo seguí con lo mío.
Hacia las 12:30 recibo un guásap: "¿Lo tienes ya?"
No le escribo. Le llamo. Al reconocer mi voz me implora:
-¡Lo necesito ya! ¡Me urge muchísimo!
Respiro tranquilamente. Intento relajarme. Miro a lo lejos. Veo copas de árboles e intento sentirme como un grácil pajarillo que vuela hacia ellas. Le digo muy mansamente:
-Vamos a ver, Antonio: Como soy completamente idiota seguramente no supe explicarme bien cuando ayer y antesdeayer te dije que necesitaba Cy
D.
Así que, por favor, escúchame con la paciencia y la benevolencia que le concederías a un pobre atontado, a un niño desorientado y asustado y, ya que estamos hablando por teléfono y no puedes ver mi implorante carita, hazte la idea de que soy una criatura desvalida y escúchame con amor. Lo que yo necesito... necesito... ¿eh?... es que me digas C. ¿Sabes a qué me refiero?
-Sí. C.
-Perfecto. ¡Muy bien! ¿Crees que serías capaz de darme ese valioso dato?
-¿C? Claro. Lo tengo en la oficina.
-¿Estás en ella?
-Ahora mismo no.
-¿Le puedes decir a alguien de allí que lo busque?
-No. Tengo que ser yo.
-Estupendo. Pues ve a tu oficina cuando puedas, abre tu archivo, mira el expediente, busca C y me lo dices.
-Vale. Ahora en un rato. ¡Pero es que me urge mucho!
-Lo sé, lo sé, querido. Dios sabe que lo sé. No te abrazo ahora mismo porque estamos por teléfono, pero date por abrazado. Y otra cosita.
-¿Sí?
-También necesito D. ¿Sabes exactamente a qué me refiero?
-Sí.
-¿Exactamente?
-Sí, coño: D.
-Perfecto. Pues en el mismo gesto de ir a tu archivo, abrir el expediente y obtener C, que te lo acabo de decir, toma el D y me lo dices también.
-De acuerdo.
-Una vez que me los des tendrás X en unos quince o veinte minutos.
-¡Es que lo necesito urgentemente!
Llega la hora de comer y nada. Empieza la tarde y nada. Se acaba la semana y nada.
A media tarde, por fin, me da el dato C por guásap. Le contesto: "Ok. ¿Y D?"
SilencioAñado el dato C a mi trabajo X, pero sigue estando incompleto. Le insisto: "Necesito D", y sigo con lo que estaba haciendo. (Con lo que estaba haciendo el miércoles). Decido que quien tiene una prisa loca es él, no yo, y que es él quien tiene que ponerse nervioso. Yo he hecho lo que he podido, pero soy un imbécil y me preocupo; me siento muy incómodo. Se acaba la semana y no tengo X terminado.
Pasa una media hora y me entra un email suyo con el título: "Datos para X". Por fin. Lo abro y hay un montón de ficheros adjuntos: A, F, J, K, P, R y Z. Pero D no está. Hay un batiburrillo de documentos que no necesito, pero el dato que le pido, que incluso me lo puede dar verbalmente, falta.
Le vuelvo a llamar, no sin antes haber hecho unos ejercicios de respiración y haber soltado unos cuantos gritos para relajarme.
-¿Antonio?
-¿Ya tienes X? ¡Lo necesito muchísimo!
Así que ya me veis: Aquí, trabajando. Sí. Cuando me jubile me perderé estas historias. Y las echaré de menos. (Bueno, la verdad es que no. Absolutamente no. Vamos: Ni de coña).