Esta misma semana leía un artículo en el que se explicaban los planes del ministro Dastis para “recuperar” Gibraltar, tras el Brexit. La soberanía del peñón ha sido una constante de la política exterior española, independientemente del partido en el poder, o de las alianzas forjadas para sostener un gobierno determinado. Lo mismo ha ocurrido, pero en sentido contrario, con el contencioso abierto por el abandono del pueblo saharaui. Desidia y desinterés han sido las dos características que se han sucedido a lo largo de los años, y que han provocado que a día de hoy, cientos de personas sigan abandonadas en medio de la nada.
Mi vinculación con el pueblo saharaui se debe a mi participación en el programa “Vacaciones en Paz”, por el que los menores que viven en los campamentos de refugiados, puedan acudir en verano a nuestro país y disfrutar durante dos meses, de mejores condiciones de vida, así como de los controles médicos pertinentes que les brinda su estancia con familias españolas.
Pero el motivo de mi artículo no pasa por explicar la deplorable situación de los campamentos a nivel humanitario, sino acercar a los lectores la realidad política de este “pueblo olvidado”. Hace ya algún tiempo, tuve la oportunidad de viajar a los campamentos, en el sur de Argelia. Mi doble condición de familia acogedora y de periodista provocó que tuviera algunos beneficios, al la par que inconvenientes.
En primer lugar cabe destacar que los saharauis que se encuentran en el sur de Argelia, lo están desde hace más de 40 años, tras la “Marcha Verde” en la que Marruecos invadió su territorio, tras el abandono de España. Prácticamente dos generaciones no han conocido otra realidad, más que la de los campamentos.
Hasta que no estás sobre el terreno, no sabes lo que te vas a encontrar, por mucho que te lo cuenten o te informen. La realidad es mucho peor de lo cualquiera se puede imaginar. Durante una semana, en la que estuve en casa de la familia del menor que acojo en verano, viví en las más deplorables condiciones. Y no porque ellos no te faciliten tu estancia, al contrario, sino porque si yo pasé por esto, no quiero ni pensar lo que son los 365 días del año en aquel “infierno”.
Antes de pisar los campamentos, cualquier persona, autoridad u asociación debe pasar previamente por Argelia. Se trata de “un negocio redondo”. Este país controla no solo el paso de viajeros, sino que determina el comercio exterior e interior y por tanto las exportaciones e importaciones, con los beneficios que conlleva. Y todo, a cambio de ceder el terreno al pueblo saharaui, hace 40 años, para que se instalaran y organizaran. Una tierra sin ningún valor.
Una vez en los campamentos, llama la atención que lo que denominan aeropuerto militar (una nave antigua) está también controlado por la policía argelina. Desde allí y ante fuertes medidas de seguridad, las familias son trasladadas hasta un edificio del Polisario, y a partir de aquí, distribuidos a los diferentes campamentos, en donde les esperan sus familias. Las calles no disponen de ningún tipo de estructura lógica, las casas son “chabolas” de adobe, que se combinan con tiendas de campaña, el alumbrado público es prácticamente inexistente, y las carreteras son caminos de tierra y piedras, a excepción de una vía general que comunica los distintos poblados.
Una vez sobre el terreno, mi condición de periodista requirió de una vigilancia especial. Y es que el miedo de la familia, y las autoridades, por mi seguridad conllevaba visitas militares diarias, el no poder salir de casa solo, sin la familia, y sin previo permiso de las autoridades, entre otros muchos inconvenientes. Incluso para acudir al baño (una agujero en el suelo) tenía que acudir acompañado.
Pero a su vez, esta condición, fue un gancho excepcional para conocer la organización político – administrativa establecida por el Polisario, que controla cualquiera aspecto dentro de la República Árabe Saharaui Democrática. La ayuda de las asociaciones, principalmente la de Navarra, me permitió visitar las escuelas, con un sistema bastante similar al nuestro, aunque con normas obsoletas en lo que a lo educativo se refiere. La mayor parte de los colegios están construidos con fondos procedentes de la ayuda humanitaria, y es que este es el principal motor de la economía de los campamentos.
Los hospitales cuentan con medios totalmente precarios, en los que una diarrea puede ser fruto de una muerte infantil, como así nos explicó uno de los médicos voluntarios. Existen además otra serie de centros como el de “Castro” en el que su director, ha logrado crear un espacio que atiende a personas con discapacidades mentales, a los que les dota no solo de alimento, sino de una terapia ocupacional que les permite mejorar en su vida diaria.
En mi viaje, y dentro de las “ventajas” de ser periodista allí, logré concertar una entrevista con el ministro de Cooperación de la República Árabe Saharahui Democrática. Me trasladaron en coche, hasta un lugar en medio de la nada, hasta la sede del ministerio. Se trataba de una construcción precaria, en la que al menos, las paredes habían soportado el paso de las lluvias y donde las medidas de seguridad eran más bien escasas.
Tras una corta espera, fui recibido por Brahim Mojtar en su despacho. Los sofás antiguos, las banderas de la RASD y los cuadros de líderes saharauis, hacían prever que no me podría salir mucho del guión previsto. Y es que pese a que no me indicaron lo que no debía preguntar, sí que previamente me “sugirieron” algunas cuestiones.
En un perfecto castellano, el ministro me saludó y me invitó a ponerme cómodo. Sin comenzar ni tan si quiera a preguntar, Mojtar me hizo un análisis de la situación del “país”. En primer lugar, el dirigente me indicó que “los campamentos dependen de la ayuda alimentaria, y no alimentaria de los países amigos y de las organizaciones no gubernamentales”. Su economía por tanto, y como ya había podido comprobar depende al 100% del exterior. A partir de aquí comenzó la entrevista propiamente dicha.
P: ¿Cómo hacen llegar esa ayuda a las familias?
R- Tenemos un Consejo Superior de Educación y a la vez se realizan reuniones periódicas con el resto de administraciones. Una vez conocemos las necesidades, se va adelante con los proyectos. De ahí, se informa a los beneficiarios, a los que finalmente se les hace llegar la ayuda. Argelia y España son los principales donantes, aunque el resto de países de la UE están por delante de España a nivel global, pese a todo se ha reducido mucho la ayuda.
P: ¿Esa reducción se ha notado también en el programa “Vacaciones en Paz”?
R- Por su puesto, la crisis también ha llegado hasta aquí. La reducción en el número de niños que acuden a disfrutar del verano con familias de acogida en España ha llegado hasta el 65%. En 2010 eran 10.000 los menores que iban a su país, ahora tan solo 4.600.
P: ¿Qué esperan de España?
R- Nuestra posición no varía, la de los partidos en España sí. Cuando llegan al gobierno se olvidan y su única política con África se centra en el control de drogas, inmigración, Ceuta y Melilla. Muchas promesas y pocos avances. Somos el ultimo vestigio del franquismo y merecemos nuestro derecho a la autodeterminación. Hay que defender esta posición internacionalmente. Somos un pueblo pacífico pero traicionado por España.
P: El Frente Polisario ha prometido a su pueblo recuperar un territorio, desde hace más de 40 años ¿no hay autocrítica al no haberlo logrado?
R- ¿Cómo y dónde vamos? Nosotros lo tenemos claro, estamos en ese momento en el que los jóvenes quieren luchar, y es algo que no descartamos “volver a las armas”. Pese a todo el Polisario frena estas aspiraciones. De 1973 hasta 1991 fue la vía y se lograron avances, ahora no tantos.
P: ¿Justifica pues el uso de la violencia?
R- Hay conflictos en todas partes.
P: ¿Seguirán luchando?
R- Siempre, tenemos derecho a vivir libres y a recuperar nuestro territorio.
P: Muchos jóvenes que participan en el programa Vacaciones en Paz han vuelto para comprobar que pese a las promesas, les construyen alguna carretera e instalan alumbrado eléctrico, por tanto ¿prevén quedarse aquí?
R- Las familias españolas hacen un gran esfuerzo para poder acoger, les pedimos que no los escatimen y que sigan reforzando esos lazos con el pueblo saharaui. Nuestra aspiración es la autodeterminación.
P: ¿Podría facilitarme el acceso a la Radio Televisión Pública?
R- Lo intentaré. El Polisario pondrá a su disposición los medios para que durante su estancia pueda conocer esta realidad.
Tras la entrevista abandoné el Ministerio con la sensación de que también la resolución del conflicto, no depende de ellos, y al igual que su economía, el planteamiento del Polisario se apoya en la posible vuelta a las armas, si España, a través de la UE no logra resolver el conflicto marroquí.
A lo largo del resto del día visité un asociación en la que explican la situación de los saharuis que son presos políticos en Marruecos, y que sufren la represión del régimen. Vídeos de palizas, torturas, reyertas y fotografías nos ilustraban caso por caso la situación de esta persona. Estaba claro, que Marruecos es el enemigo y España lo permite.
En la radio, ya que televisión no teníamos “en la vivienda de mi familia”, se lanzaban toda clase de proclamas sobre la represión de Marruecos, y el abandono de España. 24 horas al día se habla del conflicto, en un medio de comunicación único, en el que de vez en cuando nos aderezaban con toda clase de música.
Es muy difícil hablar de política con los saharauis, conocen la situación y muchos la aceptan. Pese a todo, cada vez más, muchas personas se muestran hastiadas ante las continuas promesas de recuperar una tierra “que nunca llegan”. Gran parte de la población ha nacido ya en los campamentos, y no han conocido otra realidad. Culpan a todos de su situación, Marruecos, España el Polisario, y es que lo que buscan es una solución.
Sobre el terreno pude comprobar como le llegaba la ayuda humanitaria a la familia de mi pequeño, dos pequeñas cajas con geles, compresas y pañales. La comida está racionada, por una cartilla, la sociedad está militarizada y la libertad de movimiento restringida. El miedo a los secuestros está a la orden del día.
Los precios son elevados debido a su dependencia de Argelia, principalmente, y los sueldos destacan por su inexistencia. Los comerciantes hacen negocio en sus mercados, y el regateo es la principal moneda de cambio, ante unas familias numerosas, y en su mayor parte desestructuradas, y con grandes diferencias de estatus.
Pese a todo este caos pude conocer “grandes milagros” en medio de la nada, como una Escuela de Cine para que los jóvenes puedan estudiar. Se trata de un proyecto puesto en marcha por varios particulares y asociaciones del séptimo arte, que se desplazan hasta allí durante varios meses para dar clase, y dotar al centro de material.
Las bibliotecas físicas, y móviles son otro de los proyectos reseñables y su objetivo es el de implicar, sobre todo a los más jóvenes, en la lectura para acabar con el alto índice de analfabetismo. Los más pequeños pueden disfrutar también en estos espacios de distintas actividades culturales.
Fue imposible visitar la Radio Televisión Pública ya que su director me prohibió el acceso, ya que al parecer el permiso no había llegado, aunque pese a esto, pude conocer el centro administrativo de los campamentos, Rabuni, con amplia actividad en todos los sentidos.
Escuelas Taller o centros ocupacionales enseñan distintos oficios a sus alumnos, para que aprendan una profesión y puedan ocuparse en un sistema, en el que el nivel de paro alcanza a la mayor parte de la población. Los más afortunados, a veces, logran traer a casa 50 euros al cambio, cada tres meses, para atender las necesidades de sus extensas familias.
Pese a todo esto el pueblo saharaui se muestra orgulloso de su cultura, que está menos influenciada por la religión, de lo que inicialmente creía antes de pisar los campamentos. Pese a ser musulmanes, en ningún caso son extremistas. Sí que existe un “machismo” socialmente aceptado, aunque no es menos cierto que las mujeres son el motor del día a día, principalmente de puertas para adentro.
Hospitalarios hasta donde pueden y más, los saharauis entregan al visitante todo lo que tienen para hacerle su estancia lo más confortable posible. Siempre le estaré agradecido a “mi familia” el trato recibido para intentar hacerme más llevadero el frío nocturno, para intentar adecuar las comidas a lo occidental y que no cayera enfermo, y cuando lo hice, por estar a mi lado en todo momento. Pero sobre todo me quedo con su cultura, sus costumbres y su manera de hacerme entender cómo, pese a las penurias, pueden sonreirle a la vida.
Por último, tan solo cabe reseñar que nos encontramos ante un conflicto enquistado, en el que España tiene la mayor responsabilidad, ya que fue nuestro país quien arrastró a cientos de miles de personas a vagar por el desierto, sin nada y dejando todo atrás, hasta establecerse “en tierra de nadie”. Tras mi experiencia solo me cabe parafrasear al escritor Jean de la Bruyère al asegurar que: “Una cualidad de la justicia es hacerla pronto y sin dilaciones; hacerla esperar es injusticia”.
