Los títulos más recientes de los posts del blog vienen siendo bastante claros (no sé si obvios). No sé con qué tiene que ver exactamente y aunque los que leen hace tiempo saben que aquí no nos caracterizamos por títulos intrincados, es justo decir que creo que un título que no de muchas vueltas y sea atractivo no puede ser algo malo.
Por ejemplo, un comienzo y un final. Hoy 7 de abril es, ni más ni menos, la inauguración de la edición 2010 del BAFICI (aquí mis experiencias con el festival, para lectura de quien quiera), y es un hecho importantísimo. Un evento cultural imprescindible y sin límites, este año dura (gracias Sergio Wolf, o quien sea) un día más de lo habitual, y tendremos once jornadas de puro cine. De más está decir que me abstengo de cualquier tipo de recomendaciones: el catálogo es interminable y pueden elegir, si tienen ganas, lo que tengan ganas.
A la vez, hoy 7 de abril también se cumple un mes de la última entrega del Oscar. Me pareció lógico celebrarlo con la crítica de la película que supo llevárselo, e introducir –esto, todo- en un marco de verdad. Pues si es verdad que hoy comienza el BAFICI y hace un mes se repartieron los Oscars, hablamos de una verdad que tiene que ver sencillamente con hechos; una verdad fáctica que nada tiene que ver con aquella Verdad con mayúscula que alguna vez estudié y cuyo objetivo es, en pocas palabras, “impactar sobre la totalidad de la vida del individuo”.
Nada de eso aquí, precisamente porque también es “Vivir al límite” (traducción bastante interesante de la película de Bigelow aquí en Argentina) una pieza a la que entiendo atravesada por la verdad. Mi postura y lo que la crítica a continuación sostienen de a ratos podría molestar a algunos (en realidad, puede simplemente que no estén de acuerdo), sin embargo nadie puede poner en duda un pequeño análisis de momento que coloca en dos polos opuestos a la ganadora del premio gordo este año y a la vencedora pasada. Hay un contraste instantáneo entre una apuesta cinematográfica que tiene que ver con la ficción y otra que se asocia más directamente con la realidad. Ojo, que tanto “The Hurt Locker” como “Slumdog Millionaire” (aquí mi crítica) son relatos de ficción, eso nadie lo va a discutir; pero mientras que este último se asocia a una ficción derivada de la fábula, de los sueños imposibles –posibles finalmente porque el relato en su condición de fábula, moraleja mediante, no admite un final amargo- más dolorosos a causa de un amor, el primero es retrato de un mundo patente en la actualidad, y atraviesa políticamente a toda la sociedad porque es una ficción que podemos reconocer e identificar.
Por eso la idea de verdad (últimamente creo que estoy bastante insistente con algunas ideas). La verdad de “Slumdog Millionaire” era la verdad de un cuento de hadas, y no quiero insultar a la muy buena película pero, ¿qué tiene eso de verdad en una película que se define con todas palabras importantes (destino, amor, pobreza, familia) pero no con “verdad”? La verdad de “The Hurt Locker”, en cambio, está allí en pantalla y pesa; la podemos localizar y explicar con hechos. ¿Se le puede dar algo de crédito a una Academia que siempre se aferró a los modelos clásicos y/o a cosas más fantasiosas y que hoy decide premiar la verdad?
La crítica de “The Hurt Locker” (dedicada, por supuesto, a Agus Castelli, que se encuentra peleando con Eisenstein..y a mi viejo, que la vio conmigo!), a continuación.
“The Hurt Locker”
En un lugar en el que la verdad prevalece de tal manera que podríamos necesitar una pequeña mentira para creer que no está sucediendo; en un lugar de libertad y claridad cinematográfica que se traduce, visualmente, en una fuerza impredecible de la naturaleza; en un lugar en el que el presente es todo lo que cada uno tiene y el pasado y el futuro son parte de lo que conocemos como ‘conversaciones casuales’. Justo ahí yace “The Hurt Locker”. No una gran película, pero sí una confiada, poderosa y original.
Original porque ilumina con gracia (no de gracioso, aclaro por las dudas) a los espectadores sobre un aspecto de la guerra que no se mira ni se discute usualmente. El film de Bigelow no es, aunque muchos piensen lo contrario, una película DE guerra. Es una película SOBRE la guerra, sobre un lado de la guerra que es delicado debido a lo que implica por naturaleza y debido al efecto que tiene en algunos individuos. Desactivar una bomba. ¿Cuán excitante puede ser eso? Yo nunca lo he hecho, pero el sargento Will James (Jeremy Renner) guarda abajo de su cama los detonadores de las bombas que desactivó porque son signos de lo bueno que es en su trabajo, recordatorios de lugares y situaciones...victorias. Durante su monótono pero alucinante recorrido, “The Hurt Locker” sugiere –con virtud- muchas cosas. Sin embargo, es clara e insistente (quizá demasiado insistente) sólo en una cosa: “La guerra es una droga”.
Y tal vez eso es lo que es para el sargento Will James. Desde este punto de vista, es fácil y juguetón pensar el film como la historia de un drogadicto y las personas que viven con él, lo toleran y tratan de ayudarlo. Pero el contexto no lo permite. El contexto es Irak, Irak es guerra, y es también la amenaza del peligro en cada rincón, en cada esquina; las personas con las que Will vive son también soldados, particularmente JT Sanborn (Anthony Mackie) y Owen Eldridge (Brian Geraghty). ¿Qué pasa con ellos? Es extraño pero puedo conservar el adjetivo “juguetón” por un rato más porque en una interpretación fantástica Jeremy Renner nos hace creer (a Sanborn y a Eldridge también) que es todo un juego; que desactivar una bomba a punto de explotar es pan comido.
Lo observamos, sin su traje y sin su casco, sin los auriculares que le permiten comunicarse con sus compañeros de equipo...lo vemos cortando cables como si fueran papeles. Oímos lo que le contesta a un Coronel (David Morse en una corta aparición; la película también incluye participaciones de Ralph Fiennes y Guy Pearce) cuando este le pregunta por la cantidad de bombas que ha desactivado: “873”, creo que dice. Pero la verdad prevalece, y aún cuando ese número puede ser verdad todo esto es una ilusión.
Por lo tanto, porque el contexto es demasiado poderoso y no parece hacer lugar para ello, yo estoy en desacuerdo (o al menos no me identifico) con este aspecto dramático de la película relacionado con el personaje. Ya está, ya lo dije. Y no me gustan los discursos, conversaciones y situaciones que esta ‘insistencia’ genera sobre el final del film. Sin embargo, tengo certeza de que estas son las cosas que ayudan a que ganes un Oscar a Mejor Película.
Y no hacen que el film sea menos poderoso. La película es poderosa porque habita un contexto y una forma de vida que hace que cualquier otra cosa que el guión quiera agregar sea innecesaria. El film, confiado en el hecho de que su poder es revelado mucho antes de que Renner aparece en pantalla (la primera secuencia es brillante), se aprovecha de esto y lo explota (el doble sentido aquí es muy útil). Estoy diciendo que, irónicamente, la insistencia del film en su núcleo real –lo que esta gente hace, dónde lo hacen y cómo lo hacen- es lo que lo hace tan valioso. Valioso en material, en la exploración de diferentes situaciones que los personajes deben enfrentar y cómo las resuelven. La cámara de Bigelow nunca cesa en la búsqueda de nuevos ángulos y posibilidades: es prácticamente un personaje más que está confundido, mirando siempre para todos lados, acercándose y alejándose, poco seguro de dónde está ocurriendo la acción real. A veces, como en una secuencia muy larga, silenciosa, calurosa y agotadora (el punto más alto del film), simplemente se queda quieta; observando de cerca, esperando. Pequeños momentos en cámara lenta, simbólicos y poéticos, y la especie de sentimiento de documental le suman puntos a un sorprendente estado de ánimo visual.
He visto tantas películas de guerra (SOBRE la guerra en este caso; SOBRE la gente que va a la guerra si también se quiere) inservibles. Tanta gente pretende que puede filmar secuencias de acción impresionantes con una genial mezcla de sonido y luego tirar por ahí una pequeña, básica (pobre es la palabra en realidad) historia personal acerca de algunos personajes, buscando un impacto dramático con la música precisa (dicho esto, la música original del film no es grandiosa, pero por lo menos aparece sólo algunas veces y respeta la necesidad de silencio de la película) como si el film fuera una ensalada y el resultado dependiera de un par de ingredientes para quedar bien.
Esta gente debería ver “The Hurt Locker”. El film no sólo tiene todo lo (bueno) de las películas mencionadas arriba, con la adición de una tensión incalculable que pone en duda la inquebrantable ley que dice que “el héroe sobrevivirá”, sino que además no elige ningún bando (de hecho, siempre está mostrando tanto lo que los soldados están haciendo como lo que los locales están presenciando, aún cuando los locales son –a veces, y para ponerlo de forma simple- los malos; es una convivencia aterradora); los personajes no mencionan ni una vez sus ideales o la razón por la que están peleando. Terminan el día de trabajo, se emborrachan y se pegan un rato. No veo al pasado y futuro (la “conversación casual” que mencioné) como algo relevante para la película. Y como dije, el núcleo del film es lo que los soldados hacen, dónde lo hacen y cómo. Pero no estoy seguro si a Bigelow le importa cómo viven con ello. La escena con el diálogo más extenso, aún siendo parte de la ‘insistencia’ dramática, no llega a explicarlo. Es poco claro; meramente un intento emotivo que hace presencia demasiado tarde.
Lo único que es certero es el presente, y la verdad: el hecho de que estos soldados saben que podrían morir en cualquier momento.
---7.5/10 (¿vos que decís Agus?)