Una taza de café humeante espera como todas las mañanas, mientras le doy un par de sorbos al mío, Coldplay sigue sonando en el equipo mientras tengo la mente con ganas de escribir, pero a la vez en blanco, la inspiración se levantó indiferente conmigo hoy… como tú antes de irte.
Dejaste este castillo y lo abandonaste, en busca de ese bosque encantado y misterioso que te desprende de mí, hay algunas hadas madrinas que pululan a tu alrededor inyectándote encantamientos distorsionados, cuentos de hadas que quieren hacerte creer.
Había una vez una princesa que convertí en reina, aquella que me permitía peinar su cabellera con look raspunzeliano algunas noches de luna llena, aquella que me dejaba acariciar tu piel con olor a manzana encantada y que despertaba en mí ese dragón mitológico de los cuentos… de nuestro cuento… deje de ser tu príncipe azul para convertirme en tu lobo feroz,
No tengo un corcel con carruaje que me lleve a tu búsqueda, ni una bola de cristal que me depare un futuro contigo; no tengo un grillo que me aconseje que hacer conmigo, ni un reloj de arena que me tome el tiempo para esperarte; no tengo una flor amarilla que me devuelva la juventud perdida, ni unos enanos conspiradores que sepan tu ubicación; quizás perdimos algo en el camino a ese “y vivieron felices”.
Este café que ya está frio (como tus palabras) lo tomo con prontitud, mientras el tuyo permanece ahí donde quiere estar, Coldplay sigue en el equipo alegrándome como un bufón de momento.
Hay una princesa fugitiva por la ciudad, que camina entretenida por esta suerte de bosque imaginario, rodeadas de hadas que aprovechan de su inocencia e ingenuidad como aquella caperuza… o de nuestras peleas; aquellas que me llaman ogro indigno de ti, que príncipes encantadores esperan por ti, de alcurnia o abolengo, de facha o presencia, de oro y rubí… vez tu castillo a lo lejos mi querida cenicienta, imaginándome en la ventana esperando… y no te equivocas.
Al anochecer, los portones de este tu palacio, se abren de par en par y sollozante me miras, las palabras se ahogan en tus labios, un abrazo instantáneo nos imanta y un perdóname nació de nuestros labios, su sonrisa reconforta el momento… momento que se extiende hasta la ducha y bajo esa lluvia improvisada, renace la princesa de un cuento real, su piel a manzana encantada me vuelve a hechizar… en nuestro tálamo calzo a besos un zapatito de cristal y recorro su existencia escribiendo en su espalda un final de ensueño.
Había una vez una princesa que deambula descalza por su palacio, haciendo feliz a su príncipe azul, sus hadas (y algunas brujas medias hermanastras) se mantienen al margen y por diplomacia prefiero llevarme bien con ellas; paseamos por el bosque en un carruaje del año alardeando de nuestro reino; la revisto con una corona de luz por las noches y le repito al oído las delicias de su ser… ella me susurra al oído los placeres de mi ser… y si, aquí no hay colorín colorado.