Revista En Femenino

Un cierre inesperado con un adiós acompasado

Por Peineta

Si hay un post con el que no contaba, ese era este, nunca pensé verme escribiendo esto o no ahora, pero el wassap de mi padre, aitona para todos vosotros me ha hecho que las pocas hormonas que me quedan del preñamiento me pidan transmitir mi melancolía o sensación agridulce. Y me supongo que con la esperanza que si algún día lo leen, mis padres, sea una manera de hacerles mi pequeño homenaje. 

Cuando era pequeña me daba mucha rabia el oficio de mis padres, no lo llevaba nada bien, yo quería que fueran oficinista como todos y tuvieran sus ocho horas de reloj que pudieran estar de noche viendo la tele conmigo o que no trabajaran muchos fines de semana. No me gustaba comer en una cocina industrial o en el comedor de un bar, pero son muchos los que se acostumbraron a ver a aquella niña rechoncha y morena en aquel sitio, incluido el gorila que a día de hoy me cuenta historias que yo no recuerdo, lo siento mucho por él pero ni me fijaba en él. Me sentía rara porque la gente comía canelones, croquetas y albóndigas mientras yo veía normal comer rodaballo, rape, solomillo de primera y kokotxas. Por no decir que mis bocatas de jamón siempre eran de jabugo. Mi madre no hacia madalenas ni bizcochos, sino era y es una de las mejores reposteras de la comarca, en el frigo que yo abría había tartas exquisitas… (Nunca las comí, nunca he sido dulcera), prefería darle a la máquina del jamón. Bueno menos cuando el aitona me pillaba y me dejaba una nota en la máquina que ponía “ cuidado no encender, da calambre!!!”, o en la bandeja de los quesos escribía eso “ojo hay ratones”. He disfrutado oliendo armañac con mi padre, aprendiendo de añadas de vino y cuando ya pude probando exquisitos caldos. Colocando habanos y cohíbas en la purera, rellenando el humidificador y oliendo el olor de las masas que hacía mi madre desde lo alto de la escalera. No he ido de excursión a la montaña los domingos como el resto de mi clase, pero he comido en los mejores restaurantes de Euskadi cuando aun me comía los mocos y eso es el mejor tesoro que guardo. He aprendido que viajar es trazar una ruta donde la parada de comer sea la clave, no en la primera área de servicio que pilles, que probar lo típico de cada sitio es lo mejor que puedes hacer y que el pan y el postre son clave para una buena comida, si no estás seguro que van a estar al nivel de la comida no los pidas…De acuerdo, como bien dice el gorila, mi padre ha hecho de mi una sibarita y en ello anda con su nieto, pero que leches la vida es un placer y el comer uno de los mejores, que ahora no pueda mantener el nivel que he tenido, pues no, pero eso que se lleva mi cuerpo.

Como muchas adolescentes yo también llevé aparato en los dientes, el día que te los quitan mis amigas iban como locas por aceitunas y pipas. El aitona se plantó en casa con un kilo de nécoras….quizás no lo podáis entender, pero morder aquello es lo mejor que me podía pasar.

Pero os digo un secreto, el alma de unos de los mejores restaurantes de la comarca, y os prometo que no exagero, es una cocinera andaluza. Sí señor, mi padre es el mejor capitán y relaciones públicas que se puede tener, y no cocina nada mal, pero la esencia de ese sitio tan vasco, es una sureña que vale su peso en oro, que cocina como nadie, que siempre odio las raciones escasas, que ha dedicado alma y vida a esa cocina, que ha visto poca luz y que ha trabajado como una mula. No conozco a nadie que haya trabajado más que mi madre…ha pasado noches enteras en esa cocina por el simple hecho de hacer muchas cosas que en otros restaurantes se compran hechas. Además de ejercer de madre, mujer y ama de casa, todo en el mismo horario y en el mismo edificio. Mi madre es esa que se acuesta a las tres de la mañana porque sabe que vienes mañana de viaje y quiere hacer el pastel que quieres, o el de tu pareja, o quiere dejar purés especiales hechos para su nieto. Es esa mujer que no sabe ir a una casa de manos vacías y lleva algún pastel. Esa que mira y remira recetas de un libro y de otro, que intenta recordar sus años de pastelería en suiza, o trae un kilo caracoles porque va hacer un arroz de su tierra. Es esa cocinera, que limpia y filetea el pescado como nadie. La que inventa helados para su nieto, la que se acuerda de tus platos preferidos y según pasan los años te los hace para tu cumple pero como quien no quiere la cosa. Es aquella que soporta todos tus desaires, los de tu padre y las exigencias que supone una cocina de ese nivel. Os cuento un secreto, yo he visto a mis padres dando de comer a más de 35 personas a la carta, ellos solos…menudo tute.

ugaran

Por supuesto en mi adolescencia seguí odiando el negocio familiar, porque me toco arrimar el hombro y claro los días claves donde la gente se divertía, yo servía en el comedor, o hacía de pinche o limpiaba platos…eso sí, al terminar podía salir hasta que quisiera, pero no me quedaban fuerzas. Durante años me he quejado y ahora un poco tarde no hago más que pensar que ese negocio me dio una carrera universitaria, viajes y todo lo que he querido y ya puestos me ha dado la habilidad de saber servir una mesa, de cocinar y de fregar platos sin que se me caigan los anillo, ojo que no significa que me guste, a día de hoy me sigo escaqueando de la fregadera ;-) Yo se que esta declaración llega tarde y que he protestado mucho por tener que trabajar pero necesitaba decirlo. Al mismo tiempo precisamente por lo esclavo que es el mundo de la hostelería, creo que siempre agradeceré las alas que me dieron para volar, como forzaron o hicieron oídos sordos a todos los que daban por hecho que yo seguiría con el negocio familiar, como bien me dijo en su día el aitona “esto siempre lo tendrás aquí, pero no dejes de probar lo que de verdad quieras hacer”. Pero ahora ya no lo tendré, ya no estará allí, ya no podré esconderme tras aquellas escaleras a observar las noches de cocina o servicio.

He podido ver como comía gente conocida en el restaurante, he podido ponerme en la puerta de mi casa mientras toda la plantilla de futbol de mi alma me firmaba el poster, he visto a escritores, presentadores y deportistas conocidos, pero sobre todo he visto a clientes y gente que desde que soy pequeña han ido y que con el paso de los años han seguido preguntado por mí y ahora soportan las fotos que el aitona les enseña de su nieto pródigo. Todos ellos han podido disfrutar del mejor foie a la manzana de su vida, del besugo en su punto, de una carne de calidad exquisita y de unas tartas variadas que quedarán en sus retinas. Los locos de los vinos han podido disfrutar de la mejor bodega que se puede tener y sobre todo han disfrutado del buen hacer de mis padres. Si alguna vez has podido comer en “El Ugaran” sabes de lo que hablo y sino….llegas tarde, ha cerrado, se han jubilado. Porque se lo merecen, porque la vida ya no da para más y porque la crisis excepto para algunos privilegiados en general ha hecho mella…que su segunda nieta puede ser una excusa, no digo que no, pero algún día tenía que ser.

Lloro y escribió mientras escucho a El Cigala, como cualquier otro buen músico que siempre mi padre ponía más alto cuando todos se iban y nos tocaba recoger, mientras la andaluza lo canturreaba en la cocina al compas que fregaba cazuelas, ollas, sartenes y fuegos. Gracias por haber currado tanto y haberme dado todo y más. Gracias por ser gente seria, maja y respetable y decir que eras la hija de quienes eras y escuchar siempre “que bien se come en tu casa”. Me sabe mal que el final haya sido abrupto o no como hubiéramos querido y a pesar de lo que diga mi novio, gracias por haberme enseñando y malcriado tan sibaritamente, aunque en el fondo los tres somos muy felices con huevos fritos y chorizo, pero no se lo digamos a mi maromo, que yo creo que no se lo cree. Y yo que pensaba casarme, ahora dónde hago el banquete eh????

 


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