Revista Opinión

Un cuento de dioses y ciegos

Publicado el 19 enero 2013 por Miguelmerino

 

Entonces, yo cerraba los párpados y caminaba a oscuras unos pasos con la idea

mágica de que los ojos del niño ciego veían mientras los mios permanecían fuera de uso

Ciego por un día, Juan José Millás

El dios de los sentidos, a veces, se levanta un poco juguetón. Ese día dijo:

- Hoy voy a hacer que nazcan dos niños ciegos.

Esto no tendría mayor importancia, pues el dios de los sentidos puede disponer de los mismos a su antojo. Con una excepción. La gente no suele saber esto, pero todos nacemos con nuestro antípodo. Un individuo que nace el mismo día que nosotros, pero en nuestras antípodas y es totalmente opuesto a nosotros. Distinto sexo, distinto color de pelo, ojos, distinto tamaño, distintas cualidades y distintos defectos. Pues una ley no escrita, pero que obliga por igual a los dioses, dice que no pueden coincidir en los dos antípodos la misma disfunción, ni tampoco la misma cualidad. Y esta fue la ley que transgredió el dios de los sentidos el día que decidió que nacieran dos niños ciegos, ambos dos antípodos entre sí.

Cuando cumplieron diez años, el dios de las reparaciones decidió intervenir. No era mucho lo que podía hacer, por eso tardó tanto en tomar cartas en el asunto, pues lo que un dios había hecho, otro no lo podía deshacer así como así. Debía intervenir de manera que no rompiera el equilibrio y sobretodo que no sobreviniera ningún agravio comparativo. Se situó en un lugar equidistante de los dos antípodos y les dijo:

- He decidido reparar, dentro de lo posible, el desaguisado que cometió el dios de los sentidos. Para ello, he estado pensando durante mucho tiempo y he llegado a una solución. Puesto que sólo dispongo de un sentido de la vista y no sería justo que se lo diera a uno en detrimento del otro, he decidido que lo compartais. Cada uno de vosotros podrá ver, cuando el otro tenga los ojos cerrados. Si los dos teneis los ojos abiertos a un tiempo, ninguno podrá ver. La visión del uno, dependerá de la generosidad del otro.

Ambos murieron a la edad de noventa y nueve años sin haber gozado del sentido de la vista ni un minuto. Cada uno por su cuenta, en un rasgo de generosidad, decidió mantener los ojos cerrados para siempre, con el objetivo de que el otro disfrutara de la visión. De esta forma quedó demostrado que el dios de la inteligencia también hizo trampas con estos dos antípodos.


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