Revista Diario

Un cerezo centenario

Por Belen

Un cerezo centenario

Papá sin complejos mimando al cerezo centenario 


Este fin de semana hemos vuelto al pueblo, a aquel donde mis primos intentaron, sin éxito, enseñarme a montar en bici, aquel en cuyas calles me perdía sin la supervisión de mis padres, aquel donde jugábamos al escondite de noche por las tapias del cementerio. Un pueblo pequeño, de esos que te recorres en dos paseos. 
La casa que un día hubo se vendió. Ya sabéis, esas historias de herencias que toda familia tiene. Ahora ya sólo quedan algunas tierras, unos trozos de campo con dueño, mi padre. Uno de ellos presidido por un cerezo centenario. Allí fuimos, a mimarle un poco, a podar las ramas que le estorbaban, a decirle que no nos habíamos olvidado de él. El viejo cerezo tuvo de nuevo a los niños correteando a su alrededor, tuvo a los más mozos subidos en sus fuertes ramas, seguro que pensó que el tiempo había retrocedido. 
Y yo pude oler de nuevo a leña, pasear por la frías calles, disfrutar del ladrido de los perros a lo lejos y deleitarme con el silencio adornado con el soplar del viento. Una maravilla, ¿verdad? Cierta nostalgia me recorrió entonces aunque espero poder ser yo, junto a mi hermana y nuestros hijos quienes sigamos cuidando al viejo cerezo para que nos regale sus frutos la próxima primavera.

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