UN CRISOL DE SUEÑOS
Todo lo deja para mañana, su crisol de sueños se come el presente, lo engulle con voraz apetencia, le rebaña las entrañas, dejando a Fabricio con la mirada pendiendo del almanaque. Su escritorio está revuelto, desordenado, repleto de libretas con anotaciones que indican como veletas al viento una dirección imprecisa.
Está Fabricio apoltronado en un sillón, lamentándose de la lluvia y de los truenos, del sonido que hacen los ventanales cuando los machaca el viento.
Fabricio es haragán y premioso, no tiene prisa por aventajar al tiempo; prefiere sublevarse y maldecir su suerte y dibujar colores en su crisol de sueños. El presente es una rampa inacabada hacia el Olimpo, pero Fabricio lo avizora sin entusiasmo ni congoja, casi con desdén, como si fuera una novia leal que perdona y disculpa las infidelidades con una sonrisa.
Sentencia con firmeza su intención de adscribirse a una miríada de proyectos, pero Fabricio es desidioso, habita en el reino de la pereza y la incuria y pospone para mañana reproducir en movimiento su ilusorio crisol de sueños