Revista Viajes

Un cuento chino

Por Noeargar
Transmongoliano. 29 de agosto 2011Un cuento chino
Cientos de cámaras te vigilan. Policías, militares y estúpidos e inservibles controles limitan tus movimientos. Ni un solo rincón de la vasta explanada de Tiananmen, huérfana de árboles y bancos, queda sin proteger.A ambos lados se levantan solemnes edificios de estilo soviético, en el centro de la plaza el mausoleo de Mao rivaliza con imponentes pantallas que emiten sin parar bonitas estampas de una China de anuncio, mientras al Norte, alineado con la gigantesca ciudad prohibida y presidiendo el enorme y simbólico espacio vacío de la plaza de Tiananmen, se alza la puerta de la paz celestial desde donde en 1949 se proclamó la fundación de la Republica Popular rubricando la victoria del Partido comunista y confinando al bando perdedor a Taiwán. El mismo lugar donde hoy miles de personas agitan sus banderas, la mayoría venidas del interior del país, mientras se retratan ilusionados ante la omnipresente imagen del antiguo líder comunista escoltado por dos grandes pancartas que muestran ininterrumpidamente desde hace más de 60 años frases grandilocuentes: “Viva la República Popular de China, Viva la gran unidad de los pueblos del mundo”. La misma plaza que en el 76 acogió a millones de personas para dar el último adiós al difunto Mao, y hoy, bajo un cielo plomizo, congrega, ajenos al ajetreo del resto de la ciudad, a vendedores de helados, ciclistas, improvisados fotógrafos, policías y hordas de turistas chinos avanzando en grupo como autómatas siguiendo concisas explicaciones y escuetos carteles explicativos para su rápida digestión. La misma desolada planicie donde en el 89 cientos de tanques ahogaron sin miramiento las manifestaciones de estudiantes abogando por el cambio y donde hoy abunda la ropa de marca, souvenirs, nubes de algodón, gorras de Mickey y big macs. Las nuevas armas del futuro, poderosos instrumentos capaces de convertir a los antiguos enemigos en sus principales aliados revoloteando como moscas en busca de su parte del pastel, los mismos que exigen democracia y se pasan por la piedra con descaro los derechos humanos según conveniencia. Potentes armas capaces de transformar a posibles revolucionarios en inofensivas marionetas del consumo que por miedo a perder aunque sea una ínfima parte de su bienestar, no arriesgarán nada por intentar cambiar el curso de las cosas. Un cuento chino de buenos y malos en el que se nos vende con insistencia un mundo hostil y peligroso en el que miles de cámaras nos controlan y nadie es lo que dice ser.

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