Revista Educación

Un Carnaval tranquilito

Por Siempreenmedio @Siempreblog
Un Carnaval tranquilito

No voy a ponerme en plan abuela cebolleta contándoles mis Carnavales, porque hace años que no salgo y no voy a decir lo típico de que en mis tiempos eran mejores. Yo lo que sé es que cuando me disfrazaba y me lanzaba a las calles me lo pasaba bien. Durante la mayor parte de mi adolescencia mis sentidos padres eran capaces, con tal de no dar rienda suelta a sus catastróficas imaginaciones, de levantarse de madrugada para ir a buscarme a Santa Cruz de Tenerife, esa ciudad que se quedaba sin taxis, sin baños libres y sin silencio nocturno. Mi padre buscaba el imposible de apartarse con el coche en algún lugar más o menos cercano, y mi sufrida madre se enfrentaba a las calles, a los empujones, y a escenas a las que ella poquita costumbre de ver tenía y quedaba conmigo en la Plaza de La Candelaria, normalmente a la puerta del Casino, que el segurita y el portero siempre daban como un poquito más de tranquilidad. Hubo años en los que mis padres incluso quisieron alcanzar la santidad y se lanzaron a buscar disfraz, para pasar la noche en esas calles de Dios, y realizar un control parental, cada dos horas, en el que comprobaban que la niña estaba viva.

Si les digo la verdad en aquella época pudo ser un estorbo estar pendiente de la hora para reunirme con mis padres y, sobre todo, darme cuenta que ya la madrugada avanzaba y que el reencuentro era para volver a casa, quizás en el momento en el que más me apetecía seguir bailando. Pero hoy lo recuerdo con ternura infinita y no se puede una hija sentir más querida y protegida por unos padres que son capaces de sacrificar su sueño y comodidad para ponerse un disfraz y, me imagino que, con resignación, aguantar lo que viniese.

Así que a todos esos padres que se enfrentan, quizás por primera vez, a esos hijos e hijas que salen por las noches del Carnaval, les deseo que tengan unos días tranquilitos, que sus vástagos regresen con diversión y salud en el cuerpo, que les sea fácil fingir ante ellos que no tienen miedo, que la preocupación no se les acumule en las ojeras y, si son carnavaleros, pues que también vivan con gusto la Fiesta.


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