Edición:Errata naturae, 2016 (trad. Regina López Muñoz)Páginas:136ISBN:9788416544189Precio:14,00 €
Esta mezcla sensual de calidez y fuerza en los vientos y las aguas evoca cada vez más la espiritualidad de los elementos, la sensación de una vida de mundo. La Naturaleza parece confesar un estado de ánimo apasionado en cada balanceo suave y adormecido, en las caricias del viento y el gimoteo de las aguas. Los pasajeros conversan sobre cosas agradables y tentadoras, frutas tropicales, bebidas tropicales, brisas de montaña tropicales, mujeres tropicales. Es hora de soñar, de dar rienda suelta a esas ensoñaciones que llegan suaves como una neblina, con una fantasmagórica materialización de esperanzas, deseos y ambiciones. Los hombres que navegan rumbo a las minas de la Guayana sueñan con oro.*
El periodista y escritor Lafcadio Hearn (Leucadia, Grecia, 1850 – Yaizu, Japón, 1904), hijo de padre irlandés y madre griega, es conocido sobre todo por la curiosidad y la fina capacidad de observación con que tomó contacto con culturas que le resultaban ajenas. En 1869 se instaló en Estados Unidos, donde comenzó a escribir crónicas para diversos periódicos y a traducir obras del francés y el español. No obstante, Hearn nunca acabó de sentirse cómodo con su entorno, y en 1890 se marchó a Japón, donde se estableció y se casó después de muchos años de vida errante. Sus libros más conocidos pertenecen a esta última etapa y constituyen una exploración de las tradiciones orientales desde su punto de vista, lo que contribuyó a enriquecer el imaginario occidental sobre Oriente. Con todo, su último texto traducido al castellano, Un crucero de verano por las Antillas, es anterior a esa época: se trata del fruto de un encargo de The Harper’s Magazine, que en 1887 lo envió a la Martinica como corresponsal. Su estancia en la isla también le inspiró la novela Youma(1890; Errata naturae, 2012), la historia de una joven esclava.Esta obra narra, día a día, la experiencia de su viaje por las Antillas (Martinica, Tobago, Granada, San Cristóbal…), con la perspectiva de un extranjero blanco que no pretende integrarse en las costumbres de las islas, pero que mira a los lugareños con los ojos muy abiertos, como un cosmopolita dispuesto a desgranar con pulcritud, sutileza y elegancia las impresiones que este ambiente suscita en él. Desde las primeras páginas destacan sus bellísimas descripciones del paisaje y, en particular, su atención a los colores, a esa extensa gama cromática imposible de concebir en el Occidente urbanizado. El mar, con los matices de cada isla, las puestas de sol, los amaneceres, la vegetación de la jungla… Hearn escribe una crónica muy visual y sensitiva (él mismo presenta así la obra en la nota introductoria: «un intento de dejar constancia de las impresiones tanto visuales como emocionales del momento»). Este crucero es como un cuadro hecho libro, una pintura que reproduce con fidelidad las imágenes que llaman la atención del viajero, una pintura que busca más mostrar una determinada realidad que analizarla críticamente.
Lafcadio Hearn
Además de la naturaleza y los paisajes, el autor también se fija en los habitantes de las islas, en aquello que los diferencia de los occidentales: la etnicidad diversa (negra, india, blanca, mestiza), los colores vivos de la ropa, los turbantes de las mujeres, la contextura recia de la población autóctona, como resultado de la genética y el trabajo, las costumbres locales... Como crítica, desde una perspectiva contemporánea resulta inevitable detectar cierto etnocentrismo en la mirada del autor (que, por otra parte, es un rasgo común a los escritores de viajes de su tiempo). Aunque su tono es amable, el exotismo con el que se refiere a la gente, su fascinación por la belleza de determinadas mujeres por sus rasgos étnicos o la indiferencia con que relata situaciones discriminatorias (como cuando los pasajeros del crucero lanzan monedas al mar para que los niños corran a recogerlas, desesperados por el dinero) establecen una distancia entre él y los nativos. No los desprecia, pero tampoco se mezcla con ellos; en todo momento son algo ajeno a él, y esta distancia genera esas ensoñaciones llenas de exotismo y sensualidad que probablemente no coinciden con la percepción que los lugareños tienen de sí mismos. En cualquier caso, son limitaciones propias del pensamiento de su época, que no anulan la brillantez de la prosa de Lafcadio Hearn y sus dotes para la descripción paisajística, por lo que, sin olvidar cuándo y cómo se escribió, la lectura de Un crucero de verano por las Antillas puede ser también un sugestivo viaje literario para el lector de hoy.*Cita en cursiva de la página 18.